El presidente Trump no quiso visitar el gran cementerio estadounidense de la Primera Guerra Mundial porque llovía y se mojaría el pelo. Pero lanzó una pregunta para la que los europeos todavía no tenemos respuesta

Acuarela de Antoni Vila Arrufat
Fue una batalla librada para impresionar a cualquier pintor que se pasara por ahí.
Niebla, trincheras, ametralladoras, cuchillazos con bayonetas y golpes a puñetazos en un bosque desconocido por los soldados que se mataban.
Cuando el pintor –el catalán Antoni Vila Arrufat– se pasó por ahí, al año y pico de la matanza, todavía se desenterraban cadáveres estadounidenses.
En un solo día de la batalla del Bosque de Belleau –en la Primera Guerra Mundial– murieron más marines que en cualquier otro día de su historia, cifra que no se superaría hasta la batalla de Tarawa, en los atolones de Kiribati, la primera gran victoria estadounidense contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial.
En la primavera de 1920, Vila Arrufat –que estudiaba arte en París– se acercó a las trincheras aún frescas. En una carta, dijo a sus padres que era incapaz de explicar con palabras lo que había visto, y optó por plasmarlo en veinte impactantes acuarelas todavía inéditas.
Una de las acuarelas –el cementerio provisional estadounidense– tiene hoy un valor más allá del arte: parece que no ha quedado registro fotográfico de ese primer camposanto, transformado en 1937 en el gran memorial del Aisne-Marne.

Acuarela de Antoni Vila Arrufat
Las veinte acuarelas –el Museu d’Art de Sabadell prepara la edición en facsímil del cuaderno– avanzan cromática e intencionadamente del color a la negrura, del bucólico paisaje al salir de París a los bosques masticados por la metralla y la muerte. Es el pintor acercándose a la oscuridad.
Quien nunca se ha acercado a esas tumbas es Trump. En el 2018 viajó a París para el centenario del Armisticio, pero el día en que debía visitar el memorial del Aisne-Marne llovía, y al presidente no le apeteció ir. Un artículo de la revista The Atlantic desveló lo ocurrido. Según testimonios de su círculo interno, Trump se negó a visitar el cementerio porque “temía que la lluvia le despeinara el pelo”. Su mítico tupé.
“¿Por qué debería ir a ese cementerio? Está lleno de perdedores”, soltó Trump a su séquito. De hecho, el presidente de Estados Unidos tenía razón: los cementerios suelen estar llenos de perdedores, de seres humanos que han perdido la vida. Y él, llegado el día, será también un perdedor.
En otro momento del viaje, según varios testimonios, Trump se refirió a los casi dos mil marines muertos en el Bosque de Belleau como “tontos” por dejarse asesinar. Él fue más inteligente: durante la guerra de Vietnam evitó cinco veces entrar en el servicio militar. No se dejó asesinar.
Pero, a veces, los lunáticos como él lanzan preguntas que descolocan a los que tienen los pies en la tierra.
“¿Quiénes eran los buenos en esa guerra?”, preguntó Trump a sus asesores sobre la Primera Guerra Mundial.
¿Sabrían los europeos responder hoy a esa pregunta?
Hace pocos días, resiguiendo el paisaje de las acuarelas, observé a un guía francés explicando el cementerio a una familia estadounidense. El guía aprovechó estas cruces de la Primera Guerra Mundial para despotricar contra Macron por “arrastrar a Europa hacia la Tercera Guerra Mundial”, hacia una guerra –la invasión rusa de Ucrania– “que no es nuestra”.
¿Cuándo una guerra empieza a ser nuestra? ¿Y cuándo deja de serlo? ¿Cuándo se hizo suya Estados Unidos la Primera Guerra Mundial?
Los estadounidenses sólo lucharon en el último tramo de la contienda y perdieron el doble que en la guerra de Vietnam. Pero no hay ningún monumento nacional en Washington que los recuerde.
La Primera Guerra Mundial está cosida a Estados Unidos mucho más de lo que su imaginario nacional sospecha. Redefinió los derechos de la mujer, las relaciones raciales, las libertades civiles y el despertar como primera potencia mundial. También cambió percepciones en la familia Trump. La gran bomba que los alemanes colocaron en 1916 en el puerto de Nueva York –se cargó la llama de la estatua de la Libertad– y la declaración de guerra, un año después, obligó a correr cortinas identitarias: el abuelo de Trump escondió su origen alemán y se hizo pasar por sueco. Y los descendientes, incluido el actual presidente, mantuvieron la ficción escandinava hasta los años noventa.
El presidente Wilson justificó en 1917 la entrada de Estados Unidos en la guerra –no hubo un Pearl Harbour– con un ideal más o menos creíble: “Salvaguardar la democracia en el mundo”. La estatua de la Libertad todavía significaba algo. Hoy, Trump compara el Boeing que Qatar le regala con la estatua que el pueblo de Francia regaló al pueblo americano.
La capacidad de Trump para retorcer el pasado es fascinante. La primera acuarela de Vila Arrufat es la perspectiva de una carretera rural con hermosos árboles alineados. Localicé la carretera en las afueras de Villeroy, el punto más cercano a París al que llegaron los alemanes en 1914. En este pueblo, los alemanes abatieron en 1943 un bombardero estadounidense: toda la tripulación sobrevivió, y hace poco se colocó una placa que lo recuerda.
Philippe, el historiador local, explica que el pasado verano vinieron unos estadounidenses y, ante la placa, discutieron entre ellos por Trump.
Eran los hijos de uno de los pilotos abatidos.