Un grupo de rusos retuerce caños negros con las manos para fabricar sillas colgantes de chill outen el interior de un centro de detención de prisioneros de guerra, en un punto secreto al oeste de Ucrania. Al otro lado de la ventana, la bandera amarilla y azul recuerda a los detenidos en qué lado de la guerra se encuentran.
Hace poco, esas mismas manos acechaban y disparaban en el frente de batalla, labor por la que Moscú paga entre 180.000 y 200.000 rublos al mes (unos 1.700 euros). Ahora se contentan con 12 grivnas al día (20 céntimos de euro) para decorar los hogares del país que fueron llamados a ocupar el 24 de febrero del 2022.
Historia en bucle: en el mismo edificio se recluyó a prisioneros de guerra alemanes en 1945
En 1945, mientras el Ejército Rojo “liberaba” Europa de los nazis, el mismo edificio recluía a soldados alemanes en las mismas habitaciones que hoy aprisionan a los descendientes de los rusos que lucharon contra el Tercer Reich.
En sus camastros duermen tres tipos de soldados: aquellos que se arrepienten de haber participado en la denominada “operación militar especial”; los que no reniegan de su participación, pero no lo volverían a hacer, y otros como Vladímir, de 39 años, capturado en agosto del 2024 cerca de Bajmut. Con una sonrisa torcida, afirma a La Vanguardia estar orgulloso de lo que hizo: “Era mi obligación porque soy militar”.

Una mujer camina entre los edificios desventrados de Toresk
Según un informe de la Misión de Observación de los Derechos Humanos de la ONU, la mayoría de los prisioneros de guerra ucranianos aseguran haber sido torturados por militares y oficiales rusos durante su cautiverio con castigos que incluyen palizas, descargas eléctricas, simulacros de ejecución y violencia sexual, entre otros.
Otro documento de la misma oficina también acusa al ejército ucraniano de cometer “ejecuciones sumarias, (...) torturas y maltrato, principalmente cuando (los soldados rusos) eran capturados, durante el interrogatorio o el traslado a lugares de internamiento”. Sin embargo, en este centro ucraniano, habitualmente cerrado a la prensa, los internos muestran un buen aspecto físico y no tienen lesiones visibles.
En el hospital
En sus camas duermen tres tipos de soldados: los arrepentidos, los que no reniegan y los que están orgullosos
De hecho, la enfermería siempre está a rebosar de nuevos reclusos, a los que se atienden de inmediato cuando llegan desde el frente. “Ahora mismo aquí hay más de diez”, explicó la doctora responsable del lugar, quien no puede dar su nombre, mientras señala la unidad de pacientes críticos. Una vez al mes, personal de la Cruz Roja visita las instalaciones para asegurarse de que se cumpla con la ética exigida por los Convenios de Ginebra.
Mijaíl, un militar ruso de 48 años, reflexiona sentado en una cama de la enfermería. “Personalmente tenía algunas dudas sobre ellos (los ucranianos), hasta que me tomaron prisionero y vi todo con mis propios ojos”, explica. “Los medios de comunicación de nuestro país dicen una cosa, pero lo que veo con mis ojos es otra. Ellos me salvaron las piernas”, concluye. El soldado se presentó voluntario en octubre del 2024 por problemas financieros, una empresa que terminó tan solo un mes después en Chásiv Yar, donde fue capturado por las tropas ucranianas. Mirándolo con perspectiva, “no volvería a hacerlo”, reflexiona.

“Podría ser mucho peor”: Un grupo de prisioneros rusos hacen fila para ir al comedor en este centro de detención del oeste de Ucrania
En la habitación contigua, Kirú, de 26 años, explica cómo, tras dos años en las trincheras, cayó en manos ucranianas durante el asalto a Kursk. “Podría haberme quedado tullido, pero los ucranianos me operaron”, dijo mientras enseñaba su herida de bala. “No me arrepiento de nada, aunque me da pena que dos pueblos supuestamente hermanos vivan esta catástrofe”, asevera.
Hay algo extraño en el edificio: las ventanas de las habitaciones carecen de rejas. Según Vitaliy Matviyenko, representante de la Sede de Coordinación para el Tratamiento de los Prisioneros de Guerra, esa es la diferencia entre una prisión y un centro de prisioneros de guerra. “Hasta ahora ninguno ha intentado escapar o suicidarse”, anota. El edificio cuenta también con refugio antiaéreo y una gran cruz pintada en la azotea para que el enemigo sepa que allí están sus soldados y evitar bombardeos imprevistos.
Actualmente hay cinco centros de prisioneros de guerra como este en el país. “Cuando se llena uno se abre otro, y así sucesivamente. Si se necesita abrir más, se abrirán más”, explica Matviyenko.
El trato entre prisioneros rusos y funcionarios ucranianos es cordial, según cuentan algunos de los rusos. “La comida es buena, y el trato, también, podría ser mucho peor”, asegura un recluso mientras toma el sol en el patio.
Buen trato
“La comida es buena, y el trato, también, podría ser mucho peor”, asegura un recluso mientras toma el sol en el patio.
Sin embargo, a no muchos kilómetros de allí, el panorama es sombrío; en territorio ruso las leyes de la guerra “ética” no se suelen aplicar. Según Andrí Kostin, fiscal general de Ucrania, “nueve de cada diez prisioneros de guerra son sometidos a torturas físicas y morales. Muchos de ellos son ejecutados”.
Actualmente, Ucrania espera a que se lleven a cabo negociaciones para un nuevo intercambio. Las autoridades expresan que el proceso es complejo porque, generalmente, Rusia se niega a hacerlo. Mientras tanto, policías y soldados deben cuidar del enemigo.