Franco y la manipulación de lo religioso
Entre libros
César Rina Simón analiza en 'El cielo está con nosotros' cómo la dictadura de Francisco Franco en España instrumentalizó lo sagrado
Procesión de Semana Santa en Madrid.
A lo largo de casi cuarenta años de dictadura, el franquismo trató de legitimarse de muchas maneras. La religión fue una de ellas. Eso implicó, entre otras cosas, intentar dar un significado nuevo a las devociones populares. César Rina Simón, gran especialista en el tema, estudia esta apropiación descarada de la fe en El cielo está con nosotros, deslumbrante mezcla de historia religiosa, historia cultural y antropología. Los hechos se iluminan a partir de las aportaciones teóricas de la historiografía más vanguardista, de forma que podamos penetrar en el sentido último de una religiosidad a menudo mal entendida.
Esta investigación sorprenderá seguramente a muchos lectores. En lugar de entender la Semana Santa y las romerías como celebraciones fosilizadas, Rina Simón las presenta como “fenómenos socioculturales e identitarios que escapan a las ortodoxias y a las reglamentaciones dogmáticas”. Lo cierto es que las autoridades franquistas se dedicaron a fascistizarlas y militarizarlas, en un proceso que supuso pugnas internas dentro de las élites del régimen. Al cardenal Pedro Segura, sin ir más lejos, no le hacía mucha gracia que en los templos se tocara el himno nacional, algo que nada tenía que ver con la tradición católica. En Granada, el cardenal Agustín Parrado criticó por irreverentes a los que alzaban el brazo ante las imágenes sagradas.
El cardenal Segura en Sevilla alrededor de 1950
La Iglesia, por su lado, pretendía purificar los ritos de elementos que consideraba supersticiosos. De ahí que se encargara de prohibir aplausos, saetas y otras muestras de devoción supuestamente incultas. Entre tanto, los obispos impulsaban su proyecto de recristianización de la sociedad. Eso implicaba un intento de control, no siempre exitoso, de las muestras de fervor espontáneo. Lo comprobamos con las reticencias de la jerarquía eclesiástica frente a la fundación, en Sevilla, de la Hermandad del Cristo Despojado. Antonio Perea, el escultor republicano que talló la imagen de Jesús utilizada por la cofradía, empleó como modelo a un antifranquista condenado a muerte.
El gobierno, a su vez, usó las celebraciones públicas para hacerse propaganda e infundir en la sociedad los principios antidemocráticos del nacionalcatolicismo. En 1939, la celebración de la muerte y resurrección de Cristo estableció un paralelismo con el drama que había vivido España en la Guerra Civil. Franco aparecía como el héroe que había salvado el catolicismo frente a la persecución “roja”. Este adoctrinamiento se vio favorecido por la instauración del pregón de Semana Santa, que se encargó a personalidades de la cultura política oficial.
Una instantánea de uno de los múltiples rituales religiosos de la Semana Santa que Miserachs recogió a comienzos del decenio de 1960 en varios puntos de la geografía española
Política y religión iban unidas. Pero el nacionalcatolicismo se resquebrajaría con el Concilio Vaticano II, en los sesenta. Poco más tarde, durante la democracia, las romerías y procesiones ya no se veían como “opio del pueblo”, sino como referentes culturales de las comunidades autónomas, además de como atracciones turísticas. No obstante, una vez más, sus sentidos posibles iban más allá de lo aparente. Como nos recuerda el autor, la religiosidad popular puede ser también una respuesta a la homogeneización cultural impuesta por la globalización.
El cielo está con nosotros
César Rina Simón
Madrid: Marcial Pons, 2025
222 pp. 26,60 €