El péndulo de la historia no siempre marca la misma hora. Al menos en la ONU, cuya Asamblea General celebra esta semana su 80 edición en plena decadencia por su total ineficacia para resolver conflictos.
Ese aniversario, que de normal sería causa de festejo, más bien es un funeral. El mundo tiene varios frentes de guerra, con la cuestión palestina como dominador del escenario, y la Organización de Naciones Unidas carece de recursos y de poder para cumplir su mandato.
Hablar se habla, pero no se resuelve nada. Entonces, ¿para que sirve esta institución?
“Podemos decir que estamos en una organización que está a punto de caer en picado”, remarcó Richard Gowan, director para Naciones Unidas del International Crisis Group. En declaraciones al The New York Times , Gowan indicó que esta asamblea “no nos ofrecerá respuestas nítidas a todos los problemas de la ONU, pero puede darnos una idea más clara de lo difícil que es la situación”.
Más de 150 líderes (con esta excusa España tendrá al jefe del Estado y al de gobierno) entre los que estará el estadounidense junto a los de Rusia, Ucrania, Israel, China, Irán, Siria o Corea del Norte, la llamada copa del mundo de la diplomacia.
Ucrania o Sudán pierden protagonismo frente a Gaza. Ante el bombardeo continuo de Israel en la franja (más de 65.000 muertos y acusaciones de genocidio y hambruna), como respuesta se certifica una creciente tendencia entre los aliados occidentales por reconocer a Palestina como estado de pleno derecho. Reino Unido, Canadá y Australia lo hicieron ayer, y Portugal tenía previsto hacerlo. España, Noruega, Irlanda y México ya lo hicieron. Este giro radical significa, para estas naciones, poner unos cimientos esenciales para establecer una paz duradera en Oriente Medio, con Israel y Palestina conviviendo uno al lado del otro.
Esta iniciativa occidental es un desafió a Estados Unidos. La Casa Blanca incluso ha prohibido la presencia en Nueva York de las autoridades palestinas con el veto a concederles visados. Solo podrán hacerlo por vía telemática, incluido el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas. Incluso este lunes, en la víspera de la asamblea, cuando una conferencia promovida por Francia y Arabia Saudí se centrará en la necesidad de crear el Estado palestino y en la que participarán más de un centenar de países. EE.UU. se unió a Israel para oponerse a esa cita, así como a la iniciativa de que los palestinos participen por vídeo. Se quedaron solos.
A veces merece la pena mirar atrás para poner luz. La prensa estadounidense, sobre todo la fanática de los tabloides, afiló sus garras ante esta asamblea en el 2009. Vino el tridente diabólico, según la visión estadounidense, compuesto por el venezolano Hugo Chávez, el iraní Mahmud Ahmadinejad y el libio Muamar Gadafi. Ya no queda ninguno de ellos.
Naciones Unidas está en caída libre; sufre de incapacidad geoestratégica y de falta de financiación
Fue sobre todo Gadafi quien marcó el tiempo. Dentro de la icónica sala –saludó al entonces presidente Barack Obama como “el hijo de África”, cuando empezada a resonar en la extrema derecha que era un presidente ilegítimo por la falsedad de que no era nacido en EE.UU–y también fuera del recinto del cuartel central en Nueva York.
Hubo una extensa polémica porque se presionó a los hoteles para que no dieran acogida al dictador libio, considerado un terrorista, y no pudiera montar su haima . Pero un empresario salió en su rescate. ¿Su nombre? Donald Trump, que ofreció unos terrenos en Nueva Jersey al militar libio, a cambio de 60.000 dolares. Solo la presión mediática evitó el acuerdo.
En aquellas fechas, ni los agoreros más conspirativos habrían apostado por una situación en la que, 16 años después, ese magnate del ladrillo y estrella del reality show estaría en la poltrona de la Casa Blanca.
Aquel Trump al que el calificativo de terrorista aplicado a Gadafi no le suponía un impedimento para hacer negocios, es el que, convertido en presidente de Estados Unidos, veta al presidente palestino y otras autoridades alegando vínculos con Hamas, el grupo terrorista que atacó Israel el 7 de octubre del 2023 y significó la represalia despiadada del gobierno Netanyahu. No ha estado solo, los gobiernos de EE.UU. con Joe Biden y Trump al mando, no han dejado de insuflarle aire.
Flotó la idea de llevar la Asamblea General a Ginebra por el veto de EE.UU. a la entrada de los líderes palestinos
El veto de la Casa Blanca a los palestinos hizo que flotara la idea de que la Asamblea General se trasladara a Ginebra, la otra sede de la ONU. Fue un eco de 1988, sesión a la que el Gobierno de Ronald Reegan vetó la entrada del palestino Yasir Arafat. Una parte de la Asamblea se trasladó a la ciudad suiza para que Arafat interviniera.
Es una de las excepciones puesto que, por los pactos fundacionales de Naciones Unidas, se estableció que el cuartel de la Primera Avenida de Manhattan sería una especie de terreno neutral. No solo Gadafi, sino que otros malignos como el cubano Fidel Castro o los líderes revolucionarios iraníes han podido subir al estrado.
Así que la ONU se halla en una encrucijada, está mal y parece que solo puede ir a peor. Sufre de incapacidad para mover ficha en el tablero de la geoestrategia global, razón por la que se fundó hace ocho décadas. Éste es un dictamen compartido por numerosos observadores. Ni siquiera los grandes defensores de la entidad son capaces ofrecer argumentos para esconder la grave crisis que afronta, lastrada por el pecado original de dar el derecho de veto a cinco potencias (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China). En este mundo dividido en bloques, esto hace imposible la toma decisiones.
Trump ridiculiza a la ONU al sostener que él ha acabado con “siete guerras”
El Gobierno de Washington ha cerrado en parte el grifo financiero, con lo que crecen los problemas para mantener programas. Además Trump, que nadie duda volverá a repetir que ha pacificado siete guerras, sortea a la ONU, le roba protagonismo y la ridiculiza al imponer su propio sistema de diplomacia, en un evidente desprecio al multilateralismo.
El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, aduló ese juego pacificador del presidente de EE.UU. para sugerir que podían actuar conjuntamente a la hora de resolver conflictos. Los analistas replicaron que es una apuesta perdedora. A Trump le da igual que le da lo mismo la ONU.