Detrás de cada memorando, directiva, proclamación y orden ejecutiva de dudosa constitucionalidad que Donald Trump firma casi a diario, se esconde la autoría de Stephen Miller. La influencia del subdirector de gabinete de la Casa Blanca en la agenda de la Administración supera con creces a la de su propia jefa, Susie Wiles, quien dirigió la campaña del republicano. Miller es uno de los hombres de mayor confianza del presidente, como demuestra que fue uno de los pocos miembros del gabinete que sobrevivió a las recurrentes purgas de su primer mandato. Entonces, su principal tarea fue orquestar una profunda reforma del sistema migratorio de Estados Unidos; hoy es, directamente, el arquitecto de la república del miedo de Trump.
Miller nació en el seno de una familia judía hace 40 años en Santa Mónica, California, y creció rodeado del multiculturalismo que caracteriza al estado progresista y bastión demócrata por excelencia. Desde una temprana edad, sus profesores le recuerdan exigiendo a sus compañeros de origen latino que hablaran en inglés, y defendiendo una supuesta pureza racial de EE.UU., que llevó por bandera años después en la Universidad de Duke, donde estudió ciencias políticas y se involucró en el activismo conservador.
Miller está detrás de la militarización de las ciudades y lidera las guerras culturales de la Casa Blanca
Son las mismas ideas que defendió, tras graduarse, como secretario de prensa de la congresista de Minnesota Michele Bachmann y después trabajando para el senador Jeff Sessions de Alabama en el Capitolio de Washington. Cuando Trump lanzó en el 2015 su primera campaña presidencial, Miller se involucró de lleno y fue contratado como asesor, cargo en el que comenzó a escribir algunos de los discursos del candidato bajo la supervisión de su principal asesor y estratega, Steve Bannon. Poco después, bajo su influencia, su antiguo jefe, Sessions, se convirtió en el primer senador en respaldar públicamente la candidatura de Trump en las primarias.
Así se forjó su fidelidad y confianza con el republicano, que progresivamente le fue dando más protagonismo, le convirtió en una cara visible en sus actos de campaña e incluso le encargó, cuando ganó las elecciones, la redacción de su discurso inaugural. Ya en su primer mandato, redactó algunos de sus decretos, incluido el veto de entrada de visitantes de países de mayoría musulmana, y tuvo un papel influyente en políticas como la separación de familias en la frontera para disuadir la entrada de inmigrantes.
Su papel se volvió todavía más prominente en las últimas presidenciales, y cobró un gran protagonismo en uno de los últimos actos de la campaña, en el Madison Square Garden de Nueva York, donde reversionó un lema nazi al pronunciar “América para los americanos” en su incendiario discurso. De nuevo en la Casa Blanca, en los últimos ocho meses ha intervenido en prácticamente cada política de Trump, especialmente en aquellas relacionadas con la política interior, y suele estar presente durante su firma de órdenes en el despacho oval para aclarar dudas de los periodistas.
Miller es el arquitecto de la militarización de EE.UU. en contra de sus propios ciudadanos y, especialmente, de los inmigrantes latinos y los activistas antifascistas. Utiliza un lenguaje apocalíptico y bélico para definir la realidad del país, pero utópico para describir lo que sería una América blanca. “¿Tenéis idea de cuántos recursos se liberarán para los estadounidenses cuando los ilegales se hayan ido?”, dijo a Fox News en una reciente entrevista. “Se acabó esperar en la fila de una sala de urgencias, o el tráfico masivo en Los Ángeles. Vuestras primas del seguro de salud bajarán, el tamaño de las aulas en las escuelas públicas se reducirá… y si necesitáis recibir apoyo del Gobierno, no estaréis detrás de millones de inmigrantes ilegales del tercer mundo. Va a ser un verdadero regalo para la calidad de vida de los estadounidenses de a pie”.
A pesar de que no tiene ninguna formación legal, Miller ha sido también el promotor del uso de la ancestral ley de Enemigos Extranjeros, de 1798 y pensada para contextos de guerra, para acelerar el plan de deportaciones masivas, un plan que avanzó en el 2023 durante una entrevista de radio. También ha sido el primer miembro de la Administración en sugerir la suspensión del derecho de hábeas corpus, que protege frente a las detenciones arbitrarias. Hablando desde la Casa Blanca, en mayo, dijo que “el privilegio del hábeas corpus puede ser suspendido en tiempos de invasión, y es una opción que estamos considerando activamente”. No hay ninguna invasión en EE.UU., pero ese lenguaje es el que justifica algunas de las medidas más agresivas de la Casa Blanca.
Esto incluye la guerra que ha declarado Trump a los cárteles latinoamericanos, a los que ha designado como organizaciones terroristas, con lo que se busca un amparo legal para autorizar ataques en territorio extranjero, más allá de las aguas internacionales en las que en el último mes han bombardeado cuatro barcos, alegando sin pruebas que en su interior había miembros de la pandilla venezolana del Tren de Aragua. Según informan medios estadounidenses, Miller también ha adquirido un rol de liderazgo en la cruzada contra el narco, en ocasiones por delante del secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio .
Stephen Miller, subdirector de gabinete de la Casa Blanca
“El privilegio del hábeas corpus puede ser suspendido en tiempos de invasión, y es una opción que consideramos activamente”
Miller habla con frecuencia de cómo los programas de diversidad, equidad e inclusión han destruido al país, desprecia a la “ideología woke ” con la que, dice, las universidades de la Ivy League han “adoctrinado” a sus estudiantes, y pone en cuestión la libertad de expresión, un derecho protegido por la Primera Enmienda. Es, en resumidas cuentas, el comandante jefe de las guerras culturales de la Administración Trump.
Cuando un joven blanco de 22 años, Tyler Robinson, asesinó el mes pasado al activista ultraconservador Charlie Kirk con un certero disparo desde un tejado en la Universidad del Valle de Utah, Miller vio una oportunidad de oro para incrementar su persecución de la oposición política. Definió a “los que mataron a Charlie Kirk” –a pesar de que el FBI ha confirmado que se trata de un lobo solitario– como “un vasto movimiento de terrorismo doméstico, y pongo a Dios de testigo de que vamos a usar todos los recursos que tengamos en el Departamento de Justicia, Seguridad Nacional y en todo este gobierno para identificar, interrumpir, desmantelar y destruir estas redes y hacer a EE.UU. seguro otra vez”.
Poco después, Trump firmó una orden ejecutiva designando a todo un movimiento ideológico, el antifascismo, como una “organización terrorista doméstica”. Pero Miller no solo detesta el activismo de izquierdas, también a la oposición institucional. “El Partido Demócrata no lucha, ni se preocupa, ni representa a los ciudadanos estadounidenses. Es una entidad dedicada exclusivamente a la defensa de criminales empedernidos, pandilleros, asesinos y terroristas extranjeros ilegales. El Partido Demócrata no es un partido político. Es una organización extremista doméstica”, afirmó, en un lenguaje que prepara el terreno para la persecución judicial del partido rival.


