Se puede hacer frente al cambio climático mediante la desregulación y la innovación del libre mercado? Y si es así, ¿representa la postura climática de Donald Trump esa visión o es algo diferente?
El Gobierno de Trump se hace eco en algunos aspectos del pensamiento tecnolibertarista a través de su énfasis en la desregulación, la retirada de acuerdos internacionales sobre el clima como el Acuerdo de París y la marginación de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Aunque Trump no ha abrazado de modo explícito el tecnolibertarismo, varias de sus decisiones relacionadas con el clima (sobre todo, la preferencia por las soluciones del sector privado) reflejan ideas que suelen asociarse con dicha ideología. No obstante, cabe señalar que las opiniones tecnolibertarias sobre acuerdos internacionales varían, ya que algunos defensores de esa doctrina apoyan la cooperación mundial centrada en la innovación, mientras que otros se mantienen escépticos ante las regulaciones.

El desarrollo de las energías renovables es palpable en los últimos años contra el cambio climático
Este artículo analiza el tecnolibertarismo y se pregunta qué tipo de política climática puede respaldar. El mero hecho de afirmar que se actúa de acuerdo con ciertos principios no hace que eso sea realidad. Y apelar a una ideología no significa que su lógica o sus principios respalden las propias decisiones.
¿Qué es el tecnolibertarismo?
El tecnolibertarismo es una ideología política y filosófica que combina elementos del libertarismo (que enfatiza la libertad individual, un aparato estatal reducido y el mercado libre) con una fuerte confianza en la tecnología como medio para lograr mayor autonomía, descentralización y progreso social. A diferencia del libertarismo europeo tradicional, que a menudo se centra en las libertades civiles o económicas en el contexto de las estructuras estatales o la socialdemocracia, el tecnolibertarismo está más arraigado en el escepticismo hacia el Estado y en la creencia en la capacidad de la tecnología para impulsar el cambio al margen de las instituciones públicas.
La idea básica del tecnolibertarismo surgió en los primeros tiempos de internet y, de modo particular, en Silicon Valley, donde las tecnologías digitales se consideraban herramientas para eludir las estructuras de poder tradicionales y empoderar a las personas. En un marco tecnolibertario, se espera que las soluciones a los problemas sociales surjan de la innovación del sector privado y no de los mandatos gubernamentales. Los avances tecnológicos, como internet, las criptomonedas, las redes descentralizadas y la inteligencia artificial, se consideran vías más eficaces para la liberación humana y la resolución de problemas que las intervenciones políticas.
De modo interesante, la postura libertaria del tecnolibertarismo no se limita al mercado libre o a la libertad de la tecnología en sí, sino que se extiende a la libertad de las personas. Así como supone que no se debe interferir en la libertad de las iniciativas tecnológicas privadas, también supone que la libertad de las personas debe protegerse de interferencias injustificadas, ya sea por parte del Estado, las empresas u otras personas. La interferencia injustificada está mal y punto.
Para los tecnolibertarios el cambio climático se combate con nuevas tecnologías: automatización, IA, aerosoles para enfriar el planeta, renovables o el capturador de carbono Xprize de Elon Musk
Esta posición se deriva del llamado principio de no agresión del libertarismo, que establece que un acto solo es permisible en la medida en que no infringe los derechos o libertades de otras personas. Si se puede demostrar que una acción (o sus efectos a través del cambio climático o cualquier otro medio) infringe los derechos o libertades de otras personas, entonces esa acción es incorrecta sin más, al margen de que esté o no prohibida por la ley. De nuevo, no importa si se trata de una acción gubernamental, una actividad empresarial corporativa o las emisiones excesivas de un individuo, por ejemplo. Es algo que debe tenerse en cuenta antes de juzgar la aceptabilidad general de una política (climática o de otro tipo) desde un punto de vista tecnolibertario.
Para saber qué recomienda el tecnolibertarismo con respecto a la acción climática, es necesario aplicarla correctamente a esa cuestión. Solo entonces podrán determinarse sus implicaciones concretas en la política climática. El hecho de que alguien diga que hace X basándose en Y no significa que Y permita hacer X.
