Cumplir años y alcanzar una edad avanzada en buena forma física y con salud es una de las grandes aspiraciones humanas. Ana Galeote, fisioterapeuta, antropóloga y máster en psiconeuroinmunología clínica, es una de las centenares de especialistas que han viajado a Okinawa —una de las regiones con mayor concentración de personas longevas del mundo— para intentar comprender por qué algunas personas logran vivir durante tantos años con vitalidad y bienestar. “Esperaba encontrar rituales secretos, superalimentos o técnicas milenarias, pero no fue así. Descubrí algo mucho más sencillo”, explica la experta en conversación con este diario.
De aquella experiencia nació su último libro, Cuerpo solo hay uno (Bruguera), un manual que combina ciencia, observación y práctica cotidiana para recordar que la longevidad no es un privilegio, sino la consecuencia directa de cómo vivimos. La parte positiva es que no es necesario esperar a las puertas de la vejez para tomar conciencia de ello: desde la juventud podemos desarrollar hábitos y actividades que nos permitan llegar a la edad adulta en las mejores condiciones posibles.
La clave que Galeote ha identificado a lo largo de sus años de investigación está en el movimiento. Todas las personas estudiadas —aun siendo centenarias— mantenían una actividad diaria constante: cocinaban, iban a hacer la compra, paseaban por su vecindario o cuidaban de su huerto y su jardín.
Por ello, uno de sus lemas es: “Dime cómo te mueves y te diré quién eres”. Según la fisioterapeuta, los test de movilidad permiten evaluar el estado de nuestras articulaciones y, al mismo tiempo, revelan nuestros hábitos de vida.
La sentadilla es un ejercicio de lo más eficaz.
Un ejemplo claro que la experta suele plantear a sus pacientes es si son capaces de realizar una sentadilla profunda, y no solo ejecutarla, sino hacerlo correctamente: con las plantas de los pies apoyadas en el suelo, las rodillas por delante de los dedos y la cadera bien flexionada. Según Galeote, este gesto corporal ofrece información valiosa sobre la flexibilidad y la calidad del movimiento de una persona, del mismo modo que ocurre con la postura en cuclillas.
Los asientos y la vida moderna han eliminado la necesidad de doblar y flexionar la rodilla más allá de los 90 grados
Aunque algunos traumatólogos la consideran una “postura maldita”, en realidad se trata de una posición completamente natural para el ser humano. “Es nuestra postura de descanso innata”, recuerda Galeote, quien advierte de que muchas personas han perdido hoy esa capacidad debido a las sillas, los asientos y la vida moderna, que han eliminado la necesidad de doblar y flexionar la rodilla más allá de los 90 grados. Sin embargo, en otros países asiáticos, como Tailandia o China, es común ver a sus habitantes comer o conversar en esa posición.
Para la fisioterapeuta, esta práctica es esencial para mantener la calidad de vida, puesto que “si con 30 o 40 años ya no podemos mantenernos en cuclillas o hacer una sentadilla, debemos asumir que a los 80 nos resultará mucho más difícil agacharnos o levantarnos de una silla o del váter”.
Aunque algunos traumatólogos la tilden de “postura maldita”, la posición en cuclillas es nuestra postura de descanso innata
Para recuperar esta capacidad de movimiento es necesario entrenarla de forma progresiva. A quienes no logran descender por completo la cadera, Galeote recomienda comenzar con ejercicios sencillos utilizando sillas o taburetes bajos que permitan flexionar la rodilla más allá de los 90 grados. Este trabajo, explica, ayuda a reacondicionar las articulaciones, mejorar la estabilidad y readquirir patrones de movimiento que deberían resultar naturales.
La fisioterapeuta recuerda, además, que la postura en cuclillas no solo es nuestra posición de descanso innata, sino también la más fisiológica para realizar necesidades básicas. Diversos estudios de biomecánica señalan que esta posición facilita el tránsito intestinal y reduce la presión sobre el suelo pélvico, a diferencia de la postura sentada que se ha generalizado con los sanitarios modernos.
Recuperar la capacidad de ponerse en cuclillas —insiste Galeote— es, en el fondo, recuperar una función humana esencial que influye en la movilidad, la salud articular y la autonomía a largo plazo. En un mundo cada vez más sedentario, volver a estos gestos básicos puede marcar la diferencia entre llegar a la vejez con independencia o depender de ayudas externas para realizar tareas tan cotidianas como levantarse, agacharse o caminar.




