La basura marina se ha convertido en una de las amenazas medioambientales más graves y menos visibles del planeta. Aunque las imágenes de plásticos flotantes a menudo concentran el foco público y mediático, la mayor parte de los desechos terminan en el fondo de los océanos, donde se convierten en un sumidero difícil de monitorear y aún más difícil de erradicar.
Un estudio internacional con destacada participación de la Universitat de Barcelona ofrece ahora una hoja de ruta para abordar esta crisis global con herramientas y políticas comunes.
Solo se dispone de imágenes del 0,001% de los fondos marinos profundos
El artículo, publicado en la revista Marine Pollution Bulletin, está firmado por el catedrático Miquel Canals, de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la UB, junto a investigadores de centros de referencia de Europa y Asia. El trabajo pide medidas coordinadas y urgentes para evitar que la contaminación se acentúe y reclama que la basura marina -especialmente la que se acumula en el fondo- se incorpore en todos los tratados, directrices y convenios medioambientales.
La investigación se centra en las macrobasuras, es decir, objetos de más de 2,5 cm que llegan a los océanos procedentes, mayoritariamente, de la tierra firme. Ríos como el Mekong, el Ganges, el Indo, el Nilo o el Iang-Tsé vierten cada día toneladas de residuos en el mar, agravando un problema que también se ve amplificado por episodios extremos como huracanes o tsunamis.
La mayor parte de la basura marina termina en el fondo de los océanos, convertidos ya en auténticos vertederos submarinos
Según explica Miquel Canals, “el fondo marino es el vertedero final de la inmensa mayoría de los desechos marinos”, y en algunos puntos –como el estrecho de Mesina, entre Sicilia y Calabria– los sedimentos acumulan neveras, neumáticos, juguetes, redes y todo tipo de objetos arrastrados por torrentes y en torrentes.
Pese a la magnitud del problema, Canals recuerda que el conocimiento disponible es aún sorprendentemente reducido: “Solo disponemos de imágenes del 0,001% de los fondos marinos a más de doscientos metros de profundidad, que representan el 66% de toda la superficie oceánica.”
Y es que una de las principales dificultades detectadas por los investigadores es la ausencia de un sistema de monitorización global. Esto impide obtener datos comparables entre países y dificulta la evaluación real de la evolución del problema. Muchos modelos actuales utilizan indicadores como la densidad de población o la mala gestión de los residuos para estimar las posibles aportaciones de desperdicios, pero las cifras varían enormemente según la metodología aplicada.
En muchos lugares del mundo, antes que proteger el medio ambiente, existe la urgencia de alimentar a la población”
El estudio reclama protocolos homogéneos, métodos de medida armonizados y una apuesta decidida por las tecnologías avanzadas de detección: sensores aerotransportados, sonar de barrido lateral, vehículos subacuáticos autónomos, cámaras de alta resolución y sistemas de georreferenciación precisa.
Además, subraya que las grandes empresas dedicadas a la pesca, navegación o extracción de recursos marinos poseen cantidades ingentes de imágenes y datos que podrían ser de gran utilidad si se incorporaran a los programas científicos de monitorización.
Y aunque todos los países sufren los efectos de la contaminación marina, no todos disponen de los mismos recursos para hacerle frente. En muchos estados con rentas bajas, la gestión de residuos es limitada y su vertido al medio es habitual. En cambio, en países desarrollados, a pesar de disponer de sistemas más robustos, la combinación de densidad de población, hábitos de consumo y prácticas industriales sigue generando grandes volúmenes de residuos que terminan en el mar.
La retirada masiva de desechos del fondo exige extrema cautela para no causar daños mayores
“En muchos lugares del mundo, antes que proteger el medio ambiente, existe la urgencia de alimentar a la población”, recuerda Canals, que apunta a la necesidad de adaptar las medidas a las realidades económicas y culturales de cada territorio.
En definitiva, los autores insisten en que las medidas más efectivas son las que actúan antes de que el desperdicio llegue al mar: reducir el consumo de plástico, mejorar la gestión de residuos en las ciudades y reforzar la depuración de las aguas fluviales. En cambio, las intervenciones directas en el medio marino —como la retirada masiva de desechos del fondo— deben realizarse con mucha prudencia para evitar impactos aún más graves.
