Fuera de Francia, donde ya prácticamente nadie le encuentra ninguna gracia, Emmanuel Macron conserva todavía cierto crédito político. A falta de una Unión Europea cohesionada, el presidente francés -secundado por el británico Keir Starmer y el alemán Friedrich Merz- se ha erigido en uno de los principales portavoces de Europa ante el mundo y en un actor esencial en la defensa de Ucrania frente a la agresión rusa y la indiferencia norteamericana. Sin embargo, el activismo internacional del inquilino del Elíseo esconde un gigante con pies de barro.
Francia arrastra desde hace algo más de un año una situación de acusada fragilidad política, culpa del propio Macron al decidir un catastrófico adelanto electoral que condujo a un Parlamento fragmentado y un Gobierno en minoría. Desde entonces, los sucesivos primeros ministros han chocado contra ese muro. El último, el democristiano François Bayrou -el más impopular de los cuatro jefes de Gobierno que se han sucedido hasta ahora en el segundo mandato de Macron-, ha decidido jugárselo todo a una carta… Lanzándose directamente al vacío.
Víctima de la misma atracción fatal por el abismo que Macron demostró el año pasado (y con idéntico argumento: la necesidad de “clarificación”), Bayrou anunció esta semana su decisión de someterse a una moción de confianza en una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional el próximo día 8. Su objetivo formal, recibir el aval de la Asamblea Nacional a su plan de austeridad para el 2026. Pero no tiene ninguna opción. El resultado está más que cantado: la extrema derecha y la izquierda en bloque -incluyendo a los socialistas- han anunciado que votarán en su contra, con lo que a Bayrou y su gobierno le quedan tan solo diez días de vida. La jugada agravará sin duda la crisis política y económica en Francia. Y es una mala noticia para Europa.
Hay quien sospecha que Bayrou se prepara en realidad para optar al Elíseo en 2027
(Hay quien desconfía de las motivaciones reales de Bayrou y sospecha que con este espectacular harakiri busca sentar las bases de una eventual candidatura al Elíseo en las elecciones del 2027, a las que Macron no se puede presentar. Líder del pequeño partido Movimiento Democrático, heredero de la UDF de Giscard D’Estaing, el todavía jefe del Gobierno francés siempre ha soñado con ser presidente. En 2007 sacó su mejor resultado: quedó en tercer lugar, tras Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, con el 18% de los votos)
Lo que es cierto, en todo caso, es que el día 8 el primer ministro y su Gobierno caerán a causa de la amplia oposición que ha suscitado su plan de austeridad. Un plan que puede ser discutido en su alcance y contenido pero cuya necesidad difícilmente se puede objetar. Francia lleva décadas gastando más de lo que puede. La deuda pública acumulada alcanza ya los 3,4 billones de euros (el 114% del PIB) y el déficit sigue disparado en el 5,8%, muy por encima del 3% exigido por la norma europea. “Durante veinte años, cada hora de cada día y de cada noche se ha incrementado la deuda en 12 millones de euros adicionales”, ha ilustrado Bayrou, quien lleva décadas clamando contra el endeudamiento excesivo. Para frenar esta deriva su plan propone ahorrar 44.000 millones en un año, entre recortes del gasto y subida de impuestos.
El problema es cómo. A falta de más detalles, se sabe que el Gobierno propone congelar las pensiones y los salarios públicos, así como las prestaciones sociales, además de suprimir dos días festivos al año. La percepción de la sociedad francesa es que van a acabar pagando los mismos de siempre, mientras que los más ricos -Macron es quien suprimió el impuesto sobre la fortuna- vuelven a salirse de rositas. Bayrou se enfrenta pues a un rechazo generalizado, que la práctica política francesa de tirar adelante sin buscar acuerdos con otros partidos -pese a estar en minoría- aboca necesariamente al fracaso.

Publicaciones en las redes sociales llamando a la jornada de movilización del día 10 bajo el eslogan “Bloqueemos todo”
En un intento por ganarse el favor de la opinión pública y de obtener árnica del Partido Socialista, apelando a su responsabilidad como fuerza de gobierno, el Ejecutivo no ha dudado en exagerar la realidad y adoptar un discurso alarmista, lo que no ha hecho más que agravar la situación. El ministro de Economía, Éric Lombard, tuvo que dar rápidamente marcha atrás tras haber advertido del riesgo de que Francia pudiera ser sometida a tutela por el Fondo Monetario Internacional (FMI). La bolsa, lógicamente, cayó, mientras los tipos de interés que paga Francia por su deuda subieron hasta el 3,51%, por encima de los de Grecia.
