Sobre cuánto puedan presentar hoy los medios de comunicación, sobre quiénes tienden a tomar partido en relación con lo que es o no correcto en el modo en que se desarrollan hoy las actividades espaciales, en el debate sobre las cosas que han ido mal o bien, así como su posible evolución futura, y con el fin de permitir que todos comprendan el pasado, el presente y el futuro de una sociedad incapaz ya de sobrevivir sin satélites, creo que necesitamos presentar hechos y no opiniones. Las opiniones vendrán después, así que empecemos por los hechos.
Cómo nos encontramos en la situación actual
Dentro de dos años, en el 2027, celebraremos el 70.º aniversario del primer satélite en órbita, el Spútnik 1, lanzado por la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957. En pocas palabras, la era espacial comenzó hace apenas unas décadas, y en aquel momento se hallaba en manos de dos grandes países muy poderosos, la Unión Soviética y Estados Unidos. Este último trató de responder a los soviéticos, y no le resultó fácil. De hecho, los soviéticos consiguieron llevar el primer hombre al espacio, a la primera mujer, realizaron la primera actividad extravehicular, aterrizaron suavemente la primera nave espacial en la superficie de la Luna... Hasta que el 20 de julio de 1969 Estados Unidos hizo alunizar el Eagle en el Mare Tranquillitatis con los dos primeros seres humanos que caminaron por nuestro satélite natural. Vivimos a continuación, en 1975, la misión Apollo-Soyuz: las dos potencias espaciales empezaron a cooperar, y cabría considerar que eso supuso el fin de la carrera espacial entre ambas.
Hemos pasado de dos países capaces de llegar al espacio a los actuales más de noventa que tienen o han tenido al menos un satélite en órbita, lo cual pone de manifiesto que el número de los países interesados en desarrollar capacidades relacionadas con el espacio no deja de crecer. Se trata, en cierto modo, de una obviedad: las tecnologías espaciales son fundamentales para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de todo el mundo, y ello sin discriminación, de manera abierta e inclusiva. Por lo tanto, los países en desarrollo y emergentes ven el espacio como una forma de promover un enfoque sólido y resistente para su propio desarrollo socioeconómico sostenible y de aumentar el número de matriculados en estudios de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), lo cual conlleva una mayor atención a la innovación y el progreso.
Foto icónica de la llegada a la Luna en 1969.
La Comisión de las Naciones Unidas sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos (COPUOS) se creó en 1958, justo después del lanzamiento del primer satélite y, desde entonces, ha sido el principal organismo multilateral para debatir y avanzar en la regulación de las actividades espaciales; pero también para concienciar sobre la importancia de los datos e infraestructuras espaciales que mejoran la calidad de vida de las personas en todo el mundo. En el 2014, por ejemplo, 76 estados miembros de las Naciones Unidas eran también miembros de la COPUOS; en solo diez años, la cifra ha superado el centenar, una clara señal del interés de los países emergentes por participar en el debate y beneficiarse de las actividades espaciales. Hace diez años, todavía no se disponía de una base industrial aeroespacial, y los gobiernos tuvieron que invertir dinero público para permitir el desarrollo de tecnologías habilitadoras.
Como ocurre siempre cuando se sigue ese enfoque, se llega a un punto en el que las inversiones públicas ya no son necesarias porque una tecnología determinada está lista para comercializarse y el correspondiente sector privado puede iniciar entonces su andadura. Si consideramos las tres principales tecnologías espaciales que utilizamos en la Tierra (telecomunicaciones, observación de la Tierra y geolocalización y navegación precisas), resulta fácil resumir la situación en pocas palabras. Las telecomunicaciones han sido la primera tecnología en desarrollarse y, hoy en día, más de un 95% de los satélites de comunicaciones en órbita son comerciales. La razón es también que los gobiernos tienen que gastar el dinero público (es decir, el dinero de los contribuyentes) en el desarrollo de nuevas tecnologías y en innovar; de modo que ya es hora de redirigirlo a nuevos proyectos y tareas desafiantes. Desde hace unos años, hemos empezado a ver un interés del sector privado en la observación de la Tierra también y, de modo más reciente, en los sistemas globales de navegación por satélite (GNSS). Habida cuenta de este enfoque (es decir, primero se invierte dinero público y luego el sector privado domina tecnologías maduras), no me refiero aquí a los aún aislados intentos comerciales de desarrollar estaciones espaciales privadas en órbita terrestre baja o de posarse sobre la Luna; no porque no sean importantes, sino porque todavía estamos en una fase muy inicial.
Jesús Calleja en el espacio de la mano de Blue Origin.
Resultados netos: en este momento, los gobiernos y las agencias espaciales se centran cada vez más en las nuevas tecnologías (sobre todo, en relación con la exploración sistemática del sistema solar) y el sector privado se ocupa cada vez más de tecnologías y misiones espaciales maduras en el seno de esa nueva disciplina llamada economía espacial. La situación es más compleja, pero mi intención aquí es ofrecer un breve resumen. Sin duda, en este momento somos testigos de un número creciente de nuevos agentes, tanto gubernamentales como no gubernamentales, que quieren tener voz en este ámbito en rápida evolución.
El actual papel de los actores privados
En el 2002, Elon Musk, un empresario radicado en Estados Unidos, fundó una compañía llamada SpaceX. Su primer producto: el Falcon 9, un lanzador reutilizable concebido para usar varias veces el mismo vehículo, lo que reduce los costes de acceso al espacio. En la actualidad, tanto el Falcon 9 como SpaceX son acusados de monopolio, o de algo muy parecido, en el campo de los lanzadores. Lo cierto es que esa tecnología fue desarrollada por SpaceX, lo que significa que tuvieron una intuición sobre el mercado futuro.
