Cada familia vive y resuelve los conflictos a su manera. Las discusiones, lejos de ser un signo de ruptura, forman parte de la convivencia cotidiana y pueden convertirse en una oportunidad para fortalecer los vínculos afectivos, siempre que existan herramientas emocionales para atravesarlas sin herir —ni resultar heridos— por quienes más queremos.
Con la llegada de las vacaciones y el buen tiempo, muchas familias se enfrentarán a nuevos desafíos de convivencia. Padres que deberán gestionar los berrinches de sus hijos pequeños o adolescentes, hermanos obligados a compartir espacios y hablarse con respeto, e incluso parejas que, con más tiempo libre, se preguntarán si realmente desean seguir caminando juntas.

Hijo abrazando a su madre
La psicóloga especializada en crianza Milena González advierte sobre un momento clave tras una discusión: cuando el niño se acerca a sus padres con un abrazo. Porque, a menudo, es la reacción a los gestos más pequeños la que marca la diferencia en la resolución de un conflicto.
Si tu hijo o tu hija se acerca, devuélvele el gesto. Si hay algo que hablar, háblalo, pero no interrumpas ese momento
La primera recomendación de la psicóloga es clara: no responder con frialdad. “No te quedes como un palo tieso, con los brazos cruzados y la mirada fría. No lo frenes con un reproche como: ‘¿Ahora un abrazo? Estoy muy enojada por lo que hiciste’”, señala.

Padre abrazando a su hijo
El segundo error común es interpretar ese gesto como una forma de manipulación. Frases como “Ahora vienes todo cariñoso para conseguir algo” solo dañan el vínculo. González insiste: “Si tu hijo o tu hija se acerca, devuélvele el gesto. Si después hay algo que hablar, háblalo, pero no interrumpas ese momento con reproches, indiferencia o distancia.”
Tal vez no lo exprese con palabras porque no sabe cómo, pero ese abrazo es su forma de pedir perdón
El tercero, quizá el más sutil, es ignorar la dimensión emocional de ese abrazo. Porque, como subraya la experta, puede que ese niño esté haciendo algo que nunca se le permitió hacer a muchos adultos en su infancia: acercarse después de haberse equivocado.
“Tal vez no lo exprese con palabras —porque no sabe cómo o porque le da vergüenza—, pero ese abrazo es su forma de pedir perdón”, sostiene González. En ese gesto hay una decisión profunda: elegir el vínculo por encima del orgullo. Y eso, insiste, es un gran acto de amor.
Ese momento, por sencillo que parezca, ofrece una oportunidad valiosa para madres y padres según la psicóloga: enseñar que el amor no se pierde por un error, que en casa el cariño no se condiciona y que los brazos de los adultos siempre están abiertos, incluso cuando quedan asuntos pendientes por resolver. Porque sanar no siempre comienza con una conversación. “A veces, empieza con un abrazo”, concluye González.