El método Prevost se está consolidando: se dice el pecado, pero no el pecador. El Papa evita el choque directo con los mandatarios para no alimentar la polarización extrema de estos tiempos, pero traza cada vez con más claridad el perímetro moral en el que se sitúa la Iglesia. Y semana tras semana, sus palabras acentúan la fractura con el mundo tradicionalista, especialmente en Estados Unidos.
El terreno más urgente, según el Pontífice, es la inmigración. El martes pasado, al salir de Castel Gandolfo —la residencia en las colinas al sur de Roma donde se retira casi todos los lunes por la noche—, León XIV habló de la situación de los migrantes en Estados Unidos, su país de origen, inmerso con Trump al frente en una suerte de cruzada brutal contra los extranjeros.
“Aunque no quiera serlo, él es el anti-Trump”, dice el ‘New York Times’ sobre el Pontífice
“Creo que debemos buscar maneras de tratar a las personas con humanidad, tratándolas con la dignidad que tienen —dijo el Papa con tono firme—. Si alguien se encuentra en Estados Unidos ilegalmente, hay maneras de hacerlo. Están los tribunales. Hay un sistema judicial”.
Y añadió: “Creo que cada país tiene derecho a determinar quién, cómo y cuándo entra la gente”. Y explicó que cuando las personas llevan una buena vida —y muchas lo hacen desde hace ”10, 15 o 20 años”— no se las puede tratar “de un modo que es, por decir, cuanto menos, extremadamente irrespetuoso”.
El mundo trumpista responde ya golpe por golpe. “Es triste ver a la Iglesia católica esforzarse tanto en destruir nuestro país”, escribió la dirigente MAGA Laura Loomer en X. “¿Todos los que odian a los judíos acusarán a los obispos católicos estadounidenses y al Papa americano marxista de haber condenado las deportaciones?”.
Incluso desde tribunas más serias, como la revista católica conservadora First Things, se apunta a Prevost y se presenta la exhortación apostólica Dilexi Te como un punto de inflexión. En el mundo progresista la dinámica es igual de clara. El columnista del New York Times, David French, tituló así su artículo del 16 de noviembre: “A Christian answer to Trump and Trumpism is finally here” (“Una respuesta cristiana a Trump y al trumpismo por fin está aquí”), con un subtítulo aún más explícito: “Pope Leo doesn’t want to be the anti-Trump. But he is.” (“El papa León no quiere ser el anti-Trump. Pero lo es.”
“Es triste ver a la Iglesia esforzarse tanto en destruir nuestro país”, afirman sectores trumpistas
El Papa ha asumido plenamente las posiciones de la jerarquía estadounidense. Su método consiste en dejar hablar a las iglesias locales para luego respaldarlas cuando son atacadas: “Quisiera invitar, sobre todo a todos los católicos, pero también a las personas de buena voluntad, a escuchar atentamente lo que han dicho los obispos de Estados Unidos”.
Se refiere a un “special message”, una carta con un formato inédito desde 2013, en la que los obispos reunidos en Baltimore —donde eligieron a un nuevo presidente de perfil conservador— condenaron con total claridad la política migratoria de Trump. Para amplificar el mensaje, publicaron también un vídeo en Instagram donde cada uno lee un pasaje del texto, advirtiendo de que “los inmigrantes corren el riesgo de trata y otras formas de explotación”.
El esquema se parece al de los últimos meses de Jorge Mario Bergoglio, cuando el vicepresidente de EE.UU., el católico converso JD Vance, recurrió al ordo amoris —concepto agustiniano sobre el “orden del amor”, que establece que cada realidad debe ser amada según su rango moral— para justificar la política migratoria de la Casa Blanca. Una interpretación que los obispos del país consideraron una distorsión doctrinal, a la que respondieron con una carta durísima inspirada, en parte, por el entonces cardenal agustino Robert Francis Prevost, que llegó a criticar públicamente a Vance desde su cuenta en X.
Pero esta vez la novedad es que la Iglesia estadounidense tiene un presidente conservador, Paul Coakley, arzobispo de Oklahoma City. “El Papa espera que sean los obispos estadounidenses quienes asuman la responsabilidad de afrontar estos problemas con la Casa Blanca —explica Massimo Faggioli, profesor de Teología en el Trinity College—. El problema es que la conferencia episcopal está dividida desde hace muchos años. Ahora ha publicado un mensaje muy duro, pero ha elegido a un presidente que pertenece a un sistema de influencias y de poder dentro del establishment clerical y político estadounidense, lo que le impide ver la realidad de la América de hoy y pronunciarse”.


