“Cuando me preguntan de qué vivo, irónicamente respondo que me mantiene mi marido. Solo él entiende mis inquietudes artísticas”: Carolina Figueras, artista, 64 años
Artista
Coreógrafa y bailarina desde la adolescencia, recorrió Europa con sus espectáculos. Hoy, con 64 años y dos prótesis de cadera, sigue creando y desafiando los estereotipos de edad y género en el mundo artístico
Carolina Figueras, artista, 64 años
A los 64 años, Carolina Figueras sigue ensayando frente al espejo. Dos prótesis de cadera no le impiden moverse con la misma energía con la que recorrió Europa como bailarina y coreógrafa. “Cuando me preguntan de qué vivo, respondo que me mantiene mi marido”, dice con ironía, “pero lo que en realidad me mantiene viva es seguir creando”. Figueras es artista de nacimiento y se niega a apagarse.
Representa a una generación de mujeres mayores activas que, a pesar de los prejuicios de la edad en su sector laboral, siguen luchando por hacer lo que aman. En el pasado, trabajó en televisión, hoteles, espectáculos internacionales y llevo la dirección artística de resorts en Turquía. La artista cuenta su relato desde una energía vital que rompe con la narrativa del envejecimiento como pérdida.
Los inicios de Carolina Figueras: cuando el music-hall español estaba entre la modernidad y la censura
Figueras empezó a bailar a los 12 años y, a los 16, ya vivía entre focos, lentejuelas y camerinos improvisados. Fue una de las primeras coristas de Barcelona en los años ochenta, cuando el music-hall español estaba entre la modernidad y la censura. La artista recuerda que vivía rodeada de ingleses, argentinos y un público que todavía miraba a las mujeres del espectáculo con desconfianza. “No era bohemia, era supervivencia”, confiesa.
Retrato de Figueras. BALLET ELITE'S SHOW en Sala Galas,1991
Su carrera profesional la vivió de diferentes maneras: entre carreteras, hoteles, noches infinitas y sin derechos laborales. Pasó de corista a capitana de ballet y, más tarde, a coreógrafa y directora. En los noventa cumplió su sueño de levantar su propio ballet moderno y formar a nuevas generaciones en su escuela Carol Dansa. Después llegó Turquía, donde coordinó seis espectáculos con 250 animadores y 25 bailarines de siete nacionalidades. “Allí tuve el mejor equipo de artistas de mi vida. Fue eufórico y mágico. Me valoraron más que en mi propio país”, recuerda.
Hay una tendencia a sobrevalorar el talento emergente y a ignorar por completo la trayectoria de vida de una persona, sobre todo si es una mujer artista
El regreso a España: una realidad lejos de lo que esperaba
El regreso a España fue un golpe duro para la intérprete. Volvió a dar clases en centros cívicos y colegios, cargando los zapatos de baile y el equipo de música en su bolsa. Pero no se rindió: escribió un libro, Memorias de una corista, donde reveló lo que nunca se contó detrás del telón, y abrió un blog para seguir opinando, enseñando y moviéndose.
A día de hoy, Figueras sigue en pie y es fiel a sus objetivos. No baila en público, pero mantiene la disciplina del escenario, de su juventud y sus años gloriosos: se levanta temprano, planifica y crea. “Ser coreógrafa no era un sueño, era un plan”, afirma. Lo dice sin nostalgia porque su pasión no ha caducado, aunque reconoce que el sistema ya le ha dado por vencida.
Foto con parte del equipo de bailarines, en sala de ensayo. 2006 Wow Hotels
He visto a muchos compañeros hombres seguir trabajando sin problema, mientras que nosotras, las mujeres, hemos tenido más trabas
Figueras, con toda una trayectoria detrás, percibe con claridad el trato que se da a las mujeres sénior en el mundo de la creación artística: “Hay una tendencia a sobrevalorar el talento emergente y a ignorar por completo la trayectoria de vida de una persona, sobre todo si es una mujer artista”, cuenta la artista. Su frase habitual es: “Tengo toda una vida por detrás”. No habla de retos; confiesa con rabia: “A estas alturas ya no necesito demostrar nada”.
Porque la artista siente que el panorama actual artístico, la margina: “La moda de ensalzar solo a los talentos nuevos deja fuera a quienes tienen una vida de trabajo detrás”. Y su relato impone la necesidad de reconfigurar la mirada colectiva y superar los estereotipos que siguen midiendo el valor femenino por la edad o el aspecto físico.
