Júlia Martí es una de las psicólogas más populares del momento. La experta en autoexigencia, que aborda en redes sociales todo tipo de cuestiones relacionadas con la autoestima, el amor propio, los traumas y el crecimiento personal, está cosechando un gran éxito con su primer libro, Mujeres que se exigen demasiado.
En una entrevista para La Vanguardia, la autora se ha dejado conocer un poco más y ha reflexionado sobre las diferentes dinámicas sociales que nos convierten en personas autoexigentes y nos alejan, en muchas ocasiones, del bienestar. En la conversación, Martí también ha hablado sobre la mochila emocional de cada persona: una serie de experiencias pasadas que marcan, de manera inevitable, su presente.

Júlia Martí, psicóloga
¿Siempre tuvo la vocación de dedicarse a la psicología? ¿Por qué empezó a difundir sus pensamientos y reflexiones en las redes sociales?
Podría decir que siempre tuve vocación de psicóloga, pero en realidad no fue así como comenzó mi camino en esta profesión. Nunca fui una estudiante excepcional y aprobé la selectividad por los pelos. Sin embargo, mi madre me sugirió que estudiara psicología. Acertó de pleno. Durante la carrera me convertí en una alumna dedicada y brillante, y fue entonces cuando supe que había encontrado mi pasión.
Desde siempre me ha gustado compartir(me) en redes sociales y conectar con personas con intereses afines. Antes de ser psicóloga, tenía un blog de moda que funcionaba muy bien. Cuando terminé la carrera, pensé que podía dar el siguiente paso: reorientar esa vocación comunicativa hacia la divulgación en psicología. Así nació mi proyecto de acercar conceptos complejos de forma clara y accesible.
En sus publicaciones habla mucho sobre el autoconocimiento como herramienta para alcanzar el bienestar emocional. ¿Es importante trabajar en uno mismo?
Trabajar en uno mismo no es solo importante, es imprescindible. El autoconocimiento es la base desde la que podemos gestionar nuestras emociones, nuestras relaciones y, en última instancia, nuestra forma de estar en el mundo. Sin esa mirada hacia dentro, corremos el riesgo de reaccionar en lugar de elegir cómo responder. A través del autoconocimiento, tomamos conciencia de nuestras heridas, nuestros patrones y nuestras fortalezas, y eso nos permite vivir de manera más libre y auténtica.
El autoconocimiento es la base desde la que podemos gestionar nuestras emociones, nuestras relaciones y nuestra forma de estar en el mundo

Júlia Martí, psicóloga
También habla mucho de la infancia y la adolescencia. ¿Piensa que lo que ocurre durante estas etapas marca especialmente la vida de las personas?
Sin duda, las experiencias vividas en la infancia y la adolescencia marcan mucho más de lo que solemos pensar. Lo vemos continuamente en terapia: hay situaciones que dejan huella, como el hecho de no haber recibido la atención necesaria por parte de nuestros padres, haber sido juzgados o criticados por ser quienes somos o haber vivido situaciones injustas.
Todo esto conforma lo que llamamos heridas de la infancia, que influyen profundamente en cómo nos desarrollamos como adultos. Pero también es fundamental atender a lo que tendría que haber ocurrido y no ocurrió. A veces, el impacto no está solo en lo que pasó, sino en lo que faltó. Por ejemplo, crecer en un hogar donde el afecto emocional estaba ausente puede generar vacíos que, en la vida adulta, se traducen en dificultades para conectar o expresar emociones.
¿Cómo puede alguien superar el rencor hacia quienes le impidieron disfrutar de su infancia? Hacia esas personas que no supieron ver sus necesidades o que, simplemente, las ignoraron.
Cuando en la infancia no tuvimos experiencias relacionales positivas, es natural que en la adultez surjan emociones como el enfado o el rencor. Estas emociones son parte de un proceso de duelo: el duelo de dejar ir la familia ideal que hubiéramos necesitado y aceptar la familia real que tuvimos.
Superar el rencor no siempre pasa por el perdón. A veces, el camino más saludable es aceptar la realidad que nos tocó vivir, lo cual es, de hecho, la última fase de un proceso de duelo. Antes de llegar ahí, es normal transitar por etapas como la negación, el enfado o la tristeza. En algunos casos, este proceso puede abrir espacio para la reparación. A veces, las figuras de referencia toman conciencia del daño causado y se puede reconstruir la relación en la adultez. Pero cuando esa reflexión no ocurre o es imposible, el mejor antídoto suele ser tomar distancia, tanto emocional como, si es necesario, física.

Júlia Martí, psicóloga
¿Qué comportamientos indican que una persona es demasiado autoexigente?
Los comportamientos que indican que una persona es demasiado autoexigente pueden variar, pero suelen manifestarse en tres dimensiones: física, emocional y cognitiva. A nivel físico, la autoexigencia excesiva puede provocar un agotamiento constante, problemas de salud sin causa médica aparente (como tics en los ojos, bruxismo, problemas digestivos o brotes en la piel) y una sensación de cansancio que no desaparece.
En el plano emocional, predominan sentimientos de ansiedad, tristeza, enfado e incluso culpa, que pueden estar presentes gran parte del tiempo. Es común que la persona se sienta continuamente insatisfecha consigo misma, independientemente de sus logros. Por último, en el ámbito cognitivo, la autoexigencia se traduce en un diálogo interno muy crítico y negativo. La persona tiende a 'machacarse' mentalmente, reprochándose cada error y no permitiéndose descansar o bajar el ritmo. Reconocer estos signos es el primer paso para abordar la autoexigencia y aprender a regularla de forma más saludable.
¿Ser autoexigente es, por definición, algo negativo?
Ser autoexigente no es, por definición, algo negativo. La clave está en el grado. Un nivel moderado de autoexigencia es fundamental para alcanzar objetivos y llevar una vida plena. Nos impulsa a esforzarnos y a no conformarnos.
El problema surge cuando esta autoexigencia se convierte en una carga y no está equilibrada con el descanso, el autocuidado y el tiempo para uno mismo. En esos casos, puede transformarse en nuestro peor enemigo, afectando tanto a nivel físico (agotamiento, problemas de salud), como emocional (ansiedad, tristeza) y cognitivo (diálogo interno crítico y castigador). Lo importante es aprender a reconocer cuándo la autoexigencia está siendo desmedida y poner límites para no comprometer nuestro bienestar.
Ser autoexigente no es, por definición, algo negativo

Júlia Martí, psicóloga
¿Vivimos en una sociedad que fomenta la autoexigencia?
Sin duda. Esa es una de las mayores dificultades con las que nos encontramos los psicólogos al trabajar con personas que sufren por su nivel desmedido de exigencia personal. La sociedad no solo premia la autoexigencia, sino que la presenta como una virtud, especialmente en el ámbito laboral. Frases como 'soy muy exigente conmigo mismo' se valoran positivamente en entrevistas de trabajo, casi como si fueran un sello de garantía.
El problema es que nuestra sociedad no quiere personas que descansen, sino que produzcan, incluso al ritmo de una máquina. Pero los seres humanos no somos máquinas, y cuando nos forzamos a funcionar como tales, el resultado es una sociedad enferma y unas consultas psicológicas cada vez más llenas.