Alemania, el motor gripado

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La voluntad de Merz de recortar el Estado del bienestar pone a prueba al gobierno de coalición

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El canciller alemán, Friedrich Merz, este miércoles en Berlín 

Fabrizio Bensch / Reuters

La atención de Europa va a estar centrada la próxima semana en gran medida en París, donde el Gobierno de François Bayrou -salvo un giro de guion improbable- tiene los días contados. Solo habrá durado nueve meses, aunque ya será el triple de lo que duró Michel Barnier. Las perspectivas no son mejores hoy que entonces. Tanto si el presidente Emmanuel Macron nombra un nuevo primer ministro como si disuelve otra vez la Asamblea Nacional y convoca elecciones anticipadas -por segunda vez, un año después-, Francia va a agudizar de forma alarmante su inestabilidad política en medio de serias dudas sobre la salud de sus finanzas públicas y de una creciente contestación social. Al otro lado del Rhin, por comparación, Alemania parece más sólida. Sin embargo, la situación es asimismo inestable. El canciller Friedrich Merz, a la cabeza de un gobierno de coalición dividido y con una popularidad por los suelos, enfrenta una situación económica difícil y una agitación política al alza.

Merz, que tomó posesión como canciller en mayo pasado, ha planteado en Alemania una auténtica revolución, al romper el tabú del endeudamiento público flexibilizando las normas para triplicar en los próximos cuatro años los gastos de defensa -hasta 152.800 millones de euros en 2029- y dotar un fondo especial para invertir 500 000 millones de euros en la renovación de sus maltrechas infraestructuras en los próximos doce años. Habrá que ver dónde conduce todo esto en materia de finanzas públicas a medio y largo plazo, pero el punto de partida no puede ser mejor: gracias a un rigor presupuestario extremo, Berlín cerró el año 2024 con un déficit del 2,8% y una deuda en torno al 62% del PIB, poco que ver con los parámetros franceses (5,8% y 114%, respectivamente)

La economía alemana se contrajo un 0,3% el primer trimestre y los parados son ya más de 3 millones

La situación general de la economía, sin embargo, ofrece un horizonte mucho más sombrío. La semana pasada, la Oficina Federal de Estadística anunció que el PIB alemán experimentó en el segundo trimestre de este año una contracción del 0,3 %, superior a la prevista. Alemania, en recesión desde hace dos años -y con la economía estancada desde 2019-, es el país europeo en peor situación en este sentido. El Consejo de Expertos en Economía -organismo asesor del Gobierno federal- ha pronosticado para 2025 un estancamiento y solo un ligero repunte del 1% -y aun no seguro- en 2026. Para acabar de redondear el panorama, este agosto se franqueó el umbral psicológico de los tres millones de parados, algo que no sucedía desde hace una década.

El modelo económico alemán, basado en una potente industria exportadora dopada tradicionalmente con fuentes de energía baratas -el famoso gas ruso, ahora prácticamente interrumpido-, está en crisis. La pandemia de 2020, la guerra de Ucrania en 2022, la competencia creciente de China y el radical giro proteccionista de Estados Unidos con el retorno de Donald Trump este año a la Casa Blanca han sido letales, sobre todo para la industria automovilística, su punta de lanza. En buena medida, el esfuerzo inversor decidido por el Gobierno federal -más allá de reforzar la defensa frente a la amenaza de Rusia, que incluye aumentar los efectivos del ejército- busca reactivar la actividad económica. Lo que la economista Dalia Marin, de la Universidad Técnica de Múnich, ha designado en Le Monde como “keynesianismo militar”.

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Automóviles alemanes listos para la exportación 

CHRISTOF STACHE / AFP

El gran interrogante es cómo va a pagarse todo esto, dado que para Alemania el endeudamiento público incontrolado sigue siendo poco menos que una enfermedad (recordemos que, en alemán, deuda y culpa tienen la misma raíz: schuld) Y aquí, Friedrich Merz ha hecho ya su elección: reacio a subir los impuestos, el canciller ha puesto la proa contra el gasto social. En un discurso pronunciado el 30 de agosto ante la conferencia de la CDU en Osnabrück, el canciller aseguró que el Estado del bienestar del que ha disfrutado hasta ahora Alemania “ya no es financieramente sostenible” y abogó por aprobar medidas “dolorosas”. “Llevamos años viviendo por encima de nuestras posibilidades”, dijo, utilizando una frase muy en boga en Francia.

