En España, cerca del 60% de los matrimonios termina en divorcio, una cifra que ha ido en aumento en las últimas décadas y que, en algunos países del mundo, incluso se supera. Las razones pueden ser muchas: desde la falta de comunicación hasta las tensiones económicas, pasando por el desgaste emocional que provoca la rutina o la crianza de los hijos. Sin embargo, uno de los factores más frecuentes, y muchas veces silenciado, es la infidelidad, presente en aproximadamente el 40% de los casos.
Curiosamente, la mayoría de estos divorcios ocurre en una franja de edad muy concreta: entre los 40 y los 49 años. Es decir, en plena crisis de los 40, ese momento vital en el que muchas personas se replantean su vida, sus deseos y el sentido de su relación de pareja. Surgen preguntas, dudas, y también la necesidad de volver a sentirse vivos. ¿Y si más que una traición, lo que hay detrás de muchas rupturas es una búsqueda de libertad, de autenticidad, de poder ser uno mismo sin miedo? Jordi Panyella, coach de pareja, plantea una visión diferente sobre el conflicto, el deseo y el amor en tiempos de transformación personal.
Coincide con la crisis de los 40 donde quizá se empieza a despertar en nosotros una inquietud
El divorcio tardío puede ser traumático, pero también puede suponer el inicio de una etapa vital renovadora
“Curiosamente, coincide con la crisis de los 40, con ese momento de la vida en el que llevamos mucho tiempo en un lugar y quizá empieza a despertar en nosotros una inquietud de no perdernos nada, de volver a experimentar sensaciones nuevas, de querer sentirnos vivos y vivas. Y hay muchas razones que llevan a estos divorcios”, explica.
El 40% aproximadamente de estos divorcios se deben a una infidelidad
Las redes sociales, la falta de comunicación en la pareja, las exigencias de la crianza de los hijos, los conflictos económicos y, sobre todo, la sensación de estar atrapados en una rutina que deja poco espacio para el deseo y la exploración personal. Estas son algunas de las razones más frecuentes que llevan a muchas personas a tomar la difícil decisión de separarse. A esto se suma la ausencia de un espacio real dentro de la relación para poder experimentar aquellas cosas que hace tiempo se dejaron de lado: el deseo, la novedad, la aventura o simplemente el sentirse vivos. Cuando la pareja se convierte en un lugar donde no se puede hablar libremente de lo que uno siente o necesita, el vínculo comienza a erosionarse poco a poco, hasta romperse por completo.
“Solo falta que te prohíban algo para que tu mente se enfoque completamente ahí. Es una locura, pero ¿qué pasaría si nos comunicáramos de una forma sincera, honesta? Si le dijéramos a nuestra pareja: oye, me está pasando esto, me estoy sintiendo así, tengo la necesidad de experimentar lo que sea. Y si del otro lado, en lugar de conflicto, represión, inseguridad, recibiéramos un ok, si necesitas probar esto, yo te permito probarlo”, expone el coach.
Al final, el simple hecho de prohibir algo, de bloquear una experiencia o de negar un deseo, no hace más que intensificarlo. Esa represión genera una tensión interna que empuja a muchas personas a querer salir de la relación. Así, se sienten ante una encrucijada: dejarlo todo para poder vivir lo que creen que necesitan sentir, o quedarse en un lugar donde ya no pueden ser ellos mismos, donde la autenticidad está limitada y donde, poco a poco, se apagan.
