Marta, hija de una familia narcisista: “Con el tiempo he visto que, por mucho que intente hacer las cosas bien, nunca seré suficiente para ellos y ahora ya me he dado por vencida”
Familia
Con solo 17 años, su madre la echó de casa y cortó el contacto durante años: “Te quieren fuera de su vida, pero a la vez te mantienen ahí lo justo y necesario para poder seguir hundiéndote”
Los niños con padres narcisistas suelen necesitar ayuda para romper los vínculos tóxicos
Las personas que han crecido en una familia narcisista han aprendido desde pequeños que sus sentimientos, sean buenos o malos, no son válidos. Los niños con padres narcisistas han crecido privados de construir una identidad propia, porque lo que han aprendido es que deben complacer a sus progenitores, cumplir sus deseos y estar a la altura de sus expectativas.
Tomar conciencia de este vínculo tóxico y buscar ayuda para romperlo es un primer paso. El primero de un camino lleno de obstáculos y muy largo, pero que cambia la vida de las víctimas.
“Una familia narcisista se caracteriza, principalmente, por un sistema jerárquico rígido muy claro y, sobre todo, centrado en figuras patriarcales que ejercen el control familiar”, explica en RAC1.cat la psicóloga y cofundadora de Acció Psicologia, Noemí Calvó. Este rol lo pueden asumir “ambas figuras, tanto el patriarca como la matriarca, o solo una, mientras la pareja adopta un rol cómplice”.
Noemí Calvó
“Una familia narcisista se caracteriza por un sistema jerárquico rígido, muy claro y, sobre todo, centrado en figuras patriarcales que ejercen el control familiar”
Los padres narcisistas “anulan las necesidades emocionales de los hijos” y “buscan que los niños sean una extensión de su ego y sus necesidades”. ¿Y cómo lo hacen? A través de “dinámicas familiares”, como la triangulación —en la que difaman y desacreditan a uno de los hijos— o el gaslighting, con el que “distorsionan la realidad e inventan otra que no ha ocurrido”.
A los hijos también se les asigna un rol en esta jerarquía: el niño dorado (el favorito y protegido), el invisible (que aprende a no molestar) y la oveja negra (sobre quien recae la culpa de todo).
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Marta tiene 27 años y lleva años en tratamiento con Noemí Calvó. Creció en una familia con estas dinámicas y, de un momento a otro, pasó de ser la niña dorada a la oveja negra.
Cuando Marta tenía 5 años, sus padres se separaron y, a los 10, se fue a vivir a otra ciudad con su madre. “Mi madre es una persona rencorosa, muy superficial y con una gran necesidad de aparentar ante la gente. Pero en casa esa máscara se cae. Eso me permitió ver desde muy pequeña que mi madre miente mucho, esconde una parte de sí misma e incluso me usa a mí como excusa para quedar bien. Los niños aún no entienden las mentiras y eso me llamaba mucho la atención, aunque eran situaciones que terminé normalizando”, relata Marta a RAC1.cat.
Marta
“Mi madre ha llegado a echarme broncas enormes por el simple hecho de entrar en la cocina con el pelo suelto y encontrarse un pelo en el suelo”
Las reacciones de su madre eran totalmente imprevisibles y un hecho insignificante podía desencadenar el caos, humillaciones y gritos que se alargaban durante semanas. “Después de los gritos venía el momento de ignorarme, y eso lo hacía durante días. Además, era retorcida, se ponía a hablar con las plantas y, de repente, se giraba hacia mí y me gritaba”.
“Con 17 años me quedé sola en la calle”
El cambio de rol: de niña dorada a oveja negra
Marta también fue víctima de acoso escolar y en cuarto de primaria empezó a suspender todas las asignaturas. Un psiquiatra le diagnosticó TDAH y comenzaron a medicarla: “Hasta los 17 años estuve tomando hasta siete pastillas al día”.
Le habían hecho creer que, con toda esa medicación, podría cumplir con lo que se le exigía, pero finalmente, a los 17 años, sucedió “lo más esperado”. Estaba repitiendo primero de Bachillerato, el bullying no cesaba, así que decidió dejar los estudios.
Fue en ese momento cuando pasó de ser la ‘niña dorada’ de la familia a convertirse en el chivo expiatorio, la oveja negra. “Mi madre no aceptó mi decisión y me echó de casa. Con 17 años, me quedé sola en la calle”.
Marta, víctima de familia narcisista
“A los 17 años decidí dejar los estudios. Mi madre me echó de casa y me quedé en la calle”
Su madre cortó totalmente el contacto con ella “durante años”. No tenía ninguna red familiar ni amistades. En ese momento, su padre ya no vivía en Barcelona, aunque mantenía contacto telefónico con él.
