El precio de ser Becker
Ganó seis Grand Slams como jugador y otros seis como entrenador. Fue el más joven en conquistar Wimbledon, con 17 años, y ha probado la gloria y el abismo. Salió de la cárcel más dura de Gran Bretaña hace tres años, pero esa celda fue su lugar de renacimiento. En sus memorias, Inside (Cúpula), repasa su caída: cómo se desmoronó su vida financiera, sus decisiones equivocadas, el precio de la fama y la brutalidad de la prisión. Durante 231 días compartió espacio con asesinos, violadores y traficantes. Hoy vive en Milán con su mujer, Lilian, y su hija de trece meses, Zoë, la pequeña de sus cinco hijos. Reza cada mañana en el Duomo y trabaja en televisión comentando los cuatro grandes torneos de tenis, además de fútbol y baloncesto en canales alemanes. También presenta un podcast, Becker Petkovic, y asegura que, por fin, se ha librado del personaje.
¿Cómo perdió una fortuna de 38.000 millones de libras?
Cuando eres famoso la gente se emociona con los titulares y 20 millones se convierten en 20.000. Jugaba al tenis en los 90, y nuestros ingresos eran mucho menores que ahora.
Entiendo.
Los divorcios y los hijos son muy caros, y cuando me retiré mis gastos eran mayores que mis ingresos, e hice muy malos negocios.
Suele pasarles a los campeones, ¿por qué?
No estudié. Tomé decisiones buenas y malas. Y cuando te llamas Boris Becker, tus errores hacen más ruido que tú.
¿Qué te pasa cuando tienes 17 años y eres el rey del tenis mundial?
Decían que era un niño prodigio, y los prodigios no duran mucho. Me retiré a los 32.
¿Le deslumbraba la vida de los ricos?
Así era la gente que me rodeaba, quería lo mismo y las tentaciones están por todas partes, pero siempre van a querer algo a cambio.
Le declararon culpable de violar la ley de Bancarrota.
Gracias, porque la mayoría de periodistas no saben que mi mal fue cometer un error técnico: entregué las cuentas tres semanas más tarde. Eso fue todo. Lo juro por Dios.
Terminó en una de las peores prisiones del Reino Unido.
Wandsworth es peligrosa, allí muere gente, pero los reclusos no importamos. Es un lugar salvaje. Y da igual si eres pedófilo, asesino, traficante o has cometido un delito económico. Soy afortunado de estar entero.
¿Cómo ha vivido estos 231 días?
El tiempo pasa lentísimo. Te sientes perdido, tienes miedo. Por las noches se oyen gritos de personas que no soportan la soledad.
Usted parece un hombre tranquilo.
Sí, yo soy un tipo calmado y la edad jugó a mi favor, poco a poco vas entendiendo cómo funciona ese lugar.
¿Llegó a hacer amigos en la cárcel?
Es cuestión de supervivencia. Observé quién controlaba y me uní a ellos. Solo no duras nada. Hay bullying . Hay violencia. Lo que ves en las películas… es verdad.
Del estrellato a lo peor.
Nunca me creí una estrella. Ni me exaltaba al ganar ni me hundía al perder. Eso me ayudó en la cárcel: tener los pies en la tierra.
¿Qué le enseñó la cárcel?
Cuando lo pierdes todo, lo único que te queda es tu carácter. La libertad, el dinero, todo desaparece. Tienes que mudarte de piel.
¿Para bien?
Me quité muchas mochilas. Volví a mi centro. Es curioso: de Wimbledon a Wandsworth hay solo 5 km. Ya no soy un niño prodigio ni un preso. Solo soy yo.
¿Qué ha conseguido sacarse de encima?
Me acomodé. Nunca fui fiestero, pero me volví vago. Y yo soy lo contrario.
Ha tenido tres esposas. ¿Qué es para usted el amor?
Gracias a mis dos ex tengo a mis hijos, así que no las cambiaría por nada. Pero ambas se casaron con un hombre rico y famoso, no sé si se hubiesen enamorado de aquel chaval de Leimen. Cuando conocí a mi actual mujer lo había perdido todo, pero me eligió.
¿Una esposa feliz es una vida feliz?
Eso decía mi madre. Y ahora entiendo por qué. Mi hija Zoë nació el 21 de noviembre, justo un año después de que mi madre muriera. Hay algo ahí. Rezo cada día en el Duomo. Creo que Dios aún tiene planes para mí.
¿Qué faenas tenía en la cárcel?
Créame, yo era el mejor limpiando baños, relucían. Yo cuando me pongo, me pongo.
¿Qué le mantenía en pie?
Prepararme para aprovechar la segunda oportunidad. Hace tres años que salí y mi vida ahora es mejor que antes. Yo me he pasado toda la vida en la cárcel, aunque no estuviera físicamente en una.
¿Por las exigencias del tenis?
No. El tenis fue maravilloso. Me refiero a lo que vino después, entre los 35 y los 45. Dejé que otros decidieran por mí. No tenía el control. Para ser mejor, tuve que equivocarme.
Los pagó caro.
Pero si a los 12 me hubieran dicho: serás número uno, tendrás cinco hijos, millones y pasarás 231 días en prisión… habría dicho: sí.
¿Qué pasó con los amigos?
Los que creía amigos desaparecieron. Las fiestas, las cenas. Ahora quieren volver. La respuesta es simple: no.
¿Qué fue lo más difícil?
Ver a mis hijos leer mentiras sobre mí. Por eso escribí un libro: para contarles la verdad.
Dígame quién es hoy Boris Becker.
Durante años viví la vida de otro. Ahora, por fin, estoy viviendo la mía. La cárcel me hizo mejor hombre, me desprendió de todo lo superfluo, me obligó a preguntarme quién quería ser. Me desmonté y me reconstruí.
¿Qué cultivó?
La calma, la lentitud. Empecé a estudiar a los estoicos y me prometí ser yo mismo el resto de mi vida. Tras retirarme me convertí en un producto que quería complacer a los demás.
