Trump propone a Starmer que use el ejército para frenar la inmigración

Visita de Estado al Reino Unido

El presidente norteamericano se muestra “decepcionado” con Vladímir Putin

U.S. President Donald Trump listens as British Prime Minister Keir Starmer speaks during a press conference following their meeting at Chequers, near Aylesbury, Britain, September 18, 2025. REUTERS/Kevin Lamarque

Donald Trump y Keir Starmer, en la conferencia de prensa conjunta que puso punto final a la visita de Estado del presidente de EE.UU

Kevin Lamarque / Reuters

Conforme el helicóptero Marine One surcaba el cielo de Buckinghamshire en otra tarde gris de finales del verano inglés, con el presidente Trump a bordo al término de su visita de Estado al Reino Unido (además de misiles defensivos y los más modernos sistemas de bloqueo de radar y navegación por satélite), el primer ministro británico Keir Starmer y todo su equipo hicieron dos cosas, por este orden: respirar de alivio y sacar de la nevera el champán (en este caso espumoso inglés) para brindar. No se había producido ningún desastre.

De todos los adjetivos más utilizados para describir al titular de la Casa Blanca según los sondeos y la inteligencia artificial (incompetente, arrogante, narcisista, infantil, egocéntrico, ignorante, autocrático, demagogo, sexista, peligroso, inmoral...), el que no figura en la lista es aburrido. Impredecible sí (por eso Starmer tenía miedo de que saliera por peteneras en la conferencia de prensa final), pero aburrido desde luego no.

“Creí que resolver el conflicto de Ucrania sería fácil pero no lo es”, dice Trump al admitir su error de cálculo

Trump, en el encuentro con los periodistas que puso la guinda a su viaje, estuvo, para lo que es él, como si se hubiera tomado un cóctel de pastillas para dormir, o tal vez fuera por el jet lag, evitando la polémica y la confrontación incluso con la decisión de Londres de reconocer el Estado palestino en los próximos días (“Me temo que en eso no estamos de acuerdo”, dijo con una discreción impropia de su persona).

Los periodistas británicos y norteamericanos invitados a la conferencia de prensa hicieron todo lo posible por aguijonearlo, sacando los nombres de Jeffrey Epstein y Peter Mandelson (el ex embajador del Reino Unido en Washington, cesado por su estrecha amistad con el pedófilo). Pero ni por esas. Trump no entró a trapo, y dijo no conocer al diplomático a pesar de que las imágenes muestran que se han visto varias veces, la última hace sólo unos días. Quizás un caso leve de los mismos problemas de memoria que ayudaron a enterrar la candidatura de Joe Biden, sólo tres años mayor que él...

Otro nombre que salió a colación fue el de Charlie Kirk, de quien dijo que algún día podría haber llegado a presidente de no haber sido asesinado. Pero ni una palabra sobre Nigel Farage (líder de la ultraderecha británica) o el neofascista Tommy Robinson, que la semana pasada reunió a más de cien mil personas en Londres. Un marcado contraste con su anterior visita oficial, en la que hizo abiertamente campaña por Boris Johnson y el Brexit, y dijo que la entonces primera ministra Theresa May no le gustaba. Diplomático es otro adjetivo que no suele utilizarse para describirlo.

Incluso confesó haberse equivocado “al pensar que sería fácil resolver el conflicto de Ucrania” y dijo estar “decepcionado con Putin”, aunque no se comprometió a imponerle sanciones adicionales mientras países o bloques que las piden sigan comprando su petróleo y su energía. De presionar a Netanyahu para que ponga fin a la masacre de Gaza, ninguna intención (“No puedo olvidarme de lo que pasó el 7 de octubre, uno de los días más terribles de la historia, la prioridad es conseguir la libertad de los rehenes que quedan y que Hamas no sea premiado”).

Lo más provocador de Trump (pecata minuta) fue sugerir a Starmer la posibilidad de utilizar el ejército, igual que él, para frenar la inmigración. “Millones de personas entraban sin control alguno en los Estados Unidos y eso no puede ser, así se destruyen los países desde dentro”, afirmó en una sutil referencia a la teoría ultraderechista del reemplazo (que las mayorías blancas están siendo relegadas por otras de componentes étnicos, culturas y religiones diferentes).

Todo en la vida tiene un precio (hasta lo tuvo Messi), y Starmer no podía ser una excepción. El suyo son los alrededor de 200.000 millones de dólares que empresas estadounidenses como Google, Microsoft, Nvidia, Google o Blackstone van a invertir en el Reino Unido en proyectos conjuntos de computación cuántica, centros de datos, alta tecnología e inteligencia artificial, con la creación de ocho mil puestos de trabajo, ventajas fiscales y exenciones regulatorias. A cambio de eso, y de que no le dejara mal en público y fuera aburrido, el premier besó la mano de Trump y le hizo mil y una genuflexiones. Así es la política y eso es la “relación especial” entre Londres y Washington.

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