Hace dos años, el club británico de fútbol Norwich City lanzó una campaña en sus redes sociales para concienciar sobre un aspecto de la salud mental sobre el que apenas se habla en público: el suicidio. Un cortometraje en el que se podía ver a dos aficionados de un mismo equipo que no podían ser más distintos: uno de ellos siempre se muestra eufórico y lleno de energía; el otro, mucho más cauto y melancólico, como no pudiendo disfrutar de los encuentros ni los goles de su equipo.
Solo al final del cortometraje nos damos cuenta de la realidad de lo que sucede: el aficionado más entusiasta padecía problemas de salud mental de tal gravedad que le llevan a quitarse la vida. Un detalle del que el espectador se percata cuando su compañero acude a un partido y, en la silla ya vacía, cuelga la bufanda que le había regalado.
Una campaña que dejaba entrever una realidad: millones de personas en todo el mundo padecen depresión, pero no todas manifiestan sentimientos de tristeza abiertamente. Reconocer la diferencia entre el diagnóstico de la enfermedad y sentir tristeza puede ayudar a una persona a procesar ambos de una manera saludable. Sin embargo, no manifestar esa tristeza públicamente no hace que su depresión sea menos válida a nivel médico.
“La depresión se ve diferente”, explica la psiquiatra e investigadora de la Universidad de Nueva York Judith Joseph. La especialista aclara que en situaciones depresivas, de un gran estrés o ansiedad, el cerebro es incapaz de generar dopamina, lo que causa una falta de sensaciones placenteras -que no tristeza. “Hay personas que sufren de anhedonia, es decir, falta de alegría. No parecen deprimidas, pero no es necesario sentir tristeza para ser depresiva”.

Dr. Judith Joseph: “Estamos hechos con ese ADN para la alegría. Es nuestro derecho de nacimiento como seres humanos”.
Entre otros casos, Joseph incluye a las personas que padecen depresión de alto funcionamiento o distimia, en la que la persona puede realizar sus actividades cotidianas o trabajar, pero experimenta síntomas depresivos y un malestar emocional interno significativo. “Son patológicamente productivos”, indica Joseph, que también señala que en estos casos, los pacientes pueden tener serios problemas para gestionar y mostrar sus emociones.
La propia psiquiatra reconoce que sufrió este tipo de trastorno hace unos años. “Así era yo en 2020. Llevaba una máscara. Por fuera parecía que todo iba de maravilla: dirigía mi laboratorio, tenía un hijo pequeño, una familia perfecta, salía en televisión. Pero sufría de anhedonia”, admite.

Dr. Judith Joseph: “Estamos hechos con ese ADN para la alegría. Es nuestro derecho de nacimiento como seres humanos”.
Para combatir esta dolencia, la especialista insiste en que el primer paso está en reconocer cómo se siente uno. “Si no sabemos cómo nos sentimos, si no podemos nombrarlo, estamos confundidos, es incierto. Nos sentimos ansiosos, por eso es fundamental nombrar cómo te sientes y aceptarlo”, insiste. “La alegría se lleva dentro. No hay que enseñarle a un niño la alegría, estamos hechos de ella”.