Groenlandia, ese oscuro objeto de deseo

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La opa hostil de Trump sobre la isla ártica pone a la UE contra las cuerdas

Los opositores independentistas moderados de Groenlandia se imponen en las elecciones

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El progresivo deshielo ha despertado todos los apetitos sobre Groenlandia 

Hannibal Hanschke / Reuters

Groenlandia nunca fue verde, a pesar de que eso precisamente (país verde) es lo que significa en danés el nombre con que la bautizó, allá por el siglo X, el vikingo Erik el Rojo, que inauguró la colonización escandinava de la gran isla ártica. Groenlandia nunca fue verde, pero bien puede acabar siéndolo a causa del cambio climático. Y es justamente la posibilidad de su deshielo –que abriría el acceso a sus potenciales yacimientos de hidrocarburos, minerales y tierras raras- y su estratégica situación geográfica en el Ártico la que la ha convertido en objeto de la codicia de medio mundo y en la causa de la que podría ser la primera gran crisis entre Europa y la nueva Administración norteamericana, después de que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, haya expresado su apetito por ella.

Groenlandia nunca fue verde. Y, hasta la llegada de los escandinavos, tampoco fue europea. Poblada hoy por algo menos de 60.000 personas, la mayoría de etnia inuit, durante un milenio fue una colonia noruega y danesa hasta que en 1953 fue incorporada como territorio integral de Dinamarca. En 1979 la isla adquirió un primer régimen de autonomía -que fue considerablemente ampliado en el 2008- y en 1985 decidió en referéndum abandonar la entonces Comunidad Europea para mantener el control absoluto sobre sus recursos pesquero, que son su principal fuente de riqueza. Eso, y los cerca de 800 millones de euros que le transfiere anualmente Copenhague…

No son, sin embargo, los camarones lo que ha suscitado el interés voraz de Donald Trump sobre la isla, como es obvio. De hecho, Estados Unidos –que la tuvo bajo su control militar durante la Segunda Guerra Mundial, mientras Dinamarca estaba bajo la bota de la Alemania nazi- ya puso sobre la mesa su interés en adquirirla en 1946 por razones geoestratégicas. Dinamarca se negó, pero poco después aceptó la permanencia militar norteamericana en la base de Thule. Ante la perspectiva de la apertura de nuevas rutas marítimas por el Ártico y en un contexto de práctica guerra fría con Rusia y con China, el control de su territorio la hace enormemente valiosa.

Trump ya propuso comprar Groenlandia en 2019, entonces fue recibido como una broma

Donald Trump ya expuso en 2019 su interés en comprar Groenlandia. Nadie se lo tomó demasiado en serio en aquel momento. Parecía una nueva salida de tono, de corto recorrido, del sulfuroso líder republicano. Y, de hecho, no fue más allá. El tema quedó aparcado con la victoria de Joe Biden en las elecciones del 2020. Todo lo más, el interés exterior por Groenlandia –incluido el de China, que también aspiraba a instalar puertos en sus costas- sirvió como telón de fondo para el agitado epílogo de la carrera política de ficción de Birgitte Nyborg en la cuarta temporada de la exitosa serie danesa Borgen.

Poco ha durado la tregua, sin embargo. Y para la verdadera primera ministra danesa, Mette Frederiksen, la situación se ha complicado todavía más que para su sosias de ficción. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca no solo ha vuelto a abrir el dossier de Groenlandia, sino que lo ha hecho con una violencia verbal inusitada. El presidente de EE.UU., desprovisto esta vez de la red de seguridad que la prestaba en su anterior mandato su sottogoverno –hoy en manos de radicales-, ha insistido varias veces en que quiere Groenlandia y la conseguirá, incluso si es necesario –dijo- recurriendo al uso de la fuerza.

Es improbable, a pesar de tales palabras, que Trump ordene una invasión militar de la isla, pero el tono y la reiteración de sus amenazas acabarán forzando a Dinamarca, tarde o temprano, a sentarse a hablar y a hacer algún tipo de concesión a Washington. Es la forma de Trump de negociar. Se ha visto con Canadá y México, o con Colombia. La negociación empieza por el chantaje. Frederiksen lo vivió en primera persona durante una agresiva conversación telefónica con Trump poco antes de que este jurara el cargo, el pasado día 20. “Nunca en mi vida nos habíamos encontrado en un momento tan difícil como ahora”, confesó después.

