¿Has experimentado alguna vez esa sensación en la que, nada más conocer a alguien, sientes que hay algo que no encaja? No tiene por qué haber ningún motivo ni razón extraña, incluso puede que la persona ni siquiera haya dicho una palabra, pero algo en tu interior se activa como una alerta silenciosa. Eso es a lo que llamamos ‘mala espina’, y aunque parezca subjetiva e incluso irracional, lo cierto es que tiene una explicación mucho más lógica.
Inconscientemente, cuando nos presentan a alguien por primera vez, nuestra mente evalúa automáticamente expresiones faciales, posturas, tono de voz, mirada e incluso olor corporal. Entonces, cuando algo de eso rompe los patrones establecidos a los que estamos acostumbrados, se activa nuestra alarma interna, una especie de radar social primitivo. Esto es lo que los científicos asocian al sistema límbico, especialmente la amígdala, que es la encargada de procesar el miedo y la amenaza.
En una entrevista para La Vanguardia, Juan Manuel García López, uno de los mayores expertos en comunicación no verbal de toda España, explica que “cuando conocemos a alguien por primera vez y nos da ‘mala espina’ es porque nuestro cerebro se activa”. Juan Manuel asegura que, simplemente con la observación del rostro de una persona, nuestra amígdala se pone en marcha, y es eso lo que nos provoca esa sensación de ‘mala espina’ o ‘sexto sentido’.
Si yo observo algo negativo en la otra persona, mi cerebro automáticamente lo va a interpretar y me va a dar esa sensación de incomodidad y ‘mala espina’
El experto explica que esto viene provocado, en su mayoría, por la activación de las neuronas espejo de nuestro cerebro, que entre muchas otras funciones, se encargan también de leer el lenguaje corporal de los demás de manera automática. “Entonces, si yo observo algo negativo en la otra persona, mi cerebro automáticamente lo va a interpretar y me va a dar esa sensación de incomodidad y ‘mala espina’”, asegura Juan Manuel.

La primera impresión de una persona tiene un gran impacto en nuestro cerebro
Muchas veces, esa sensación nos viene a la mente porque algo en esa persona nos recuerda inconscientemente a alguien que en el pasado nos hizo daño o nos mintió. No tiene por qué ser de forma consciente, simplemente nuestro cuerpo recuerda y nota algo con lo que no se siente cómodo.
Además, esta ‘mala espina’ también puede darse si la persona que tenemos delante muestra un lenguaje no verbal discordante que nos hace sospechar. Por ejemplo, si la persona sonríe, pero su mirada es fría, o habla tranquilo, pero se mueve nervioso, tu cerebro detecta una incongruencia, y eso genera desconfianza.
Cuando tu cerebro detecta que esa sonrisa se va de una manera rápida, interpreta que es porque está impostada y es falsa
En este sentido, Juan Manuel asegura que el gesto antipático más común que activa el rechazo instantáneo es impostar una emoción y que la otra persona note que está siendo así. Cuando esto sucede, el cerebro activa la señal de alarma y desconfía por completo de ese sujeto, pues nota que le está mintiendo nada más conocerse:
“Cuando estamos en una primera presentación y estamos nerviosos, solemos sonreír y borrar muy rápido esa sonrisa. Entonces, cuando borramos muy rápido la sonrisa, el cerebro de quien está observando detecta que hay algo raro, porque la verdadera sonrisa de emoción se va de una manera lenta, no al instante. Entonces, cuando tu cerebro detecta que esa sonrisa se va de una manera rápida, interpreta que es porque está impostada y es falsa”, asegura el experto.

Si una sonrisa desaparece de forma abrupta muy probablemente indica que es falsa
Entonces, ¿podemos fiarnos siempre de esa ‘mala espina’? Pues bien, lo cierto es que, aunque es una forma de intuición muy poderosa y ancestral basada en microdetalles que tu mente racional no alcanza a procesar aún, es útil, pero no siempre precisa. La ‘mala espina’ también puede verse afectada por ciertos prejuicios e incluso ansiedad, por lo que puede dar conclusiones erróneas. Por ello, hay que tenerla en cuenta, pero no debe ser nuestro único criterio para juzgar a alguien.