Nuestro bienestar es clave para poder afrontar el día a día con relativa normalidad. En una sociedad cada vez más revolucionada en múltiples ámbitos, tanto el cuerpo como la mente deben estar preparados ante los distintos rompecabezas de la jornada. Sin embargo, la mente es un elemento que se tiene poco en cuenta. Tan pronto como nos despistamos, podemos encontrarnos sintiendo dolor, agotamiento, pulsaciones, ansiedad, nervios y muchas más afectaciones.
Sobre esta cuestión, una de las figuras más conocidas por sus declaraciones es Mario Alonso Puig, doctor y fellow en cirugía por la Harvard University Medical School. El madrileño comparte sus conocimientos en entrevistas, conferencias y redes sociales, donde cuenta con millones de seguidores. Una de sus últimas reflexiones se centra en el concepto japonés del ikigai, la “razón de ser”, y cómo podemos encontrarla y aplicarla.
“Aquí en Japón uno se familiariza con términos quizás no tan conocidos en Occidente como Ikigai. Ikigai es tener la sensación de que la vida vale la pena, de que los pequeños gestos de cada día, las pequeñas experiencias, que todo eso cuenta. Es olvidarse un poco de tener un gran propósito y enfocarse en las cosas sencillas que nos ocurren en el día a día. Y hay cuatro preguntas que nos pueden ayudar a encontrar nuestro Ikigai”, exponía.
“Primero, ¿qué es lo que amo? ¿Qué es lo que realmente yo amo? En segundo lugar, ¿qué es lo que se me da bien? En tercer lugar, ¿qué es aquello que me hace sentirme pleno? Y en cuarto lugar, ¿de qué manera puedo yo contribuir? Si nosotros vamos orientando las velas de nuestro navío, nuestro caminar por la vida en dirección a estas cuatro preguntas, estoy convencido de que vamos a vivir la vida de una forma mucho más interesante y, por supuesto, más plena”, sumaba.
Cicatrizando
Alonso Puig también extrapolaba a la vida real una técnica ancestral nipona: “En el Japón medieval se inventó algo que se llama kintsugi, la laca de oro. Cuando se rompían piezas muy valiosas de cerámica, no se tiraban al cubo de la basura, sino que se unían con laca de oro. Y así aparecía una vajilla única, una pieza única, irrepetible. Quiero que tus heridas, tus fracturas, tus traumas, cosa que todos tenemos, que todos compartimos... las llenes con ese oro de la aceptación del amor.
“Reconocer que muchas veces nuestras heridas se han convertido en nuestros motores. Y hemos llegado, pues donde hemos llegado, en parte gracias a aquello que fuimos capaces de superar. Nunca te veas como una pieza rota. Claro que sí. Tienes tus fracturas, las tengo yo, las tenemos todos. Ahora están cubiertas con ese oro del amor, de la aceptación y de la celebración de que eres alguien único”, insistía.