No parece que la elección del día 8 por parte de Bayrou para someterse a la moción de confianza sea casual. Dos días después, el 10, diversos colectivos de identificación política difusa han convocado a través de las redes sociales un gran movimiento de protesta al grito de “Bloqueemos todo”, donde llaman a la huelga general y la desobediencia civil, con ocupación de edificios, corte de autopistas y boicot a los grandes supermercados, entre otras acciones. No está claro qué seguimiento puede tener la jornada -a la que se ha sumado La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon- pero si algo enseñó la crisis de los ‘chalecos amarillos’ es que un movimiento de este tipo puede hacerse popular en poco tiempo y prender en todo el país. Aparte de eso, los sindicatos ya empiezan a preparar su propio calendario de movilizaciones otoñal…
En medio de esta efervescencia, Macron deberá tomar una decisión crucial. ¿Nombrar un nuevo primer ministro con el riesgo de que tarde o temprano acabe como François Bayrou o su antecesor, Michel Barnier? ¿O volver a disolver la Asamblea Nacional, cosa que puede hacer tras haber superado el plazo constitucional de un año, y convocar nuevas elecciones anticipadas, que podrían arrojar un resultado similar o peor que el del 2024? Los últimos sondeos dibujan un escenario parecido, con el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen otra vez en cabeza, con un 36% de los votos; seguido del Nuevo Frente Popular (suponiendo que volviera a presentarse unido), con un 25%, y de nuevo en tercer lugar la coalición gubernamental macronista, con un 18%. Hay opiniones y quinielas para todos los gustos. Lo único que parece descartado es que Macron renuncie a su cargo y abandone el Elíseo antes de hora.
· Aranceles, tregua provisional. La Unión Europea y los Estados Unidos firmaron finalmente el pasado día 22 el documento que plasma el acuerdo comercial alcanzado entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente norteamericano, Donald Trump, en Escocia. Los europeos acabaron aceptando la imposición de unos aranceles del 15% sobre sus exportaciones a EE.UU. -de los que finalmente no se ha librado ningún sector- en la confianza de que, pese a ser lesivo para sus intereses, daría estabilidad y previsibilidad a las relaciones comerciales con Washington. Nada más lejos. Trump ha vuelto a atacar amenazando con nuevas tasas aduaneras si la UE no levanta las regulaciones y los impuestos a las tecnológicas.
· Crisis en los Países Bajos por Israel. El Gobierno de los Países Bajos lleva ya varios meses en funciones, desde que en junio el líder de la extrema derecha, Geert Wilders, se retiró de la coalición cuatripartita debido a una disputa sobre la política migratoria. La puntilla al actual Ejecutivo en minoría ha sido fruto de la división que existe en el país -como en Europa- sobre cómo reaccionar a las masacres cometidas por Israel en Gaza. La negativa de una parte del Gobierno a adoptar sanciones contra el gabinete de Beniamin Netanyahu provocó esta semana la dimisión en cadena de cuatro ministros y cuatro secretarios de Estado. Las próximas elecciones serán a finales de octubre.
· Fusiones bancarias bloqueadas. La Comisión Europea es una firme partidaria de crear grandes campeones europeos en todos los sectores, uno de ellos el bancario, y junto con el Banco Central Europeo (BCE) alienta con este fin las fusiones entre entidades. Preferiblemente, aunque no únicamente, transnacionales. Por esta razón Bruselas ha dado un toque de atención a España por las condiciones que ha impuesto al BBVA para autorizar su opa sobre el Banc Sabadell. Pero los movimientos en el interior de cada país ocultan a veces un problema más grave, como es el bloqueo por motivos nacionalistas de operaciones intereuropeas. Así, Alemania ha bloqueado el intento del banco italiano Unicredit de hacerse con el control del Commerzbank y Portugal ha vetado la adquisición del Novo Banco por parte de CaixaBank.