Los límites de la adaptación emocional pueden aprenderse demasiado pronto cuando la figura que debería cuidar se convierte en el centro absoluto de todo. En muchos hogares donde una madre busca admiración constante, los hijos crecen entendiendo que el cariño tiene condiciones, que la calma depende del estado de ánimo ajeno y que la propia voz solo puede escucharse si no interfiere con la de ella. En ese equilibrio imposible se forma una manera de estar en el mundo marcada por la prudencia y la alerta continua.
Esa realidad es la que explica Deborah Murcia, psicóloga especializada en manipulación emocional, cuando aborda cómo se construye la identidad de los hijos de madres narcisistas.
Sensación de inseguridad
La ambigüedad afectiva deja cicatrices que perduran en la edad adulta
Murcia lo resume con una frase que repite con frecuencia en entrevistas y charlas: “Viviendo con una madre narcisista aprendes pronto que para ser querida hay que adaptarse, callar o brillar solo cuando no la eclipsas”. Su análisis parte de años de trabajo con personas que crecieron en entornos donde el afecto se usaba como herramienta de control. Según la especialista, esa experiencia deja marcas profundas en la autoestima y en la forma de relacionarse en la vida adulta.
Madre e hija
La ambigüedad afectiva deja cicatrices que perduran en la edad adulta
Murcia apunta que el proceso de independencia emocional suele llegar con culpa, porque separarse de una madre así se vive como una traición. Sin embargo, ese paso es también el inicio de una reconstrucción necesaria. “Al alejarte sientes culpa, pero también llega el alivio”, comenta, una idea que define el momento en que se empieza a recuperar la propia identidad. Según la psicóloga, reconocer esa historia no implica rechazo, sino tomar conciencia de que el amor real no exige anularse.
Para Murcia, aprender a quererse fuera de ese patrón es un proceso largo, pero liberador. Habla de la posibilidad de amar sin miedo y de existir sin pedir permiso, algo que muchas personas descubren por primera vez al romper con ese modelo de dependencia emocional. Un cambio que, aunque duele, abre la puerta a una vida más tranquila y auténtica.