Incluso si el tecnolibertarismo se opone a la intervención estatal en la propiedad privada y en el desarrollo tecnológico, cuando se analiza de forma aislada, la investigación en materia de ética climática apunta a un resultado más complejo cuando se toman en consideración otras cuestiones. De acuerdo con el principio de no agresión, muchas actividades relevantes para el clima, como las realizadas por individuos y empresas con altas emisiones, vulneran los derechos de las personas o infringen sus libertades. La explicación corta es que esas actividades producen efectos que interfieren sobre las personas tanto como lo hace la regulación gubernamental con respecto a los agentes en el libre mercado.
Conflictos de intereses
El resultado es un aparente conflicto de intereses: por un lado, regular las empresas puede parecer una vulneración de sus derechos. Por otro lado, dejarlas sin regular conduce a menudo a la vulneración de los derechos de los demás. ¿Cómo debe abordarse esa tensión?
De modo interesante, el libertarismo otorga a las personas el derecho a la autodefensa. Pueden tomar medidas contra la injerencia ilícita de otros. También se permite la intervención de terceros para evitar dicha injerencia. Así, no cometo ninguna acción ilícita por el simple hecho de impedir que alguien vulnere los derechos de otra persona.

Las críticas a la política trumpista se repiten en cada foro ambientalista.
Ello da a entender que, incluso desde una perspectiva tecnolibertaria, el Gobierno está autorizado a actuar para combatir el cambio climático. Sin embargo, eso no significa que se permita cualquier acción climática, ya que sigue existiendo el requisito de no vulnerar ningún derecho de aquellos que no vulneran ningún derecho. Por lo tanto, en la lucha contra el cambio climático desde un enfoque tecnolibertario, los medios disponibles serán drásticamente diferentes de los utilizados en los enfoques convencionales. A este respecto, la respuesta típica del libertarismo sería un impuesto sobre el carbono que limitara unas emisiones sin cortapisas, y que el mercado hiciera el resto del trabajo. El ideal es que individuos, startups y redes descentralizadas tengan la posibilidad de experimentar, escalar y resolver.
El apoyo de nuevas tecnologías
Además, las soluciones tecnolibertarias al problema climático suponen el apoyo a nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la automatización, la eliminación de carbono y la geoingeniería (por ejemplo, la pulverización de aerosoles en la atmósfera para enfriar el planeta). Otras medidas pueden incluir marcos desreguladores que permitan el rápido despliegue de tecnologías de energía limpia, como la fusión nuclear, la energía solar de la siguiente generación o las microrredes descentralizadas. En lugar de programas a gran escala, los tecnolibertarios tal vez favorezcan la innovación impulsada por premios para incentivar los avances en el almacenamiento de energía, la captura de carbono o la biotecnología. Un ejemplo es el Carbon Removal Xprize de 100 millones de dólares, respaldado por Elon Musk, que premia la mejor tecnología para capturar y almacenar dióxido de carbono. Otra opción viable podría ser introducir sistemas de criptomonedas basados en las cadenas de bloques para rastrear las emisiones de forma transparente sin supervisión centralizada, o fomentar los contratos inteligentes para gestionar los bonos de carbono en tiempo real.
Entonces, ¿estamos a salvo? No. Y menos en lo que respecta al Gobierno de Trump, quien no es probable que acepte una propuesta de política solo porque pueda ser respaldada de entrada por el marco del tecnolibertarismo. La principal razón es que el Gobierno de Trump no se basa solo en una ideología tecnolibertaria. El propio Trump, al menos, parece basarse en una ideología conservadora nacionalista cuyas recomendaciones climáticas son, hasta cierto punto, contrarias a las del tecnolibertarismo.
Trump promueve la desregulación de las emisiones, se muestra escéptico respecto a las energías renovables, se burla a menudo de las energías eólica y solar y ha dado prioridad al carbón y al petróleo
La alineación de Trump con los tecnolibertarios podría entenderse como una alianza táctica. Su estrategia política reciente parece consistir en una ampliación de la base electoral. Una hipótesis es que los ocasionales gestos hacia los temas del tecnolibertarismo tienen como objetivo ampliar su atractivo más allá del núcleo de votantes del movimiento MAGA. Ello es posible en virtud de la coincidencia entre la aversión a la intervención pública que comparten tanto el conservadurismo como el tecnolibertarismo.