“Me alquiló una habitación y me daba una pequeña pensión mensual para que pudiera ir tirando. Hoy en día veo la irresponsabilidad de dejar a una menor de edad en una ciudad que no conoce y darle 200 euros, como si eso ya le hiciera buen padre”.
Los niños con padres narcisistas han crecido privados de la posibilidad de construir una identidad propia
“Estaba desolada y desamparada y acabé cayendo en la adicción al cannabis y a los videojuegos”, recuerda la joven. Fue un año muy complicado, cayó en una depresión profunda e intentó suicidarse: “Llamé a mi padre para despedirme”. Por suerte, Marta fue capaz de recapacitar y pedir ayuda. Así es como llegó a Noemí Calvó.
Aunque la psicóloga se encontró con una adolescente totalmente cerrada, estaban listas para comenzar a trabajar el “trauma del vínculo de apego”: “Son personas que han vivido en un huracán”, afirma Calvó. Esa primera visita fue el inicio de un nuevo camino.
“Cuando quienes te quieren te hacen daño, debes aprender a alejarte para recuperarte”, señala Calvó, que destaca cinco aspectos importantes para la recuperación:
- Reconstruir la identidad.
- Medir la distancia justa con la familia.
- Darse permiso para relacionarse con otras personas.
- Tratar los síntomas con los que llegan.
- Lograr autonomía.
“Hasta hace dos años no sabía amar”
Síntomas y secuelas
A pesar de la depresión y las adicciones, Marta supo encontrar fuerzas de donde no tenía para reconducir su vida. “Volví a estudiar un grado medio. No sé de dónde saqué la motivación porque en ese momento mi única motivación era fumarme todos los porros que pudiera al día y pasar el mayor tiempo posible frente al ordenador. Mis estudios me permitieron descubrir mi pasión: ayudar a personas con discapacidad, y eso me salvó la vida”. Hoy en día, Marta es educadora social.
La joven, sin embargo, aún vivía con el trauma “de haber estado en una familia narcisista que te abandona”: “Te quieren fuera de su vida, pero te mantienen ahí lo justo para seguir hundiéndote”.
“Yo intentaba mantener la relación con mis padres y ser la buena hija, a ver si así lograba que me quisieran, pero con el tiempo y tras muchas experiencias negativas, he visto que por mucho que intente hacer bien las cosas nunca seré suficiente para ellos. Ahora ya me he dado por vencida y expreso quién soy y cómo soy. Hace muchos años que no somos una familia, y no hay necesidad de fingir”, afirma.
Marta, víctima de familia narcisista
“Yo intentaba ser la buena hija para ver si así conseguía que me quisieran, pero con el tiempo he visto que nunca seré suficiente para ellos”
Haber estado sometida a este control y desprecio le ha dejado muchas secuelas, especialmente a la hora de construir nuevas relaciones. “Tenía miedo al abandono. En todas mis relaciones desde los 17 años no sabía poner límites. Cuando conocía a alguien, pasaba del 0 al 100 porque no quería estar sola; a los dos meses ya les decía de irnos a vivir juntos. No sabía amar, ni en el amor ni en la amistad. Hace dos años que eso ha cambiado”.
“Me ha costado horrores, pero ahora he encontrado la paz”
Trabajar desde la empatía
Hoy en día, Marta sigue trabajando con Noemí Calvó y actualmente está en el proceso de tratar su Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA). Es consciente del entorno en que ha crecido y de todo lo que ha sufrido, especialmente durante su adolescencia, pero no quiere poner etiquetas: “Trabajo desde la empatía. Es una familia que me ha hecho mucho daño, pero no coloco a mis padres en la posición de malos”.
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A sus 27 años, la joven tiene una relación muy mínima con sus padres: “No me fuerzo absolutamente a nada. No sé por qué mantengo el contacto, porque no me hacen bien, pero lo más difícil es terminar de romper esta relación al 100 %. A mi padre lo puedo ver una vez al año, pero después siempre acabo llorando y sintiendo que no me quiere. Pero hay algo dentro de mí que siente la obligación de reencontrarme con él”.
“He vivido con mucho odio dentro, pero ahora he visto que si vivo con odio no dejo espacio para otras cosas que sí me harán feliz”
Marta reconoce que vive con “mucho dolor”, pero ha conseguido dejar atrás el rencor y insiste en trabajar su trauma desde la empatía: “La mejor manera de seguir adelante es tomar distancia y dejar que la vida te enseñe cosas. He culpado a mis padres durante mucho tiempo y me ha costado horrores, pero ahora he encontrado la paz. He vivido con mucho odio dentro de mí, pero ahora veo que si vivo con odio no dejo espacio a otras cosas que sí me harán feliz”.
Este artículo fue publicado originalmente en RAC1.