Había sobrevivido a tiroteos, traiciones, fugas y a una larga vida al margen de la ley. El que fuera durante décadas el jefe de la mafia irlandesa en Boston y uno de los criminales más buscados (y más protegidos) del país, James “Whitey” Bulger, murió como había vivido, violentamente. Apaleado hasta la muerte, su cuerpo fue hallado sin vida la mañana del 30 de octubre de 2018 en su celda de la prisión federal de alta seguridad de Hazelton, en Virginia Occidental. Tenía 89 años.
Bulger no fue un mafioso cualquiera. Personificó la corrupción institucional más escandalosa de la historia del FBI. Durante los más de veinte años que fue un informante para los federales, se sirvió de algunos agentes gubernamentales para prosperar en sus negocios. Dirigía una red de crimen organizado que incluía extorsión, apuestas ilegales, narcotráfico y asesinatos. Según los tribunales, ordenó eliminar al menos a once personas, algunas de las cuales las ejecutó con sus propias manos.
La doble vida del “blanquito”
James Joseph Bulger nació el 3 de septiembre de 1929 en el sur de Boston. Su cabello rubio claro le valió el apodo de “Whitey” (blanquito), aunque lo detestaba y prefería que lo llamaran Jimmy. En su adolescencia se unió a la pandilla The Shamrocks y pasó por varios reformatorios. Fue condenado por robo de bancos en 1956 y pasó casi una década en prisión, donde participó como voluntario en experimentos del gobierno con LSD, en un programa financiado por la CIA.
Foto de la ficha policial del gánster de Boston James “Whitey” Bulger, Jr. Realizada a su ingreso en la prisión de Alcatraz en 1959
A su salida, ya con experiencia y reputación en los bajos fondos, se consolidó como una figura clave en el crimen organizado de Boston. Lideró la Winter Hill Gang, una organización criminal que entre los años setenta y ochenta controló las apuestas, los préstamos ilegales, la extorsión y el tráfico de drogas en el sur de la ciudad. Pero el verdadero golpe maestro de Bulger fue convertirse en informante del FBI.
“Sin confidentes no somos nadie”, afirmó Clarence M. Kelley en 1973, al ser nombrado nuevo director del FBI tras el fallecimiento de John Edgar Hoover el año anterior. El problema era que no tenían un manual para el trato con los confidentes. ¿Cuánto debía tolerar un agente para obtener información? ¿Era aceptable negociar con un delincuente a cambio de ciertos detalles sobre otro gánster? Ante este tipo de preguntas solo había una directriz clara: si es italiano, se permite casi todo.
Corría el año 1975, y, en ese contexto, el agente John J. Connolly, amigo de la infancia de Bulger y recién incorporado a la Unidad de Crimen Organizado, le ofreció un trato. A cambio de información sobre la mafia italiana, la poderosa Cosa Nostra, el FBI le permitiría operar con cierta impunidad. Bulger aceptó, y así selló una alianza que cambiaría la historia del crimen y la justicia en Estados Unidos.
Pacto con el diablo
Connolly admiraba a Bulger desde su infancia en las calles de Southie, un antiguo barrio obrero de orígenes irlandeses. En cierto sentido, creía que se trataba de una suerte de Robin Hood que protegía a los irlandeses del sur de Boston de los tentáculos del crimen organizado italiano.
La relación entre Bulger y Connolly fue más allá de lo profesional. Llegaron a forjar una complicidad absoluta. Bulger era un gánster de la vieja escuela. Bebía poco y no tomaba drogas. Pero estaba tan dispuesto a traicionar como a matar, y utilizó su estatus de informante para eliminar a sus enemigos, manipular investigaciones y expandir su imperio criminal.
El gánster de Boston James “Whitey” Bulger en una foto sin datar
Solo cinco semanas después de iniciar su relación como confidente, el irlandés se anotó su primer asesinato, sin que a Connolly pareciera importarle. La relación entre el FBI y Bulger puso de manifiesto el mal funcionamiento del programa de confidentes e implicó a numerosos agentes que habían mirado a otro lado o, directamente, habían asumido que ese era el precio que había que pagar para obtener información de primera.
A partir de ese momento, Connolly se dedicó a boicotear todas las investigaciones abiertas contra la banda de Bulger y a inflar de elogios los informes sobre las bondades del gánster irlandés, así como a achacarle las informaciones de otros confidentes.
El objetivo final era demostrar, como defendió Connolly durante años, que Whitey era el mejor confidente en la historia del FBI. A pesar de que la mayor parte de la información suministrada por Bulger contra la Cosa Nostra procedía en realidad de Stephen J. Flemmi, de padre italiano, Connolly se la atribuía una y otra vez al irlandés.