Según el cálculo del ministro de Finanzas, Lars Klingbeil, el agujero que hay que llenar, por una vía u otra, es de 30.000 millones de euros a partir de 2027. Pero el menú para llevarlo a cabo no será fácil de ejecutar. Los socialdemócratas del SPD, sus socios de gobierno, han denunciado lo que consideran un intento de desmantelar el Estado social y proponen, por el contrario, un aumento de los impuestos a los más ricos. El debate promete ser áspero: la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales, Bärbel Bas, calificó el alarmismo sobre el Estado del bienestar de bullshit (mierda)…

Merz, con un apoyo del 32%, es mucho más impopular que sus antecesores

Tampoco será fácil que los alemanes acepten sin rechistar los recortes (por más que difícilmente salgan a incendiarlo todo como suelen hacer los franceses). Friedrich Merz, en lo poco que lleva en la Cancillería, no parece haber logrado convencer a la opinión pública, que no le da mucho crédito: a los cien días, su popularidad estaba en un escaso 32%, muy por detrás de la que tuvieron en el mismo periodo sus predecesores, Olaf Scholz (56%) y Angela Merkel (74%). Más inquietante es la agitación social que reflejan los sondeos de intención de voto.

Las encuestas indican que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), de resabios neonazis, empataría en cabeza con la propia CDU, con un 25% de apoyo, y algunos sondeos la sitúan incluso como la fuerza política más votada, con el 26%. Algo impensable en Alemania desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero un fenómeno que se está detectando asimismo en Francia y en el Reino Unido. Poco consuelo.

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· Prueba de fuego para una pareja. En dificultades ambos, Friedrich Merz y Emmanuel Macron tienen una excelente sintonía personal, que pretenden aprovechar para revitalizar la decaída pareja francoalemana. En el 25º Consejo de Ministros Franco-Alemán, celebrado el 29 de agosto en la población francesa de Toulon, ambos mandatarios se mostraron decididos a superar los desacuerdos que les han lastrado en los últimos años -Berlín y París mantienen serias discrepancias en materia de política comercial, energía o defensa- y dar un nuevo impulso a su cooperación.

Uno de los recientes puntos de fricción es el concerniente al desarrollo del nuevo avión de combate FCAS (Future Combat Air System), compartido por Alemania, Francia y España, que a partir del 2040 debería sustituir a los cazas Rafale franceses y a los Eurofighters alemanes y españoles. El conflicto viene de la pretensión del fabricante francés Dassault -que participa en el proyecto junto a Airbus e Indra- de controlar el 80%. En Toulon, el asunto desapareció por completo de las conclusiones en materia de seguridad y defensa, como no estuviera oculto bajo la decisión de “restablecer” un “grupo de trabajo” para coordinar las cuestiones de cooperación en materia de armamento.

Acuerdo comercial UE-Mercosur, un pacto a medida de los países industriales

La gran prueba de fuego va a venir ahora con el acuerdo comercial entre la Unión Europea y los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), un pacto que ha tardado medio siglo en concretarse y que está lejos de suscitar la unanimidad en Europa. Bruselas calcula que el tratado abrirá a los productos europeos un mercado de 700 millones de consumidores y permitirá aumentar un 39% las exportaciones, por un valor de 49.000 millones de euros. Una oportunidad de oro a la vista de los aranceles impuestos por EE.UU. a las exportaciones comunitarias.

El del Mercosur es un acuerdo a la medida de los países industriales -Alemania en cabeza- que puede perjudicar a los países agrícolas -con Francia entre ellos-. Hasta ahora París había rechazado ratificar el tratado, pero al parecer las cláusulas de salvaguarda introducidas por Bruselas habrían desatascado el asunto, hasta el punto de que la Comisión ha decidido esta semana lanzar el proceso de ratificación. Habrá que ver, sin embargo, qué pasa en Francia cuando la tensión social aumente y con un Parlamento mayoritariamente a la contra.

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