Hace unos años, SpaceX decidió empezar a trabajar en una megaconstelación que, con el nombre de Starlink, se está desarrollando para permitir el despliegue Gen 1 –12.000 satélites– y Gen 2 –otros 30.000 adicionales–, todos ellos en órbita terrestre baja y con capacidad de conexión directa a la telefonía móvil; en realidad, serán algunos menos de 42.000 porque, cuando la megaconstelación esté completamente desplegada, es probable que los primeros satélites lanzados ya hayan reentrado en la atmósfera. El principal objetivo es permitir que todo el mundo y en cualquier lugar tenga acceso a la conectividad de banda ancha, lo cual permitirá salvar la brecha digital y apoyar el desarrollo de una sociedad global del conocimiento. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, a finales del 2024 el número de habitantes del planeta sin conexión era de casi 2.600 millones, de un total de 8.100 millones. Una cifra realmente elevada. Durante los recientes incendios forestales de Los Ángeles, Starlink permitió el uso gratuito del servicio para que los equipos de rescate y los bomberos pudieran intervenir de forma adecuada sobre el terreno. Los satélites se vuelven imprescindibles para restablecer las comunicaciones tras un desastre de ese tipo, ya que una de las primeras consecuencias inmediatas es la falta de comunicaciones terrestres. Si comparamos Starlink con las otras opciones disponibles, la respuesta es sencilla: hoy por hoy, Starlink es la mejor de todas por lo que hace al rendimiento.
Satélites de Starlink desplegándose..
El artículo 1 del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre, el documento fundacional del derecho internacional del espacio, es claro en cuanto al hecho de que el espacio exterior es patrimonio de la humanidad y que cada país debe poder beneficiarse del uso pacífico de los recursos espaciales, al margen de su nivel de desarrollo económico, social y tecnológico. En otras palabras, el Tratado pide la democratización del espacio, que es exactamente lo que SpaceX está permitiendo hoy: un acceso más barato al espacio con el Falcon 9, conectividad para todos con Starlink.
En el campo de la observación de la Tierra, podríamos centrarnos en otra empresa comercial estadounidense, Maxar Technologies, que proporciona un servicio de imágenes de muy alta resolución a una amplia comunidad de usuarios y realiza un gran número de tareas desinteresadas para combatir la pobreza, apoyar la agricultura inteligente, monitorizar las variables climáticas esenciales, ayudar a los gobiernos a supervisar su propio territorio y luchar contra la esclavitud. Son ejemplos importantes en los que el sector comercial se asocia con las instituciones para ofrecer un valor añadido a los ciudadanos y proporcionar infraestructuras críticas necesarias. Al fin y al cabo, ocurre lo mismo en la aviación, por ejemplo, donde la mayoría de las aerolíneas son privadas y se centran en los ingresos; y al tiempo, en el 2024, transportaron a 5.000 millones de pasajeros. ¿Quién podría haber previsto tal situación cuando, en 1903, los hermanos Wright realizaron el primer vuelo controlado y sostenido de un avión con motor en Kitty Hawk (Carolina del Norte)? Probablemente, en aquel momento, la situación era similar a la que vivimos hoy, con analistas y expertos que afirmaban que el turismo espacial es solo para ricos, que no llevará a ninguna parte, etcétera. A principios del siglo pasado, nadie podía imaginar que hoy tendríamos la posibilidad de utilizar aerolíneas de bajo coste y que eso permitiría los viajes en avión de muchas más personas. Dentro de pocos años, la Starship de Elon Musk o los vuelos suborbitales de Blue Origin o de otros permitirán el transporte rápido de un continente a otro en menos de una hora. La historia se repite, aportando nuevas perspectivas para que la humanidad evolucione.
¿Un nuevo paradigma?
¿Es conveniente este auge de las actividades privadas? ¿Caminamos como sonámbulos hacia un monopolio del espacio, donde una o dos compañías como máximo detentarán el control de un mercado global? ¿Es posible encontrar paralelismos históricos que nos permitan discernir diferencias y/o caminos similares? ¿Y qué se podría hacer para lograr un desarrollo armonioso adecuado en el futuro?
Las actividades espaciales nunca han florecido tanto como en la actualidad. A lo largo de casi setenta años, cada etapa ha sido interesante; los intereses geopolíticos han ido cambiando una y otra vez; y, de cara al futuro, existe una fuerte interdependencia entre la senda pública y la privada. Vale la pena recordar que el Convenio sobre Responsabilidad establece la responsabilidad del Estado de lanzamiento por las actividades espaciales de las empresas privadas de dicho Estado. En otras palabras, se considera que los estados miembros de las Naciones Unidas son responsables. Por el momento, aunque tenemos la responsabilidad colectiva de permanecer vigilantes, celebro los grandes avances de los últimos años, en los que vemos el espacio cada vez más integrado en nuestra vida cotidiana.
Se trata de una época dorada para el espacio; solo tenemos que mantener un comportamiento responsable y mirar colectivamente las confluencias de los esfuerzos de colaboración. La humanidad se expandirá más allá de los límites de la Tierra, y ese viaje requerirá esfuerzos públicos y privados en beneficio de todos los ciudadanos del mundo. Al final, esa es la razón por la que nosotros, la comunidad espacial, hacemos lo que hacemos; y, en mi caso, desde hace unas décadas, con más entusiasmo y pasión que nunca. Una edad de oro, un nuevo paradigma, un banco de pruebas para nuevas asociaciones y un contrato social renovado. Por un futuro mejor.
Simonetta Di Pippo es directora del Laboratorio de Evolución de la Economía Espacial en la escuela de negocios SDA Bocconi (Milán) y antigua directora de la Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior (Viena). Es autora de ‘Space Economy: The New Frontier for Development’ (2023).
