Entre el 2010 y el 2020 hubo más protestas que nunca. Millones de personas salieron a las calles para exigir mejoras a la clase política, pero, en la mayoría de casos, estas movilizaciones masivas no consiguieron satisfacer sus demandas. Es más: hoy parece que el mundo está peor. ¿Qué falló?
El periodista estadounidense Vincent Bevins (Santa Mónica, 1984) intenta responder a la pregunta en Si ardemos , libro editado recientemente en España por Capitán Swing y en el que, a través de más de 240 entrevistas, el autor repasa una docena de esos estallidos sociales que tuvieron lugar en la década pasada: desde la primavera árabe a Occupy Wall Street, pasando por el 15-M o la revolución de los paraguas .
“En la historia de las revueltas es bastante común que estas fracasen”, dice Bevins en conversación con La Vanguardia . “Pero lo que ocurrió en la década del 2010 fue algo más extraño: se generaron oportunidades reales, la sensación de que el mundo estaba cambiando fue real, pero, en todos los casos que estudié, quienes protestaban no fueron los que sacaron partido de las revueltas. Los beneficiados fueron otros”.
Un ejemplo es lo sucedido en la movilización que prendió la mecha de esa década turbulenta: la revolución tunecina. En el 2010 el suicidio del vendedor de frutas Mohamed Buazizi generó una oleada de protestas que culminó con la caída del régimen autoritario de Ben Ali, pero las promesas de cambio se frustraron y hoy Túnez vuelve a ser una dictadura bajo el mandato de Kais Saied, ganador de las elecciones presidenciales del 2019.
Resultado paradójico
“Quienes protestaban no sacaron partido de las revueltas, los beneficiados fueron otros”, dice Bevins
Bevins explica que, en la mayoría de países donde la ciudadanía se movilizó, “hubo una revuelta contra la forma defectuosa de representación existente, pero no se construyó nada nuevo para reemplazarla”. Y lo que tenemos hoy, dice, es que “actores cínicos han respondido a esta crisis de representación con una solución peligrosa que identifica correctamente el problema pero que propone algo peor: un populismo autoritario de derechas que rechaza la idea misma de representación”.
Para el periodista, en el fracaso de las revueltas de los años 2010 tuvo mucho que ver, precisamente, su gremio: “En un escenario donde hay una enorme cantidad de personas que expresan demandas que se solapan o incluso se contradicen, pueden ocurrir varias cosas”, dice el autor, que en el 2013 cubrió para Los Angeles Times las protestas en Brasil contra el encarecimiento del transporte público. “Puede haber periodistas que actúan de buena fe, esforzándose para contar lo que pasa. Y luego están los cínicos, que simplemente dicen: ‘Están pidiendo esto’. Esta imposición de significado desde afuera fue algo recurrente en aquellos años. Y profundamente trágico”.

El periodista estadounidense Vincent Bevins, autor de 'Si ardemos'
Bevins recurre al caso de Egipto para ilustrar ese problema: los manifestantes de la plaza Tahrir de El Cairo pedían democracia. “Pero lo que democracia significaba entonces para un egipcio era muy distinto de lo que alguien en Washington pensaba al hablar de democracia en Oriente Medio”. Para los impulsores de las protestas de El Cairo, era evidente que un Egipto democrático tenía que desafiar al imperialismo estadounidense. “Por eso se quedaron en shock al descubrir que su movimiento estaba siendo interpretado como una afirmación del orden global liderado por EE.UU.”.
Bevins reconoce que era difícil interpretar aquellas protestas, no solo porque obedecían a múltiples causas, sino porque la mayoría de las movilizaciones –a menudo propulsadas por las redes sociales– no tenían un liderazgo definido. Y esto último, opina el autor, fue su principal talón de Aquiles: “Las élites tenían que creer que obtendrían algo a cambio de ceder a las demandas formuladas desde la calle. Y muchas veces no tenía sentido creer eso, porque quienes habían formulado las demandas no podían reclamar la representación de todo el movimiento”.
Bevins remarca que la horizontalidad fue clave para generar el aumento masivo de las protestas, pero terminó convirtiéndose en un serio problema: “Desde la horizontalidad es difícil coordinar tácticas y no puedes decidir quién está dentro y quién está fuera de la protesta. Nadie de los que entrevisté acabó convencido de que fuera algo bueno”.
Otra lección que el autor extrajo durante la elaboración del libro es que conviene estudiar bien el pasado, para aprender de los éxitos y fracasos pretéritos. “Tener cierto grado de estudio histórico es una herramienta muy valiosa”, asegura el periodista, que alerta de la ventaja con la que parten las élites cada vez que estalla una revuelta: “La clase dominante siempre está organizada”, dice. “Así que, si tus enemigos están preparados, tú también necesitas estarlo”.
Y, con todo este conocimiento acumulado, ¿qué espera Bevins que suceda en su país, EE.UU.?
“Trump ha logrado desorientar a la población”, responde. “Pero espero que los movimientos y las organizaciones se unan, que puedan crear una resistencia frente a los abusos del Estado. Una resistencia que no adopte únicamente la forma de protestas, sino que tome muchos otros caminos”.