Macron está condenado a quedarse

Análisis

Macron está condenado a quedarse
Redactor jefe de Internacional

Macron eligió en diciembre del 2024 al centrista François Bayrou para confeccionar un presupuesto que abordara los desequilibrios de la economía que tanto inquietan a los mercados financieros, hasta el punto de evocar (de manera exagerada) la llegada de los hombres de negro del Fondo Monetario Internacional para aplicar una cirugía radical. Francia tiene una deuda que supera el 114% del PIB y un déficit que está por encima del 5,4%. La prima de riesgo, que mide la confianza de los mercados financieros en el país está en el 3,48%, cerca de la de Italia. Para todo ello, Bayrou era un centrista con cierto prestigio para alcanzar consensos, una personalidad sin aristas, un negociador. Aparentemente.

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François Bayrou y Emmanuel Macon en julio 

Tom Nicholson / Ap-LaPresse

Han pasado nueve meses y Bayrou ha explicado en público las dificultades de una economía que el presidente Macron nunca ha querido reconocer. Ha propuesto recortes por un valor de 44.000 millones, entre ellos una impopular desaparición de dos días festivos, lo que ha enfurecido a la opinión pública. Y no ha negociado nada, o no ha emitido signos de querer hacerlo, para perplejidad de los partidos que están en la Asamblea Nacional. Bayrou, como Michel Barnier antes que él, ha colisionado con unos presupuestos y una ecuación parlamentaria imposible de resolver. Y ante la llegada de una jornada de protesta popular que puede ser masiva (prevista para el 10 de septiembre) ha preferido hacerse el harakiri.

De entre las grandes democracias, Francia es el país en el que la cólera social se expresa de manera más franca. En 2018 fue el movimiento de los chalecos amarillos, desencadenado por unas políticas fiscales y medioambientales que desataron la ira de la Francia periférica, que se sentía abandonada. Ahora, después del paréntesis que han supuesto los años de la Covid, que trajo un importante gasto social, esa cólera ha vuelto. Mañana 10 de septiembre, se volverá a expresar a través del “¡Bloqueemos todo!”, un movimiento con un nombre explícito que ha sido alimentado desde la izquierda más activista y al que no es ajeno la Francia Insumisa, pero del que se desconoce el impacto que pueda tener.

Francia es la democracia en la que la cólera social se expresa de manera más franca

Francia adolece del mismo problema que otras democracias occidentales. Tiene una elite y unos partidos liberales que son incapaces de encarar las cuestiones que más angustian al electorado: la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, la carestía de la vivienda y la inmigración, sea legal o ilegal. Unas preocupaciones que se completan con la percepción de que esas elites se han olvidado de los problemas de la gente. En ninguna parte como en Francia las clases medias asustadas se expresan, ante cualquier movimiento de reforma, como esas mujeres de mediana edad que cuentan con convicción ante las cámaras de los medios que están luchando “por los derechos por los que lucharon nuestros padres”.

Es también en Francia donde ese bloqueo social se visualiza con mayor transparencia en un parlamento dividido en tres bloques. La izquierda, escindida a su vez entre el Partido Socialista y el bloque radical de la Francia Insumisa; la extrema derecha de Marine Le Pen, y el centro, en el que están los náufragos de la derecha tradicional y el centro izquierda del partido de Macron. El malestar de la calle se reparte entre los dos bloques extremos, y la elite liberal confía en ese centro que mengua cada vez más y que parece incapaz de arrancar algún tipo de consenso para aprobar las reformas necesarias. Las que sean.

No siempre fue así. Francia tenía un sistema político en el que el centro izquierda y el centro derecha campaban entre grandes mayorías y los radicales habitaban los márgenes. Pero llegó Emmanuel Macron en 2017, un hombre que venía de la banca de inversión y el más prometedor de la generación de políticos liberales. Surgido del partido socialista, la estrategia de futuro de Macron pareció infalible. Dejó exangüe al partido socialista del que procedía y jibarizó la derecha tradicional a fuerza de plagiar algunas de sus políticas. Se quedó solo. Se convirtió en el único contendiente de una Marine Le Pen en ascenso. O yo o el caos.

Y la apuesta salió mal. En estos nueve años el Reagrupamiento Nacional ha seguido escalando posiciones y las reformas que Macron prometía, en particular la de las pensiones, se han estrellado contra esa cólera social que nadie sabe cómo apagar.

No solo eso. El 30 de junio de 2024 cometió el error de cálculo de su vida. Después de perder las elecciones europeas frente al Reagrupamiento Nacional, y en una decisión en la que todavía hoy no se sabe si consultó a alguien más que a sí mismo, disolvió la Asamblea Nacional para suturar de forma definitiva la herida abierta. El resultado fue justo el contrario. El Reagrupamiento Nacional quedó segundo (por detrás de la coalición del Frente Popular, pero como primera fuerza), muy por delante del partido del presidente. Desde entonces son como los bárbaros que llaman a las puertas de Roma esperando el momento oportuno para entrar y saquearla.

Hoy Macron se refugia en la escena internacional. Lleva con elegancia y convicción el estandarte europeo en la guerra de Ucrania y es el más firme defensor de Europa, capaz de grandes discursos frente a esos dos ogros devoradores de niños que son Vladímir Putin y Donald Trump. Con el brillo que da el estar al frente de un país que fue una gran potencia en la primera mitad del siglo XX y que tiene armas nucleares. Pero ahí se acaba su habilidad. En el plano doméstico, Macron ha consumido a seis primeros ministros: Édouard Philippe, Jean Castex, Élisabeth Borne, Gabriel Attal, Michel Barnier y ahora François Bayrou.

¿Qué tiene que hacer Emmanuel Macron? Sin ninguna duda: contenerse, no volver a las decisiones geniales. Debe quedarse. Está condenado a quedarse y encontrar un primer ministro que le apruebe los presupuestos. Francia no tiene elecciones presidenciales hasta el 2027 y legislativas hasta el 2029. Si lo hiciera, si adelanta esas elecciones, le entregaría el gobierno o la presidencia a Jordan Bardella (número dos de una Marine Le Pen que no puede presentarse por un caso de corrupción política). Debe quedarse y pensar menos en él y en sus circunstancias y más en el futuro del país y en el futuro de una Europa que, esta vez sí, no podría soportar la victoria de la extrema derecha en uno de sus estados fundacionales.

Macron debe pensar menos en sí mismo y en sus circunstancias y más en el futuro de Francia y Europa

Las últimas encuestas le dan al partido de Marine Le Pen un apoyo del 33%, ocho puntos por delante del Frente Popular, que agrupa a la izquierda y 17 puntos por delante del crepuscular partido de Macron. Una victoria de Marine Le Pen por vía directa o interpuesta, supondría el final de la Unión Europea tal y como la hemos conocido. Ella ya lo ha dicho, sería el regreso de la Europa de las Naciones, en la que cada política debe consensuarse entre las diferentes capitales. Y eso, en este periodo de desorden internacional, con una Rusia al acecho, ávida de ganar influencia en el continente, y que financia en parte ese malestar a través de las redes sociales, sería un suicidio.

Macron está condenado a quedarse y a arreglar como pueda las grietas que tiene en casa. Las opciones son mínimas, pero debe buscar un nuevo primer ministro y, si es necesario, optar por la solución italiana, buscar un tecnócrata que se limite a llevar las cuentas y a ganar tiempo.

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