El gobierno chino y sus medios han salido en tromba contra la primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, después de que esta insinuara una intervención militar nipona en caso de conflicto armado en Taiwán. China convocó el jueves al embajador japonés para exigir “una rectificación”. Mientras que el portavoz del ministerio de Exteriores condenaba “la injerencia” del vecino en un asunto chino, con una advertencia solemne: “Quien juegue con fuego, perecerá por el fuego”.
Este viernes, el portavoz del ministerio de Defensa chino ha añadido potencia de fuego: “Sus palabras son extremadamente irresponsables y peligrosas. Si el bando japonés no saca lecciones de la historia y se entromete en la cuestión de Taiwán recurriendo a la fuerza, sufrirá una derrota sin paliativos (...) pagará un precio muy alto”. Solo han pasado 24 días desde que Sanae Takaichi fuera aupada al poder, pero la agresividad entre las dos potencias de Extremo Oriente ha vuelto a niveles no vistos en bastantes años.
Asimismo, un artículo en el Diario del Pueblo critica “el regreso al militarismo” de Tokio, con intenciones “sumamente perversas”, añadiendo que las declaraciones de Takaichi “no son simples desvaríos políticos aislados”. Su elección como presidenta del Partido Liberal Democrático (PLD) en consulta interna, el mes pasado, puso los pelos de punta a muchos en Japón -conocedores de su ultranacionalismo- y no solo en Pekín. En Taiwán tampoco pasó desapercibida: “Cabe esperar cambios profundos en la relación”.
Estos no se han hecho esperar, a diferencia de la felicitación de Pekín por su investidura, que nunca llegó. Aun así, todo fueron sonrisas en su primer encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, el 31 de octubre, al amparo de la cumbre de Asia-Pacífico. Pero estas pronto se agriaron.
Para empezar, la primera ministra novicia insistió en discutir con el presidente Xi sobre Xinjian, Hong Kong, Taiwán y las disputas en el mar de China. Un repertorio que solo puede parecer diplomáticamente suave en un primer encuentro a quien haya sido batería en una banda de heavy metal, como es el caso de Sanae Takaichi.
Quienes jueguen con fuego morirán por el fuego
Pero el verdadero batacazo para la relación bilateral fue su declaración, hace una semana en la Cámara Baja, de que cualquier recurso a la fuerza en Taiwán supondría “un peligro existencial para Japón”. Un supuesto que permitiría invocar la “defensa colectiva”, contemplada en la Ley de Seguridad de su mentor, Shinzo Abe, aprobada hace una década. Una reforma legal pensada para burlar el pacifismo de la Constitución de posguerra, al permitir que los “equipos de defensa” nipones pasen a la ofensiva, en auxilio de un aliado, aunque Japón no haya sido atacado.
Algo especialmente truculento desde el punto de vista de Pekín, que acaba de celebrar el 80 aniversario de la derrota del Imperio Japonés, que dejó millones de muertos en China y que solo abandonó la antigua Formosa -que ocupaba desde 1895- tras la capitulación de 1945.
Sanae Takaichi ya ha dicho que no piensa retractarse de sus palabras, pero que evitará “volver a discutir meras hipótesis” en sede parlamentaria. Hasta aquí la ambigüedad estratégica. Eso no significa que la diplomacia china haya estado a la altura. El cónsul chino en Osaka espetó en redes -sin nombrar a nadie, aunque no hacía falta- que “esa sucia cabeza entrometida debe ser cortada sin vacilación ¿Preparados?”. Tokio ya le ha pedido explicaciones.
El “derecho de autodefensa colectiva” era el tributo defititivo del sempiterno PLD a la alianza con Estados Unidos. O más concretamente de la “dinastía” política Kishi/Abe. Cabe señalar que el abuelo de Shinzo Abe fue primer ministro antes que él, que su padre fue ministro de Exteriores y que su hermano Nobuo Kishi fue su propio ministro de Defensa. Todos ellos con una hoja de servicios intachable desde el punto de vista de Washington. Gran aliado en una relación desigual, como se encargó de demostrar Donald Trump con sus draconianas exigencias financieras de hace quince días en Tokio.
