Norberto Abdala, médico psiquiatra: “Cuando una persona accede a una posición de poder o reconocimiento duradero puede comenzar a cambiar su personalidad”

Poder

Se modifica la percepción de uno mismo al aumentar la confianza y también la sensación de superioridad

Norberto Abdala, médico psiquiatra

Norberto Abdala, médico psiquiatra

Clarín

Cuando una persona accede a una posición de poder o reconocimiento duradero -desde un pequeño grupo hasta una figura política notoria- puede comenzar a cambiar su personalidad. 

El poder siempre ejerce fascinación en los humanos y revela cómo alguien es en realidad. Séneca decía que “la adversidad forja el carácter, pero el poder lo desnuda”.

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El poder puede hacer surgir lo que se conoce clínicamente como omnipotencia, una condición psíquica que lleva al individuo a creer que es el mejor, que no necesita a nadie, que siempre tiene la razón o que las reglas no aplican para él, llegando en casos extremos a conductas autoritarias o impulsivas.

Cuando el reconocimiento se convierte en poder, y el poder en hábito, algunas personas comienzan a perder la conciencia de sus límites reales, se sienten invulnerables, dueños de la verdad, exentos de acatar reglas o asumir sus consecuencias.

Esta ilusión de omnipotencia, lejos de ser una fortaleza, es un mecanismo que empobrece el contacto con la realidad y debilita al individuo y a sus vínculos. Además, suelen aparecer otros que lo aprueban, se subordinan, lo adulan o lo validan en forma constante, lo que puede llevar a una cierta distorsión del juicio crítico y sentirse que está “por encima de los demás”.

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En paralelo, puede instalarse una verdadera adicción al poder: cuanto más se lo ejerce, más se lo necesita. Se ha constado que en una persona en una posición de poder aumenta la producción de testosterona y disminuye la de cortisol, generando un efecto desinhibidor que le proporciona un actuar sin miedo.

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Al mismo tiempo, se incrementa la dopamina cerebral por lo que, cuanto más lo ejerce, más lo disfruta y desea.

El poder reduce la inhibición y deja que afloren rasgos de personalidad que estaban latentes. 

Es frecuente que una persona impulsiva, autoritaria o egocéntrica probablemente se contenga cuando es un subalterno, pero si accede al poder, esas características ocultas se manifiesten sin filtros.

El poder modifica la percepción de uno mismo al aumentar su propia confianza, brindar una sensación de control, facilitar la toma de decisiones arriesgadas y otorgar un menor registro de las necesidades de los demás. Es común la sensación de superioridad.

El pensamiento omnipotente otorga la convicción de que todo lo que se decide es correcto y que no es necesario consultar, escuchar o considerar otros enfoques ni tener que dar cuentas a nadie induciendo una sutil desconexión con la realidad.

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Otro cambio descripto es la pérdida progresiva de empatía por evaluar peor las necesidades ajenas, tener menor capacidad de ponerse en el lugar del otro o desconsiderar todo diálogo potencialmente conveniente o enriquecedor.

La frase “el poder corrompe” no significa una corrupción económica o ética, sino, también, una corrupción emocional que, en definitiva, hace perder la sensibilidad hacia el sufrimiento de los otros.

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En definitiva, el poder puede cambiar a una persona de manera profunda si agranda el ego, reduce la empatía, distorsiona la percepción de la realidad o facilita decisiones perjudiciales. Aunque también puede resultar positivo si se lo ejerce con humildad, un adecuado control interno, un cierto nivel de autocrítica y con sentido del deber.

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