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La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, junto al canciller alemán, Olaf Scholz, el pasado martes en Berlín 

Krisztian Bocsi / Bloomberg

Consciente del peligro que se le viene encima, Frederiksen realizó esta semana una gira relámpago por las principales capitales europeas para obtener el apoyo de sus socios frente a las ansias anexionistas de Washington. Primero se reunió con sus homólogos escandinavos –Noruega, Suecia y Finlandia- y después con el presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz, y el secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, ante quien se comprometió a aumentar en 2.000 millones de euros el gasto en defensa del Ártico. El asunto se tratará muy probablemente en el Consejo Europeo informal previsto para el lunes 3 de febrero. “La soberanía territorial de Dinamarca, la estabilidad de sus fronteras es una cuestión esencial”, dijo a este respecto el presidente del Consejo, António Costa.

Alemania y Francia han respaldado explícitamente a Dinamarca. La primera, a través de unas declaraciones del propio canciller Scholz en las que subrayó que las fronteras “no deben ser desplazadas por la fuerza”. Y añadiendo, como coletilla, en inglés: “To whom it may concern” (a quién corresponda). Francia, por su parte, a través del ministro de Exteriores, Jean-Noël Barrot, se mostró determinada a ponerse al lado de los daneses, enviando incluso –en caso de necesidad- tropas francesas al Ártico. Más allá de las declaraciones, lo cierto es que Dinamarca solo podrá resistir los embates si tiene detrás el respaldo sólido y unánime de toda la Unión Europea. Algunos políticos daneses han planteado si no sería conveniente que Groenlandia reingresara rápidamente en la UE…

Los groenlandeses, mientras tanto, asisten entre inquietos y encantados a tantas muestras de cariño sobrevenido. Donald Trump no es un sujeto que les merezca gran confianza y, así, en un reciente sondeo, un 85% se mostraba contrario a abandonar Dinamarca para integrarse en Estados Unidos (algo que, por otra parte, no sería como estado de pleno derecho, según los planes de los conservadores norteamericanos) y sólo un 6% se apuntaba a seguir los cantos de sirena. Con todo, en la isla hay quienes ven en todo esto la oportunidad de acelerar el proceso de independencia. Si llegara el caso, Groenlandia no sería más que una pequeña sardina en un mar de tiburones.

Lee también

  • Investigación contra Meloni. La fiscalía italiana comunicó esta semana a la primera ministra, Giorgia Meloni, la apertura de una investigación oficial en su contra –así como contra los ministros de Justicia y de Interior- por los presuntos delitos de encubrimiento y malversación en el caso de la liberación y repatriación del general libio Osama Almasri. Acusado de crímenes contra la humanidad por su papel como jefe del centro de detención de inmigrantes de Mitiga, Almasri había sido detenido nada más pisar Italia –donde pretendía asistir a un partido de fútbol- por existir en su contra una orden de arresto de la Corte Penal Internacional. Pese a ello, Meloni decidió ponerlo en libertad y devolverlo a Libia. El éxito en la reducción de la inmigración ilegal por el canal del Mediterráneo central se debe en gran parte a la cooperación de las autoridades libias, ante cuyas prácticas de extorsión y tortura se prefiere mirar hacia otro lado.

  • Bielorrusia, inmóvil. Alexánder Lukashenko, el más antiguo dictador de Europa y férreo aliado del líder ruso, Vladímir Putin, fue reelegido de nuevo el domingo pasado presidente de Bielorrusia por un periodo de cinco años más (y los que quiera). El resultado de las elecciones, consideradas un fraude por gran parte de la comunidad internacional, no puede ser más transparente: el presidente ganó con casi el 87% de los votos. En el poder ininterrumpidamente desde 1994, Lukashenko, de 70 años, ha enviado al exilio o a prisión a los dirigentes de la oposición y solo mantiene una fachada de democracia. La UE rechazó el resultado de las elecciones, que calificó de “mascarada”, y avanzó que mantendría e incluso reforzaría las sanciones contra el régimen.

  • Memoria del horror. El lunes 27 se conmemoró el 80º aniversario de la liberación, por el Ejército soviético, del campo de exterminio de Auschwitz, construido por la Alemania nazi en la Polonia ocupada dentro de su programa para borrar de la faz de la Tierra a la comunidad judía. Un total de 1,1 millones de personas –la mayoría judíos- perecieron en este campo, que ha pasado a la Historia como ejemplo de la mayor infamia perpetrada por la humanidad. En un acto sobrio, al que acudieron jefes de Estado y de Gobierno de 59 países, cuatro supervivientes tomaron la palabra para alertar del resurgimiento del antisemitismo, el racismo y la xenofobia. Días antes, el magnate Elon Musk, mano derecha del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, participó en un acto electoral de la extrema derecha alemana y llamó a Alemania a dejar de mirar al pasado.
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