La expresidenta del Tribunal Supremo, Sushila Karki, ha jurado a última hora del viernes el cargo de primera ministra interina de Nepal. Su elección llena el vacío de poder en un país aún conmocionado por las sangrientas protestas del lunes y el martes, que forzaron la dimisión del jefe de gobierno, KP Sharma Oli.
El nombre de Karki había sido barajado en los primeros contactos entre el jefe del Ejército, general Ashok Raj Sigdel, y los promotores de las protestas juveniles anticorrupción. Sin embargo, varios de estos rechazaron a la exjueza de 73 años, en beneficio de sus propios candidatos, populares en las redes. Finalmente, se ha impuesto la opción más sensata, aunque sigue habiendo divergencias sobre la salida del actual atolladero.
Nepal no terminará la semana siendo más democrático que como la empezó, pero sí bastante más pobre. Las compañías aseguradoras estiman que la destrucción y saqueo de patrimonio público y privado a lo largo del martes pasado, al amparo de las protestas, superará de largo las pérdidas por el terremoto de 2015. La humareda de las últimas cremaciones -cincuenta y una víctimas mortales- suplantaba este viernes a la de la ola incendiaria que arrasó hoteles, supermercados, viviendas, residencias oficiales, sedes partidistas y prácticamente todos los centros neurálgicos del poder.
La austera Sushila Karki, desde hoy primera ministra interina de Nepal, en una foto de archivo como presidenta del Supremo, junto al entonces primer ministro Prachanda, en 2017.
Mientras tanto, empiezan a aflorar las voces que cuestionan el papel arbitral, cuando no rector, que se ha arrogado el ejército. Algo habitual en Bangladesh o Pakistán pero inédito en India y, hasta esta semana, en Nepal. El general Raj Sigdel, además, se cuidó de grabar el mensaje más importante emitido en la República de Nepal en mucho tiempo con una imagen en segundo plano del rey fundador de la dinastía Shah. La misma depuesta en 2008 por la actual casta política, que trajo la república democrática, constitucional, laica y federal, no sin antes convertir el Ejército Real en Ejército a secas.
Un detalle que no ha pasado inadvertido para las juventudes de las actuales fuerzas políticas, que además escuchan con alarma propuestas de disolución de los partidos que parecen sacadas del baúl de los recuerdos. Así se les escamoteó la democracia a los nepalíes entre 1961 y 1990.
Hoy Nepal vuelve a estar en una encrucijada. Tanto el Tribunal Supremo como el Palacio Presidencial -y hasta el domicilio particular del presidente- huelen todavía a chamusquina, tras haber sido incendiados “por incontrolados”. Pese a ello, en la tierra natal de Buda, tanto el presidente Ramchandra Paudel como la expresidenta del Supremo tendían hoy la mano -como ayer- a los líderes de la protesta. Estos lamentaron el nivel de destrucción -que alcanzó, por ejemplo, a 24 hoteles, fundamento de la economía nepalí- cargándole la culpa a “infiltrados”.
Al amparo del caos, más de una docena de cárceles fueron allanadas, dejando en libertad a más de 13.500 presos comunes. Entre ellos, por desfalco, otro de los nombres que circulaba hasta hace unas horas para liderar el país: El expresentador televisivo, jefe de su propio partido, Rabi Lamichhane.
Otro político atípico, Balendra Shah -un rapero con gafas de sol al que las redes sociales elevaron a la alcaldía de Katmandú- también estaba en las quinielas. Hasta que otro alcalde mimado por las redes, Harka Sampang, le ha tratado de “cobarde” por no haber pisado la calle durante todos estos días de vértigo en la capital. También más allá, ya que la lista de hoteles saqueados o arrasados va más allá del valle de Katmandú, alcanzando a Pojara, Butwal, Bhairahawa, Jhapa, Biratnagar, Dhangadhi, Mahottari y Dang-Tulsipur,
Pira funeraria en Pashupatinath, Kathmandú, este viernes
Mientras tanto, una federación cívica muy respetada en Nepal, Brihat Nagarik Andolan, ha cuestionado las intenciones del Ejército y ha advertido de “complots contra la república federal”. Su comunicado estima que “sobre los cuerpos de los mártires del movimiento Gen-Z, se está levantando una grave conspiración, con mediación del ejército, para restaurar la monarquía y abolir el laicismo, el federalismo y el sistema inclusivo y proporcional de representación”.
Antes de las manifestaciones “anticorrupción” de esta semana, la primavera pasada, hubo dos muertos en una manifestación a favor de la restauración de la monarquía en Katmandú, en que los antidisturbios vaciaron cerca de ochocientos cartuchos de gases lacrimógenos. Al impopular rey derrocado en 2008, Gyanendra, hasta se le organizó una bienvenida multitudinaria en el aeropuerto de la capital, aunque aterrizaba en un vuelo nacional con origen en la cercana Pojara. El movimiento para que Nepal vuelva a ser un reino hindú unitario -testimonial en las urnas- contaría con la simpatía del nacionalismo hindú en el poder en India. El general Ashok Raj Sigdel, visiblemente, les está dando juego en las negociaciones, como si fueran parte de la contestación, a pesar de las protestas de otros interlocutores.
No está claro que las voces de mayor exigencia democrática se den por satisfechas con el traspaso de poder a Sushila Karki, aunque la preceda la fama de integridad. Esta ha jurado el cargo a las 9 de la noche, hora local, para mantener las formas, ante el vapuleado presidente Paudel. Como ella, vinculado originalmente al Partido del Congreso. Se le ha permitido hacerlo a pesar de que, según la Constitución nepalí, solo quien sea diputado -no era su caso- puede optar a primer ministro.
En cualquier caso, el Parlamento queda disuelto. Suplantando a la soberanía popular, Karki y otras dos personas -cuyo nombre aún no ha trascendido- actuarán como gobierno interino, con el objeto de preparar nuevas elecciones en el plazo de seis meses, bajo condiciones aún por determinar.
Si la revuelta juvenil de Bangladesh de hace dos agostos sirve de modelo, ciertamente hay motivos para el desaliento y el escepticismo. Pese al tiempo transcurrido desde el desalojo “popular” de la primera ministra Sheij Hasina, el gobierno interino bengalí no ha sido refrendado, ni tiene intención de convocar elecciones antes de abril, veinte meses después de aquella supuesta esperanza de regeneración democrática.
Hace un año, el exjefe guerrillero y luego primer ministro, Pushpa Kamal Dahal, “Prachanda”, desató una tormenta política al advertir de que había que sacar lecciones de lo ocurrido en Bangladesh. Su excamarada de gobierno KP Sharma Oli -que acababa de defenestrarlo en favor del Partido del Congreso- le contestó que “esos intentos de promover la anarquía no funcionarán en Nepal. No somos una fotocopiadora”. Este martes las casas de ambos, Oli y Prachanda, eran pasto de las llamas.
