El peligroso regreso a mundo de bloques como el del siglo XIX

Hegemonía

Un globo dividido entre las áreas de influencia de los presidentes Trump, Xi y Putin sería inestable e inseguro

Teddty Roosevelt, con gafas bajo la bandera, durante la guerra hispano cubana

Teddty Roosevelt, con gafas bajo la bandera, durante la guerra hispano cubana 

Dominio público

Al cabo de 120 años, pocos recuerdan la indignación provocada por la concesión del Premio Nobel de la Paz a Theodore Roosevelt, el 26º presidente de Estados Unidos y, según sus detractores, un matón partidario de la ley del más fuerte y el “Estados Unidos primero”. Aquel revuelo nos ofrece lecciones para el presente.

Roosevelt veía estabilidad en un mundo dividido en unas esferas de influencia que servían para equilibrar los intereses de las grandes potencias. En 1906, ganó el Nobel (el primero recibido por un estadounidense) gracias a que negoció un tratado de paz que recompensaba a Japón por una guerra iniciada sin previo aviso contra Rusia. La moralidad no era su guía. Roosevelt se mostró “muy satisfecho” cuando Japón hundió gran parte de la armada rusa, ya que consideraba a Rusia el principal obstáculo para las ambiciones estadounidenses en Asia. Con todo, su objetivo era evitar la derrota total de ese país. Una vez debilitada de modo conveniente, Rusia constituiría un freno útil al ascenso de Japón. Roosevelt convocó a los enviados de ambas potencias para llegar a un acuerdo por el que Rusia cedió a Japón amplias zonas de la actual China: “equilibrio de poder” en acción. En ese implacable sistema perfeccionado por la Europa decimonónica, los países grandes buscan la seguridad limitando la capacidad de una potencia para dominar a las otras. Ese mismo sistema busca limitar los conflictos atendiendo a los intereses fundamentales de los grandes Estados; en especial, en sus vecindades. Los países pequeños hacen lo que se les dice.

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Los europeos de orientación liberal se horrorizaron ante el Nobel de Roosevelt, a quien tildaron de imperialista “militarmente loco”. Recordaron su afirmación de 1904 acerca de una esfera de influencia estadounidense que se extendía desde el Ártico hasta el cabo de Hornos y que incluía un “poder policial internacional” para intervenir en cualquier lugar del hemisferio occidental. La declaración de Roosevelt se basaba en la Doctrina Monroe, una advertencia del siglo XIX a las potencias coloniales europeas para que se mantuvieran alejadas de América. Roosevelt hablaba en serio, y envió tropas con objeto de promover la revolución en Panamá y apoderarse de una parte del territorio para construir un canal de propiedad estadounidense.

Los seguidores del presidente Donald Trump detectan emocionantes paralelismos, y no sólo porque Trump ansía su propio premio Nobel. Para los partidarios del “Estados Unidos primero”, las esferas de influencia son una respuesta inteligente a un mundo lleno de problemas que Estados Unidos no puede solucionar y que no debería tener que solucionar.

Trump parece albergar una visión del hemisferio occidental propia del siglo XIX

Trump parece albergar una visión del hemisferio occidental propia del siglo XIX. Quiere que Estados Unidos sea propietario de los puertos situados a ambos extremos del canal de Panamá, que hoy pertenecen a un conglomerado chino con sede en Hong Kong. Y se muestra hostil ante las infraestructuras financiadas por China en toda América Latina. En 1895, fue Gran Bretaña la que enfureció a Estados Unidos al intentar construir una estación de cables telegráficos en una isla cercana a Brasil y reclamar tierras venezolanas en la desembocadura del río Orinoco. Grover Cleveland, secretario de Estado del presidente estadounidense, intimidó con éxito a su homólogo británico para que diera marcha atrás y explicó: “Hoy en día, Estados Unidos es prácticamente soberano en este continente, y su palabra es ley”. En cuanto a Groenlandia, los gobiernos estadounidenses hablaron por primera vez de comprar esa fría isla en 1867, aunque la excusa preferida por Trump (que Estados Unidos debe mantener los minerales de Groenlandia fuera del alcance de China) es nueva.

Si Trump cede una esfera de influencia al presidente ruso Vladímir Putin, los seguidores MAGA estarían dispuestos a defenderlo. Los partidarios del “Estados Unidos primero” coinciden con Trump en que Rusia tenía derecho a sentirse amenazada por la ampliación de la OTAN. En relación con Asia, algunos leales al presidente parecen incluso dispuestos a acomodarse a los intereses fundamentales de China. Donald Trump Jr., su hijo mayor, escribió en febrero que una política exterior basada en el “Estados Unidos primero” debería buscar “un equilibrio de poder con China que evite la guerra”, “intentando no molestar al dragón innecesariamente”.

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Durante la Guerra Fría, los bloques encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética configuraron esferas de influencia. Tras la caída de la URSS, tanto los gobiernos demócratas como los republicanos repudiaron esas esferas en tanto que deplorables vestigios del pasado y abogaron por un orden mundial liberal y abierto a todos. Marco Rubio, actual secretario de Estado, se muestra menos categórico. En marzo se le preguntó si el objetivo de Trump era llegar con China a un entendimiento por el que las dos potencias no se entrometieran en esferas de influencia ajenas. En lugar de denunciar la idea como ilegítima, Rubio respondió que “no hablamos de esferas de influencia” porque Estados Unidos es “un país indopacífico” con amigos e intereses en la región.

China niega querer una esfera de influencia y reprocha a los occidentales una “mentalidad de bloque” que intenta dividir el mundo. Pese a todo, Xi Jinping rechazó en 2014 la injerencia de terceros y afirmó que “es el pueblo asiático el que debe dirigir los asuntos de Asia”.

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Putin y Trump en un encuentro en 2019 

Susan Walsh / AP

En realidad, la nostalgia por las esferas de influencia es poco apropiada. Esos pactos no aportarían hoy estabilidad. La década de 1880 era más sencilla en varios aspectos. Un imperio podía sentirse (algo) seguro si controlaba sus propios recursos clave (como el carbón, el hierro, el petróleo, el cobre, el caucho y los cereales) y si tenía garantizados los mercados coloniales para sus exportaciones industriales. Hoy en día, los insumos indispensables son generados por cadenas de suministro que abarcan muchos continentes, y seguirá siendo así durante años. Es más, la competencia en el desarrollo de ciertas tecnologías del futuro, desde la inteligencia artificial general hasta la computación cuántica, se asemeja a una carrera armamentística en la que el ganador se lo lleva todo. Hasta que no se ganen esas carreras, ni Estados Unidos ni China podrán sentirse seguros en su propia esfera económica.

En comparación con la situación de hace un siglo, muchos países de rango medio son demasiado fuertes para ser obligados a someterse, incluso suponiendo que las grandes potencias pudieran ponerse de acuerdo acerca de dónde empiezan y dónde terminan los nuevos bloques. Polonia y Corea del Sur tienen trágicas historias de división por parte de otros. En la actualidad, los políticos de ambos países se preguntan en voz alta sobre la necesidad de poseer arsenales nucleares.

Trump no es Teddy Roosevelt. Si fuera un maestro de la política rooseveltiana capaz de moderar las políticas de las esferas de influencia con un realismo basado en el equilibrio de poder, temería un armisticio en Ucrania que fortaleciera peligrosamente a Rusia. Si se centrara en negar la hegemonía de China en Asia, provocaría menos disputas inútiles con los aliados de esa región y planificaría las guerras comerciales con China de forma menos impulsiva. El cinismo sin habilidad no es la forma de colocar a Estados Unidos primero.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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