29-O: La dana que desnudó un siglo de carencias latentes en la Comunidad Valenciana

Informe

Un informe del Colegio Oficial de Biólogos valenciano revela cómo la acción humana y la inacción ante la historia multiplicaron la tragedia y señala el camino hacia la renaturalización

El barranco del Poyo, a 17 de noviembre de 2024, en Paiporta, Valencia, Comunidad Valenciana (España). El Cecopi ha emitido una nueva orden de restricción a la movilidad de vehículos, que tendrá vigencia hasta el próximo 22 de noviembre, en cuatro carreteras de la Comunidad Valenciana, la CV-400, CV-407, CV-36 y CV-33. Tras el paso de la DANA por Valencia, el pasado 29 de octubre, se ha encontrado a más de 200 fallecidos.

El barranco del Poyo, a 17 de noviembre de 2024, en Paiporta, Valencia, 

Eduardo Manzana - Europa Press / Europa Press

El 29 de octubre de 2024 quedará grabado en la memoria colectiva de la Comunidad Valenciana como un día de devastación sin precedentes. Las inundaciones provocadas por la dana causaron 228 muertes, cifra que superó las dos terceras partes de las víctimas mortales por inundaciones en Europa ese año. Los daños económicos ascendieron a miles de millones de euros, afectando viviendas, infraestructuras, agricultura e industria. Este evento no fue una simple catástrofe “natural”, sino el resultado de una compleja interacción entre factores climáticos, territoriales y errores humanos, según se detalla en el informe del Colegio Oficial de Biólogos de la Comunidad Valenciana conocido ayer.

Las inundaciones no son nuevas en la región. En 1864, la riada del Xúquer dejó un relato de destrucción similar al de 2024. Ya entonces, la Comisión Bosch señaló que conocer el origen de estos eventos era clave para mitigar sus efectos. Sin embargo, pese a las advertencias históricas, la recurrencia de tragedias similares revela un patrón de inacción y falta de planificación, según denuncia el informe coordinado por Ricardo Almenar. En 1957, el Túria inundó Valencia con 81 fallecidos; en 1982, el Xúquer causó 38 muertes; y en 2019, el Segura dejó 7 víctimas. La tendencia a la baja en el número de muertes se rompió en 2024, lo que sugiere fallos críticos en la prevención y gestión de emergencias.

La tendencia a la baja en el número de muertes se rompió en 2024, lo que sugiere fallos críticos en la prevención y gestión de emergencias

Las precipitaciones del 29 de octubre fueron extraordinarias, pero no excepcionales en los registros históricos. Localidades como Turís registraron 772 litros por metro cuadrado en 24 horas, y Buñol alcanzó los 491 litros. Sin embargo, lo que convirtió estas lluvias en una tragedia fue la combinación de factores humanos y ambientales. “La degradación de la vegetación y los suelos en las partes altas y medias de las cuencas aumentó la escorrentía, mientras que la impermeabilización del suelo en las zonas urbanas redujo la infiltración” apunta el texto. Además, la expansión urbana descontrolada ocupó áreas inundables, exacerbando los daños.

El cambio climático también jugó un papel clave. Estudios atribuyen un 12-15% de mayor intensidad a las lluvias debido al calentamiento global. Un Mediterráneo más cálido alimentó el temporal, y el debilitamiento de la corriente en chorro polar facilitó la formación de DANAs (Depresiones Aisladas en Niveles Altos), fenómenos meteorológicos asociados a lluvias torrenciales. Pero el cambio climático no es el único responsable: la acción humana, como la deforestación, la erosión del suelo y la construcción en zonas de riesgo, multiplicó los efectos del temporal.

Estudios atribuyen un 12-15% de mayor intensidad a las lluvias debido al calentamiento global.

El informe propone un Plan de Regeneración Territorial basado en la naturalización de las cuencas hidrográficas. Frente a la tradicional apuesta por obras hidráulicas —presas, diques, canalizaciones—, se aboga por medidas que restauren los ecosistemas y reduzcan la vulnerabilidad del territorio. Entre estas medidas destacan:

Recuperación de la cubierta vegetal en las partes altas y medias de las cuencas para reducir la escorrentía y la erosión.

Reintroducción de especies arbóreas tradicionales, como algarrobos y olivos, que frenan el agua y protegen el suelo.

Restauración de humedales y creación de áreas inundables para laminar las crecidas.

Reducción del sellado urbano mediante pavimentos permeables y espacios verdes que favorezcan la infiltración.

El informe propone un Plan de Regeneración Territorial basado en la naturalización de las cuencas hidrográficas.

Reubicación de infraestructuras y poblaciones en zonas de alto riesgo, evitando así futuras tragedias.

Estas acciones no solo mitigan el riesgo de inundaciones, sino que también combaten el cambio climático al aumentar la absorción de CO₂ y mejoran la biodiversidad. Además, son más resilientes que las obras hidráulicas, que, aunque útiles, pueden fallar —como demostró el colapso de la presa de Tous en 1982— o generar una falsa sensación de seguridad que fomenta la ocupación de áreas inundables.

El informe critica la tendencia a priorizar soluciones técnicas rápidas sobre estrategias integrales. Por ejemplo, tras las inundaciones, algunos políticos reclamaron más presas y canalizaciones, ignorando que estas obras pueden agravar el problema si no van acompañadas de medidas ecológicas. También se denuncia la manipulación de normativas, como la modificación de la Ley de la Huerta de Valencia, que eliminó protecciones paisajísticas para facilitar construcciones en zonas vulnerables.

El informe critica la tendencia a priorizar soluciones técnicas rápidas sobre estrategias integrales

La renaturalización se presenta como la alternativa más viable, incluso en áreas urbanas. Ejemplos como la recuperación de cauces naturales o la creación de parques inundables no solo reducen el riesgo, sino que mejoran la calidad de vida al mitigar el calor urbano y proveer espacios verdes. Como señaló Iñaki Alday, experto en arquitectura resiliente, “las soluciones basadas en la naturaleza permiten entender cómo funciona el agua y evitar catástrofes”.

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