La ultranacionalista Sanae Takaichi será la próxima primera ministra de Japón

Primera mujer

La poltíca derechista se impuso en las primarias del Partido Liberal al hijo del exprimer ministro Koizumi

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Sanae Takaichi se ha tomado la revancha, después de quedar segunda hace un año frente a Shigeru Ishiba, ahora dimisionario

EFE

Una admiradora de Margaret Thatcher gobernará Japón, con toda probabilidad, dentro de diez días. La ultranacionalista Sanae Takaichi se ha impuesto, al segundo intento, como presidenta del Partido Liberal Democrático (PLD), frente a otros cuatro candidatos. 

Aunque su coalición con Komeito ya no cuenta con una mayoría en la Dieta, se da prácticamente por seguro que Sanae será elegida como nueva primera ministra dentro de dos martes, dado el carácter heterogéneo e incompatible de la oposición. El triunfo de esta política de 64 años sabe a revancha, tras quedar segunda hace un año frente a Shigeru Ishiba, que permanecerá al frente del gobierno hasta la nueva votación de investidura

Sanae se convertirá así en la primera mujer que asuma la jefatura de gobierno en un país sinónimo de machismo. Pero su victoria no supone ningún triunfo para el feminismo, como ha subrayado ella misma en numerosas ocasiones, sino todo lo contrario. Se opone, por ejemplo, a que las japonesas puedan conservar su apellido al casarse, a diferencia de otros candidatos de su partido. También se posicionó con el sector más adverso a reconocer el sufrimiento de las miles de coreanas usadas como esclavas sexuales por las tropas japonesas durante la Segunda Guerra Mundial. 

Su elección, desde luego, encenderá todas las alarmas en Corea del Sur y en muchos otros países asiáticos, como nostálgica declarada del imperialismo japonés. En primer lugar en China, donde no pasó desapercibida su defensa, este mismo año, de un “cuasi tratado de seguridad” entre Japón y su excolonia de Taiwán (1895-1945). Una injerencia, desde el punto de vista de Pekín, equiparable a una declaración de guerra a corto, medio o largo plazo. 

Nostálgica del Imperio Nipón

Sanae enciende las alarmas en China y Corea, con litigios territoriales e históricos

El militarismo de Sanae, en cambio, se valora positivamente en la actual Casa Blanca, empeñada en que Japón aumente hasta el 3,5% del PIB (de entrada) su gasto en armamento, en su gran mayoría estadounidense. Sanae también se declara partidaria, en principio, de mantener el acuerdo arancelario con Estados Unidos (con un 15% de gravamen a las exportaciones japonesas) que incluye un compromiso de inversión de 500.000 millones de dólares en aquel país. 

En la votación de hoy, Sanae Takaichi, exministra de Seguridad Económica de 64 años, se ha impuesto en segunda vuelta a Shinjiro Koizumi, de 42 años e hijo del exprimer ministro Junichuro Koizumi. El todavía primer ministro Shigeru Ishiba se vio obligado a renunciar al liderazgo tras el retroceso electoral en las elecciones generales de hace un año y en la renovación de la mitad de la Cámara Alta, hace unos meses. En esta última se registró un ascenso de fuerzas xenófobas, que tienen en el punto de mira a los 3.000 turcos de origen kurdo que viven en el país. 

El PLD lleva gobernando Japón de forma casi ininterrumpida desde que en 1952 terminó la ocupación estadounidense del archipiélago (excepto en Okinawa, donde se mantuvo). Esta continuidad a prueba de elecciones (excepto 1993-1994 y 2009-2012) demuestra que su democracia sui generis cuenta con numerosos frenos de emergencia que juegan en contra de cualquier alternancia. 

Hoy mismo, la elección del líder dependía, en primera vuelta, de sus 295 diputados y senadores -por un lado- y de la militancia del PLD, con otros 295 votos. Pero como ninguno de los cinco candidatos alcanzó más del 50% en primera vuelta -como era previsible- la decisión final quedó en manos de un colegio electoral más restringido: los 295 parlamentarios y los 47 votos de otras tantas prefecturas. Sanae, en cualquier caso, quedó primera en ambas votaciones. 

Cabe señalar que el inmenso cuartel general del PLD, por otra parte, es una pieza clave en la arquitectura del poder en Tokio, encajado entre la Cámara Alta, la Cámara Baja y  el Tribunal Supremo, como si fuera un organismo oficial más.

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El ministro de Agricultura Shinjiro Koizumi, finalista, votándose a sí mismo esta mañana. La familia de Koizumi lleva un siglo en política y su bisabuelo ya era diputado.

Kim Kyung-Hoon / EFE

Desde hace ochenta años se dice que, para adivinar la política exterior de Tokio, basta con mirar a Washington. Esta férrea alianza estaba fuera de duda en la votación de hoy. El otro favorito, Shinjiro Koizumi, lo había dejado claro, aunque no hacía falta. Su abuelo fue director general de Defensa en los sesenta, mientras que su padre fue quien rompió uno de los tabúes de posguerra, al enviar tropas japonesas a Afganistán -en la misión internacional encabezada por EE.UU.- y luego al Irak ocupado. Y si Junichiro Koizumi hizo en sus días unos pases de béisbol con George Bush II, su hijo Shinjiro se fotografió haciendo surf con el entonces embajador de EE.UU., Rahm Emanuel, antes de su tentativa electoral de hace un año. 

Sanae Takaichi también ha renovado su álbum de fotos, aunque solo sea para tapar aquellas más incómodas. No solo las de sus visitas regulares al santuario de Yasukuni, donde se honra a criminales de guerra -y de las que se enorgullece- sino también aquella en el despacho del líder del Partido Nacionalsocialista de Japón, Kazunari Yamada, que puso en un apuro a su gran valedor, Shinzo Abe, siendo ministra de Administraciones. 

Con este último -ya desaparecido- Sanae comparte no solo la voluntad de enmendar el pacifismo de la Constitución sino también la militancia en el grupúsculo ultranacionalista Nippon Kaigi. Pero si el asesinado Abe -como antes su padre ministro de Exteriores y su abuelo primer ministro- estaba considerado como un protector de la secta Moon (y pagó el más alto precio por ello), a Sanae Takaichi se la vincula más bien a la secta sintoísta Tenrikyo. 

Su objetivo inmediato, en cualquier caso, no está en el cielo sino en la tierra, en lo que ella califica de “prioridades de seguridad nacional”, emparentadas con su última responsabilidad, hasta hace un año, como ministra de Seguridad Económica. 

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