Elecciones en Alemania: el Ruhr es menos rojo

La región industrial por excelencia

La histórica hegemonía socialdemócrata se resquebraja en la gran región minera debido a la desindustrialización

German President Frank-Walter Steinmeier, 3rd right, reveives a symbolic last lump of coal during a closing ceremony of the last German coal mine Prosper-Haniel in Bottrop, Germany, Friday, Dec. 21, 2018. The end of black coal production marks the end of an industry that started German's industrial revolution and its post-war economic recovery. The mines once dominated the surrounding Ruhr region, employing up to half a million people. (AP Photo/Martin Meissner)

El presidente federal alemán, Frank-Walter Steinmeier, de origen socialdemócrata , en la ceremonia de cierre de una mina en el Ruhr­

Martin Meissner / AP

La torre de extracción, una imponente estructura metálica de 71 metros de altura, en el Museo Alemán de la Minería, domina la silueta urbana de Bochum. Es el símbolo y el orgullo de esta
ciudad de 370.000 habitantes, en el corazón de la cuenca del Ruhr, la región industrial por excelencia.

Serdar Yüksel, de 51 años, hijo de inmigrantes kurdos, preside el Partido Socialdemócrata (SPD) local. Su padre se instaló aquí en 1964 y trabajó en la acería de ThyssenKrupp, como tantos vecinos de Bochum, autóctonos o de origen foráneo, desde hace varias generaciones.

“La ultraderecha alemana es mucho más peligrosa que Vox en España”, alerta el líder del SPD en Bochum

“He participado en todas las campañas electorales desde 1990 (los primeros comicios después de la reunificación alemana) y jamás había visto a la gente tan polarizada, tan dividida”, explica Yüksel, que habla rápido y se le nota muy inquieto. “Le seré sincero, no me preocupa tanto el futuro de mi partido como el futuro de la democracia en Alemania”, reconoce.

El Ruhr ha sido siempre un feudo inexpugnable del SPD, una región pintada de rojo en los mapas electorales. Bochum ha tenido alcalde socialdemócrata de manera ininterrumpida desde 1946. Pero el dominio del partido de los cancilleres Willy Brandt, Helmut Schmidt y Gerhard Schröder se ha ido erosionando y ahora amenaza con resquebrajarse. “Es una lucha por la supervivencia, una lucha existencial”, admite Yüksel.

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Los profundos cambios sociales derivados de la desindustrialización explican en parte lo que está pasando, no solo en el Ruhr sino en muchas otras zonas. Aquí, sin embargo, el trauma es mayor. Durante decenios, las grandes empresas proporcionaban empleo seguro y dignamente pagado. El padre de familia que era un obrero especializado podía sostener a los suyos. El poderoso sindicato IG Metall, con una alta afiliación, se ocupaba de mejorar las condiciones laborales y los salarios. Las plantillas de compañías como ThyssenKrupp se sentían miembros de una familia, con un vínculo emocional que se transmitía de padres a hijos. Los kruppianer estaban en cierta manera orgullosos de su vínculo a la empresa, de la cuna a la tumba. Una señal de identidad.

La mayoría de estos monstruos industriales siguen presentes, aunque con plantillas muy reducidas porque la automatización de las tareas requiere mucho menos personal. En algunos casos, la reconversión ha sido más drástica. La fábrica de Opel en Bochum, que llegó a emplear a 20.000 personas en su periodo más boyante, cerró en el 2015. En los solares que ocupaba hay un vivero de empresas, pero la pérdida no se ha compensado. La transformación de una economía industrial a otra de servicios o de conocimiento deja muchas víctimas. Las consecuencias políticas son evidentes.

“Ni el SPD ni la CDU (democristianos) son ya lo que en Alemania llamamos Volksparteien (partidos de amplia base), ya no gozan del arraigo tradicional entre los católicos, en el caso de la CDU, o en el sector trabajador-sindicalista, para el SPD”, opina Rainer Bovermann, profesor de la Universidad del Ruhr-Bochum y exdiputado en el Parlamento de Renania del Norte-Westfalia. “El Ruhr es la última ciudadela del SPD, aunque yo prefiero el símil del círculo de caravanas que se defendían de los ataques de los indios en las películas del oeste”, bromea Bovermann.

La consecuencia de todo ello es el auge de Alternativa para Alemania (AfD, extrema derecha). “Son mucho más peligrosos que Vox en España; a su lado, Vox parece un partido conservador educado”, alerta Yüksel. “Venden la idea de que podemos volver a los buenos viejos tiempos de la Alemania anterior al euro, con el marco alemán, las centrales nucleares, etcétera”.

El fuerte traspaso de votos del SPD a la extrema derecha es parecido al que se ha dado en Francia entre el Partido Socialista y el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen.

Dirk, un conductor de tranvía de 56 años, es un claro ejemplo de la migración de los electores. Se acaba de zampar un kebab y un yogur líquido en un local turco. “¿Lo ve, cree que yo soy xenófobo?”, se excusa. Pero Dirk, que ha votado toda su vida al SPD, apoyará esta vez a la AfD. “Estamos hartos de los grandes partidos –argumenta el tranviario-. Necesitamos viento fresco. ¿Por qué no darles una oportunidad? Peor no nos puede ir. No es tolerable que haya continuos atentados, que mi hija, una chica rubia de 23 años, tenga miedo de salir a la calle de noche. La cruda realidad es que los ataques no los cometen alemanes.

Hay que poner coto al flujo de refugiados”.

Una mujer de origen croato-musulmán, Sabrija, escucha a Dirk y no se atreve a replicarle. Luego confiesa al periodista que ella votará a los verdes. Le aterroriza que se haya perdido el miedo a la ultraderecha y remacha su posición: “Si algún día estos llegan al gobierno, le aseguro que me marcharé del país”.

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