Tecnología sí, pero no así: la verdad sobre el movimiento ludita

Entre libros

En plena eclosión de la IA, esta nueva historia del ludismo firmada por Brian Merchant, 'Sangre en las máquinas',  nos enseña que los obreros que arremetían contra las fábricas no eran enemigos de la tecnología, como tendemos a pensar

Escena propia de la Revolución Industrial en Inglaterra.

Fábricas en la Inglaterra de la Revolución Industrial

Dominio público

En pleno auge de la inteligencia artificial, vivimos con la incertidumbre de no saber cómo va a impactar en nuestro futuro. ¿Cuántos puestos de trabajo se verán afectados? Las promesas y los peligros van de la mano en un camino sin una dirección clara. Pero no es la primera vez que la tecnología modifica radicalmente nuestra vida cotidiana. A finales del siglo XVIII, nuevos aparatos convirtieron en obsoletos antiguos oficios del sector textil. Fue entonces cuando los luditas empezaron a destruir fábricas. Su nombre venía de un supuesto líder, Ned Ludd, que en realidad no existió. Desde entonces, el término “ludismo” se convirtió en sinónimo de un odio ciego hacia el mundo industrial.

Sin embargo, en Sangre en las máquinas, el periodista Brian Merchant plantea una visión radicalmente distinta. Los luditas, según Merchant, no eran fanáticos contra el progreso. No se oponían a los avances técnicos per se, sino solo a su utilización indiscriminada, sin medir los costes sociales. El problema no estaba en la tecnología, por tanto, sino en el sistema capitalista. 

Ilustración inglesa que representa la destrucción de máquinas que se dio en diferentes partes de Europa a comienzos del XIX.

Ilustración inglesa que representa la destrucción de máquinas que se dio en diferentes partes de Europa a comienzos del XIX.

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Antes de recurrir a la violencia, los trabajadores agotaron todas las vías de negociación. Si finalmente se decantaron por la rebelión fue porque determinados empresarios acabaron por colocarlos en un callejón sin salida. Se esperaba de ellos que se murieran de hambre y que, además, lo hicieran sin protestar. Gran Bretaña se vio así en una situación que bordeaba la guerra civil. 

Los límites de arriba frente a la lógica de abajo

No todos los industriales de la época estaban a favor de la maquinización, pero se vieron arrastrados por sus partidarios. Creyeron que no les quedaba más salida que entrar en la lógica del maquinismo, o bien aceptar la quiebra.

El líder de los luditas en un grabado de 1813.

El líder de los luditas en un grabado de 1813.

Dominio público

Lord Byron simpatizó con los rebeldes y propuso que se llegara con ellos a algún tipo de pacto. Sin embargo, el poeta pertenecía a la nobleza, y su proximidad a los luditas tenía límites claros. Pensaba que eran unos “desdichados” que merecían más piedad que castigo. Para un aristócrata como él, la destrucción de máquinas no dejaba de constituir un peligroso exceso.

Merchant muestra que los obreros no se dejaban arrastrar por el fanatismo. Su actitud obedecía a una lógica profunda mucho más moderada de lo que sus enemigos dieron a entender: “Intentaron en vano que el despliegue de la tecnología fuera justo o incluso democrático”. La cuestión, en pleno siglo XXI, es si sabremos aprovechar sus experiencias para que los cambios impliquen menos dolor, y no más.

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