Uno de los golpes más certeros fue la instalación de micrófonos en el local de los hermanos Angiulo, cabecillas de la Cosa Nostra en Boston. La operación resultó un éxito y se pudo incriminar a los italianos. Connolly se encargó de dejar bien claro a todos que las escuchas habían sido posibles gracias a Bulger y Flemmi. Lo cual era cierto, pero también lo era que el irlandés tenía un gran número de negocios compartidos con la Cosa Nostra y una gran deuda económica contraída con los hermanos Angiulo, que ya jamás cobrarían.
El agente del FBI John Connolly (izqda.) Lleva al mafioso Francesco “Frankie” Angiulo al juzgado en Boston en 1983
Corrupción en las altas esferas
El manto de protección a Bulger no solo venía del FBI. Su hermano menor, Billy Bulger, fue presidente del Senado estatal de Massachusetts durante casi dos décadas. Aunque siempre afirmó no saber nada de las actividades criminales de su hermano, la cercanía entre ambos generó sospechas e incomodidad entre las autoridades y los ciudadanos.
Whitey se trasladó a una vivienda contigua a la de su hermano en South Boston. Habitualmente, organizaba cenas en su casa con los agentes que debían investigarlo. Los favores e intercambios de regalos –en muchos casos, dinero– no faltaban. De manera esporádica, alguna de aquellas veladas contó con la presencia del presidente del Senado.
William (Billy) Bulger, hermano de James “Whitey” Bulger, en el Senado de Massachusetts. Boston, 1978
El vínculo entre Whitey y Connolly se estrechaba cada vez más. La DEA, la policía estatal y otras agencias fracasaban una y otra vez cuando sus investigaciones eran saboteadas desde dentro. Bulger sabía con antelación los movimientos de las autoridades. Agentes del FBI, con Connolly al frente, se encargaban de informarle con todo detalle. En una espiral viciada por la lealtad mal entendida y la corrupción, oficiales del FBI de Boston se convirtieron en cómplices por acción u omisión.
A pesar de sus conexiones, la suerte de Bulger comenzó a cambiar en los años noventa. En 1994, tras enterarse, gracias a una filtración del propio FBI, de que se preparaba su arresto, desapareció. Se fugó junto a su pareja, Catherine Greig, y se mantuvo prófugo a lo largo de dieciséis años. Durante ese tiempo, fue uno de los criminales más buscados del mundo, solo superado por Osama bin Laden.
James “Whitey” Bulger y su pareja Catherine Greig en una imagen de 1988, pocos años antes de su fuga
Tras la eliminación de este en 2011, las fuerzas de seguridad reactivaron su búsqueda. Emprendieron una campaña mediática para hallar pistas. Una llamada de teléfono desde el otro lado del Atlántico reveló su paradero en Santa Mónica. La exmodelo Anna Bjornsdottir, que vivía entre Islandia y California, reconoció a su vecina Carol en una transmisión de la CNN y alertó al FBI. Así terminó la fuga del hombre que había vivido durante años bajo el alias de Charles Gasco.
El juicio del siglo
En 2013, Bulger fue declarado culpable de treinta y un cargos, incluidos once asesinatos, conspiración, crimen organizado, lavado de dinero y posesión ilegal de armas. Fue condenado a dos cadenas perpetuas consecutivas, más cinco años.
Quizá más impactante que los crímenes de Bulger fue el retrato de un FBI seriamente comprometido. Agentes como Connolly y John Morris fueron condenados por corrupción, obstrucción a la justicia y complicidad criminal. Además, el Departamento de Justicia tuvo que pagar más de veinte millones de dólares en compensaciones a las familias de las víctimas, reconociendo el daño provocado por su propia inacción.
El exagente del FBI John Morris a su entrada al juzgado junto a una mujer sin identificar. Morris testificó en el juicio a James “Whitey” Bulger en 2013
El final de Bulger fue tan violento como su vida. Fue asesinado en la prisión de Hazelton apenas unas horas después de su llegada. Según los informes, dos reclusos vinculados al crimen organizado lo golpearon hasta matarlo con un candado metido en un calcetín. Para muchos, su muerte fue un ajuste de cuentas largamente esperado. Para otros, una forma de cerrar el círculo de una vida marcada por la traición y la violencia.
La figura de Whitey Bulger protagonizó libros, documentales y películas. Inspiró al personaje de Jack Nicholson en Infiltrados (The Departed, 2006), dirigida por Martin Scorsese. Y en 2015, Johnny Depp interpretó a Bulger en Black Mass.
Johnny Depp interpreta al gángster Jimmy Bulger en la película 'Black Mass'
Sin embargo, ese mito fue desmantelado en los tribunales y ante la opinión pública. Bulger no fue un Robin Hood. No protegía a su comunidad, ni respetaba ningún supuesto código de honor. Fue un asesino despiadado, un narcisista con licencia para matar y un símbolo de cómo la corrupción puede convertir a la justicia en cómplice y cómo el precio de la información puede pagarse con sangre inocente.

