El presidente de Estados Unidos ha intensificado su represión sin precedentes contra sus adversarios políticos. Donald Trump ha anunciado este miércoles que designará al movimiento antifascista –conocido en EE.UU. bajo la etiqueta Antifa– como “una gran organización terrorista”. A pesar de que no existe ninguna entidad con ese nombre, que representa a todas las personas opuestas a la ideología fascista, el presidente ha encontrado en el asesinato de su aliado ultraderechista Charlie Kirk el pretexto ideal para eliminar de la sociedad estadounidense a aquellos que se oponen a sus medidas autoritarias.
“Me complace informar a nuestros numerosos Patriotas de EE.UU. que voy a a designar a ANTIFA, UN DESASTRE DE LA IZQUIERDA RADICAL, ENFERMO Y PELIGROSO, COMO UNA GRAN ORGANIZACIÓN TERRORISTA. También recomendaré firmemente que se investigue a fondo a quienes financian a ANTIFA de acuerdo con los más altos estándares y prácticas legales. ¡Gracias por su atención a este asunto!”, ha anunciado Trump a través de su plataforma, Truth Social.
Trump ya amagó en el 2020, durante las protestas tras la muerte a manos de la policía del afroamericano George Floyd, con designar al movimiento antifascista como una organización terrorista. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Entonces, el director del FBI, Christopher Wray, declaró ante el Congreso que “Antifa” es “un movimiento o una ideología”, no una organización, lo que hace que no tenga sentido designarla como “organización terrorista”. En conjunto, lo que en EE.UU. se conoce como Antifa es una amalgama descentralizada de grupos de activistas, sin vinculación entre ellos, que se autodefinen como antifascistas.
La inexistencia de una organización llamada “Antifa” abrirá la puerta a la Casa Blanca para aplicar medidas antiterroristas contra todos aquellos que se opongan al fascismo. Desde que alcanzó el poder en enero, la Administración Trump ha utilizado repetidamente la palabra “terrorismo” para justificar medidas contrarias al derecho doméstico e internacional, como las decenas de ejecuciones extrajudiciales que ha realizado con sus bombardeos a tres embarcaciones en el Caribe. En ellas, Trump alegó que había integrantes del Tren de Aragua, una pandilla venezolana a la que calificó como organización terrorista.
Tras el asesinato de Kirk, el influyente director de la asociación política juvenil Turning Point USA, Trump responsabilizó “directamente” a la “retórica” de la “izquierda radical” y anunció que iba a “poner fin” a su “terrorismo”. Su vicepresidente, J.D. Vance, culpó del tiroteo a “un movimiento increíblemente destructivo que ha surgido en los últimos años” y al que “habrá que desmantelar para traer unidad al país”.
El principal asesor de Trump, Stephen Miller, directamente describió al Partido Demócrata como “una organización extremista doméstica”, en un lenguaje que prepara el terreno para la persecución judicial del partido rival, y por tanto para el desmantelamiento de la oposición política, un principio básico en cualquier democracia.
Trump define al antifascismo como “UN DESASTRE DE LA IZQUIERDA RADICAL, ENFERMO Y PELIGROSO”
Después de sus múltiples denuncias a los medios críticos con él –incluido The New York Times, a quien reclama 15.000 millones de dólares por difamación, The Wall Street Journal, ABC News o el programa 60 minutes-, sus amenazas al filántropo George Soros –al que acusa de financiar protestas contra sus redadas migratorias–, el registro de la casa de su exasesor y actual crítico John Bolton, el señalamiento al expresidente Barack Obama por un infundado “intento de golpe de Estado”, o el intento de deportar a la congresista Ilham Omar, ahora Trump da el paso de designar a toda una ideología como una organización terrorista.
La espiral autoritaria, que ha destruido uno a uno los pilares de la que un día fue reconocida como una democracia ejemplar, comenzó el mismo día que Trump tomó posesión por segunda vez, el 20 de enero. A base de una firma de decretos a ritmo récord, en muchas ocasiones bloqueados por la justicia por ilegales o inconstitucionales, Trump ha derribado los pilares democráticos de EE.UU., ampliado la tolerancia de la sociedad estadounidense, y ese quizás sea su mayor éxito.
Los despidos en masa de funcionarios públicos, la eliminación de los organismos de control del gobierno, la deshumanización, intimidación y secuestro de inmigrantes, el ataque frontal contra la independencia de las universidades, las demandas a los medios de comunicación por realizar su trabajo, la persecución de rivales y críticos, el cierre de las fronteras del país, los aranceles masivos a todo el mundo sin consultar al Congreso, la declaración sin motivo de emergencias nacionales, las reformas electorales en su beneficio, el control de las exposiciones en los museos, el despliegue del ejército armado en las calles de las ciudades demócratas, el abandono de las alianzas con países democráticos y el recibimiento con alfombra roja a dictadores, son algunas de las actitudes que Trump ha normalizado a pasos forzados.
Solo en este contexto de represión, que se autojustifica tras el asesinato del ultraderechista Kirk, se entiende que este miércoles la cadena ABC haya suspendido “indefinidamente” el late night de Jimmy Kimmel, quien hizo en antena una broma sobre el asesinato del influencer.
La cancelación de su programa llega después de que el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, nombrado por Trump, criticase el comentario y exigiese su despido “por las buenas o por las malas”. El paso dado por ABC se explica por el clima de autocensura y temor que ha creado Trump entre la prensa y la sociedad estadounidense.