Carolina Figueras
Actualmente, se enfrenta a la dificultad de adaptarse a un panorama en el que el ‘boca a boca’ ha desaparecido y el portfolio se reduce a una cuenta de Instagram, dificultando dedicarse plenamente a su pasión, aquello que en su día le permitió ser ella misma. “Cuando era coreógrafa, no era necesario hacer un reel para mostrar nuestro trabajo. Nos promocionábamos porque lo hacíamos bien; la voz se corría sola, y con eso bastaba”. Hoy, en cambio, todo pasa por castings, vídeos y redes sociales. “No quiero parecer una persona caduca, para nada, pero la comparación es evidente. He visto a muchos compañeros hombres seguir trabajando sin problema, mientras que nosotras, las mujeres, hemos tenido más trabas”, revela.
No estoy acabada. El arte sigue siendo mi manera de vivir. Yo no puedo estar sin crear, sin enseñar, sin compartir
Foto final de ON BROADWAY. Aplauso de equipo, estreno en Kremlin Palace Wow hotels, Antalya Turquía. 2005
La artista siente que su camino profesional es cada vez más complejo y esto le perjudica a nivel personal. “Hay momentos de inseguridad en los que una se pregunta: ¿ya no valgo? ¿Estoy fuera del mercado? Pero sigo plenamente capacitada. He dirigido espectáculos completos, trabajado con directores teatrales de Estados Unidos, con compañías grandes, con todo tipo de artistas. Tengo el conocimiento y la preparación para hacerlo”, añade. Y, pese a ello, las oportunidades no llegan.
Me ofrecieron dirigir espectáculos con muy buenas condiciones, pero no podía compaginarlo con mi vida sentimental. Fue un dolor en el alma, aunque también un acto de amor
Durante años, se enfrentó al dilema de no encontrar trabajo en España, mientras que en el extranjero le ofrecían oportunidades que, por su vida sentimental, tuvo que rechazar. “Me ofrecieron volver a Turquía tres veces y dirigir espectáculos en cinco cruceros, con muy buenas condiciones. Pero tuve que decir que no: no podía compaginarlo con mi vida sentimental. Fue un dolor en el alma, aunque también un acto de amor y coherencia. A veces no hay otra opción”. Figueras subraya que su deseo era poder trabajar en España y recuperar allí el reconocimiento profesional que había alcanzado en el pasado fuera de su país.
Carolina Figueras, 2025
La vida sentimental de Figueras: su marido como pilar fundamental de su carrera artística
Para ella, su marido ha sido fundamental durante los últimos años de su carrera artística: “Es una persona con gran sensibilidad. Me ha acompañado con paciencia y respeto. Antes de él, dejé muchos ‘cadáveres sentimentales’ en el camino por culpa del trabajo. Pero él supo entenderlo: mis desánimos, mis rabias. Me ha apoyado siempre, aunque no le guste el mundo del espectáculo ni le interese. Me ha visto pasarlo mal, y ha estado ahí. Eso lo valoro mucho”, confiesa.
En la actualidad, la artista da clases en colegios y en centros cívicos, aunque reconoce que no trabaja al nivel de las producciones que desearía. “Cuando me preguntan a qué me dedico, respondo: soy coreógrafa, soy directora artística. Y si insisten, bromeo: pues me mantiene mi marido. Es mi forma de contestar con humor.” Además, añade que: “En realidad, no se trata de ir a menos, sino de estar a la altura de lo que considero mi nivel. No el que los demás esperan, sino el que creo que merezco”.
Aunque su vida laboral no sea tan activa como antes, Figueras se aferra a su mantra: “No estoy acabada. El arte sigue siendo mi manera de vivir. Yo no puedo estar sin crear, sin enseñar, sin compartir. Sigo bailando, sigo dando clases, sigo pensando como una coreógrafa. La diferencia es que ahora lo hago desde otro lugar, más consciente, más tranquilo. Pero el fuego sigue ahí. No estoy acabada. Ni lo estaré mientras pueda seguir transmitiendo lo que sé”. El testimonio de Figueras refleja que envejecer no debería ser un acto de desaparición, sino de expansión. Las mujeres que se muestran, que crean, que se atreven a ser vistas, están rompiendo siglos de silencio y no es un gesto individual, es un cambio cultural.