En realidad, las posturas de Trump tienden a cambiar en función del relato que mejor se adapte a sus objetivos políticos más amplios. Los recientes comentarios sobre la compra de un Tesla, por ejemplo, no indican un mayor compromiso con la adopción de la tecnología limpia, sino más bien un enfoque pragmático (o performativo) destinado a controlar el relato. En este sentido, su mensaje sobre el clima no se basa tanto en una ideología coherente como en alinearse con lo que más resuena en su base. Cuando alude a figuras como Elon Musk o hace referencia a tecnologías como los vehículos eléctricos, Trump tal vez esté intentando llegar a grupos de votantes que no se sienten atraídos por su plataforma, como los empresarios tecnológicos, los votantes más jóvenes de tendencia libertaria o los conservadores centrados en la innovación. Desde esa perspectiva, los gestos no son tanto una señal de convergencia ideológica como un esfuerzo por dar forma a un relato que sirva a sus ambiciones políticas más generales.
Conservadores versus tecnolibertarios
Aunque existe una actitud negativa compartida en relación con el Estado, también existen, entre los conservadores y los tecnolibertarios, zonas de conflicto. Mientras que Trump hace caso omiso del cambio climático (que ha calificado repetidamente de “engaño”), los tecnolibertarios tienden a no hacerlo. Si bien rechazan, como Trump, las soluciones impulsadas por el Gobierno, van más allá y favorecen las soluciones tecnológicas descentralizadas. También favorecen la inversión privada en materia de captura de carbono o energía nuclear, y están dispuestos a apoyar la energía limpia si es económicamente viable. Figuras como Elon Musk, por ejemplo, promueven los vehículos eléctricos y las energías renovables a través de la innovación del libre mercado. Trump, en cambio, ha apoyado la industria de los combustibles fósiles, argumentando que la independencia energética y el crecimiento económico deben tener prioridad sobre las regulaciones climáticas. Trump también promueve la desregulación de las emisiones, ha expresado su escepticismo hacia las energías renovables, se ha burlado a menudo de las energías eólica y solar y ha dado prioridad al carbón y al petróleo.
Por otra parte, no está claro que las soluciones del tecnolibertarismo al cambio climático vayan a resolver el problema. Esas políticas podrían, por ejemplo, frenar la transición hacia las energías limpias al eliminar los incentivos y las protecciones que ayudan al sector a competir con los combustibles fósiles. Sin la intervención del Gobierno, es posible que las soluciones impulsadas por el mercado sean lentas o insuficientes para hacer frente al cambio climático. Esa inacción podría también, de modo un tanto paradójico, frenar el desarrollo técnico. Otro riesgo de ese enfoque es que favorezca las soluciones basadas en los beneficios frente a una acción climática coordinada, lo que conduciría a una reducción más lenta de las emisiones.

La disminución en el uso de energías fósiles ha centrado los esfuerzos en las principales potencias occidentales hasta el momento.
Además, los críticos sostienen que se sobrestima la capacidad de la tecnología para resolver los problemas sociales. La geoingeniería no regulada o los experimentos de la inteligencia artificial podrían plantear riesgos desconocidos, sin que haya una rendición de cuentas por las consecuencias no deseadas. A algunos les preocupa que un mundo totalmente desregulado e impulsado por la tecnología favorezca a las élites y exacerbe las brechas de riqueza. Un efecto podría ser que las élites adineradas se protegieran a sí mismas y que las poblaciones vulnerables quedaran marginadas y sin apoyo para la adaptación. Las criptomonedas, hacia las que Trump se ha mostrado más favorable recientemente, tienen una huella de carbono masiva, ya que dependen de una computación que consume mucha energía. Por lo tanto, un uso creciente de las criptomonedas aumentará las emisiones, en lugar de reducirlas. Una economía digital totalmente descentralizada y no regulada también facilitará la delincuencia, el fraude y la explotación.
Aunque el tecnolibertarismo ofrece una pieza importante del rompecabezas, no ofrece el rompecabezas completo. Si no se complementa con otras propuestas políticas, un enfoque tecnolibertario podría, en el mejor de los casos, resolver el problema climático pero con un alto riesgo de crear otros problemas.
Olle Torpman es profesor de filosofía práctica e investigador en ética climática del Instituto de Estudios del Futuro (Estocolmo)