Donald Trump visitó anoche a los soldados de la Guardia Nacional, policías locales de Washington y agentes migratorios desplegados en la capital de Estados Unidos, les agradeció su trabajo, comió pizza con ellos y aseguró que se quedarán en la ciudad “un largo tiempo” y también irán “a otros lugares”, en referencia velada a ciudades gobernadas por demócratas, como Nueva York o Chicago.
Por la noche, tenía previsto salir a patrullar las calles de Washington, ofreciendo a sus vecinos la imagen más simbólica de que la capital ya no les pertenece a ellos, sino a un autócrata al que tan solo votó el 6,6% de sus ciudadanos. Sin embargo, finalmente volvió a la Casa Blanca tras saludar a las tropas.
Desde que hace diez días el Gobierno Federal tomó unilateralmente el control de la policía local de Washington y comenzó a desplegar a cientos de soldados de la Guardia Nacional (unos 800 del Distrito de Columbia y otro millar llegados de otros seis estados), “hemos tenido unos resultados increíbles, parece una ciudad distinta”, celebró en una arenga a las fuerzas del orden desde la sede de la policía en Anacostia, uno de los barrios más peligrosos de la capital.
Donald Trump, presidente de EE.UU.
“Me han dado las gracias personas que literalmente no habían podido ir a un restaurante en cuatro años”
El presidente se atribuyó las cifras que, desde antes de su toma de la ciudad, muestran que el índice de criminalidad se ha reducido a mínimos históricos en tres décadas. “Nunca había recibido tantas llamadas dándome las gracias por lo que hemos hecho en Washington, de personas que literalmente no habían podido ir a un restaurante en cuatro años”, exageró Trump, justificando su política, amparada en que el crimen estaba antes “fuera de control”.
Si bien es cierto que en Washington hay delincuencia –ocupa el puesto número 11 de las ciudades de EE.UU.– los delitos violentos han descendido desde el pico postpandemia y han caído un 25% este año. El problema de seguridad en Washington no es generalizado: la mayoría de delitos violentos de producen en el sureste de la ciudad; sin embargo, Trump ha enviado a la policía y a la Guardia Nacional a patrullar especialmente vecindarios cercanos al centro, en la parte más turística de la capital.
De hecho, desde la toma federal de Washington, los vecinos no se han sentido más seguros, más bien al contrario, especialmente los inmigrantes. “Mis padres ya no se atreven a salir a la calle por miedo a que los secuestren, la migra está por todos lados”, lamentó Ana María, una vecina del barrio de Adams Morgan nacida en EE.UU. y de padres salvadoreños sin ciudadanía, temerosos de los agentes del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), que están acompañando a la policía en algunas de sus actuaciones.
En la última semana, los agentes federales ya han detenido a más de 600 personas (incluidos 250 inmigrantes “ilegales”) en Washington, considerada “ciudad refugio” para los simpapeles y las personas sin hogar. Una de sus estrategias está siendo acompañarlos en paradas de tráfico para que, cuando la policía pida el permiso a un conductor, puedan usar esa información para determinar su estatus migratorio y detenerlo si está en situación irregular. Esta táctica está siendo usada en muchas ocasiones contra los repartidores de comida a domicilio, un trabajo que suelen hacer inmigrantes.
Pero la toma de las calles de Washington no solo persigue el objetivo de intimidar a los inmigrantes, también el de ejercer la autoridad del presidente sobre la capital demócrata, lo que sirve de aviso a otras ciudades de tendencia progresista. Con estas acciones, sigue el ejemplo del polémico despliegue de la Guardia Nacional en Los Ángeles, contra la autoridad del gobernador de California, Gavin Newsom, para reprimir las protestas contra sus redadas migratorias.
Para hacerlo en Washington, y para federalizar a la policía local, se ha servido de una ley de los años setenta que permite hacerlo al presidente en “condiciones especiales de naturaleza de urgencia”, que considera que se dan en la ciudad.

El presidente Donald Trump reparte pizza mientras conversa con agentes de la ley y soldados de la Guardia Nacional.
Disiente la alcaldesa demócrata, Muriel Bowser, que ayer sacó pecho de su “eficaz” acción contra el crimen. “Nuestro departamento de policía ha estado reduciendo de manera constante y drástica la delincuencia en los últimos dos años”, dijo. Y señaló que la orden de la fiscal general, Pam Bondi, que obliga a la policía local a cooperar con los agentes federales está “casi exclusivamente centrada en la aplicación de la ley de inmigración y en el control de campamentos de personas sin hogar”, más que en combatir la delincuencia.
Según una encuesta del Washington Post, el 79% de los residentes del Distrito de Columbia se opone a la política punitiva del presidente. Según otro sondeo del mismo medio, el 31% considera que el crimen es un problema serio en la ciudad, menos que el 50% que así lo opinaba en mayo y del 65% que respondió hace un año en este sentido.
La visita de Trump al cuartel policial se topó con tímidas protestas. Un recibimiento similar tuvo el miércoles el vicepresidente J.D. Vance cuando fue a visitar a los soldados de la Guardia Nacional desplegados en la estación de tren de Union Station. Vance, que además de hablar con los soldados y hacerse fotos, les invitó a comer hamburguesas, fue recibido con gritos de “libertad para Washington” o “de Washington a Palestina, la ocupación es un crimen”. El vicepresidente justificó la presencia de militares en una estación de tren porque el lugar acoge a “vagabundos, drogadictos, personas sin hogar crónicas y enfermos mentales”.