Si Japón no saca lecciones de la historia y se entromete por la fuerza en Taiwán sufrirá una derrota sin paliativos
No se espera menos de la discípula de Abe, Sanae Takaichi, como mostró su buena química con Trump, durante la visita conjunta a un portaaviones de EE.UU. fondeado en la base naval estadounidense de Yokusuka. Sin embargo, el revisionismo de Takaichi, que ha minimizado los crímenes de guerra de Japón, incomoda no solo a China sino a la mayor parte de sus vecinos, empezando por Corea.
Mientras el gobierno de Seúl se muestra de momento circunspecto, el de Pekín ha optado, como se ha visto, por el ruido y la intimidación. Del mismo modo que, en poco más de dos años, ha ensayado el bloque naval y aéreo de Taiwán en cuatro ejercicios masivos. Las últimas advertencias, en este caso directamente a Japón, aparecen el mismo día en que los astilleros chinos botaban un espectacular porta-drones y una semana después de la entrada en servicio de su tercer portaaviones.
El despliegue de buques de guerra y el recurso a la fuerza en Taiwán podría constituir una amenaza para la supervivencia de Japón
Si el revisionismo de Takaichi alcanza también a Taiwán -a pesar de que Tokio trasladó su embajada de la República de China a la República Popular de China en 1972- todas las alarmas saltarán en Pekín. Había indicios ya de ello cuando la política visitó la antigua Formosa en abril, junto a un grupo de parlamentarios, y se entrevistó con el presidente secesionista, Lai Ching Te. Entonces manifestó la conveniencia de una “cuasi alianza de defensa mutua” entre aliados asiáticos de Estados Unidos.
La alarma, en realidad, ya ha saltado. “¡Quien se atreva a obstaculizar la gran causa de la unificación de China, sea de la forma que sea, se enfrentará a una respuesta fulminante!”, advirtió ayer el viceministro chino de Exteriores, Sun Weidong, al embajador japonés. Una reacción que de hecho va a remolque del creciente nacionalismo de la población china, estimulado bajo la presidencia de Xi Jinping y sus referencias constantes a la historia de la nación y a la historia del Partido Comunista de China.
El caso es que ninguno de los sucesores de Shinzo Abe había mantenido su pulso con China en relación a Taiwán. Hasta que llegó Takaichi. Y eso que Japón tiene razón en que la seguridad de aquellas aguas es también la suya. Entre las orillas de Taiwán y la costa nipona más cercana, en el archipiélago de Okinawa, hay solo 111 kilómetros. Pero nadie, hasta ahora, se había atrevido en Tokio a amenazar veladamente con una respuesta armada a la República Popular de China, a la postre, una potencia nuclear.
Cheng Li Wun, partidaria del diálogo con Pekín, se estrena este mes como jefa de la oposición y del Kuomintang, el partido con más diputados en Taiwán. Discurso frente a la bandera de la República de China el 1 de Noviembre en el congreso de sus siglas.
La derechista Sanae Takaichi dice ser una gran admiradora de la primera ministra británica Margaret Thatcher, pero pasa por alto que fue esta quien firmó con Deng Xiaoping el retorno de la colonia de Hong Kong a soberanía china. Fue en 1984, con doce años y medio de margen para afinar el significado de aquel lema: “Un país, dos sistemas”. También el gran aliado de Thatcher en Asia, el visionario primer ministro anticomunista de Singapur, Lee Kuan Yew, llamaba a Taipéi a negociar con Pekín, cuanto antes mejor, porque con el tiempo su margen de negociación sería cada vez menor. Hace treinta años, la economía de China era dos veces y media mayor que la de Taiwán. Hoy es 24 veces mayor (25, con Hong Kong y Macao).
El enroque de Tokio va a contracorriente de algunos de los últimos acontecimientos en la autodenominada República de China. Los soberanistas taiwaneses (que dependen en última instancia de EE.UU.) perdieron la mayoría en el Yuan legislativo el año pasado. Desde este mismo mes, el principal partido de la oposición, el histórico Kuomintang, tiene al frente a una política, Cheng Li Wun, que deplora la carrera armamentista, apuesta por el diálogo con Pekín -”el status quo no puede ser eterno”- y se ríe cuando le llaman “la diosa de la reunificación”. En el mar del Sur de China, al fantasma muerto y enterrado de Vietnam del Sur, ahora se le superpone otro, mucho más lejano, pero en plena hemorragia. “Lo que no debemos ser es otra Ucrania”, afirma Cheng, “porque los perdedores seríamos nosotros”.
