La Baltasara, el refugio de los recuerdos de Antonio Gala

El universo de un poeta

El hogar de Antonio Gala en la sierra malagueña, conserva sus objetos más queridos: su colección de bastones, sus benditeras, sus vírgenes y santos

Y en el jardín, bajo un inmenso eucalipto, las tumbas de sus nueve perros

La Baltasara abre al público de miércoles a domingo de 10 a 14h. Se pueden
reservar visitas guiadas

La Baltasara abre al público de miércoles a domingo de 10 a 14h. Se pueden reservar visitas guiadas

ELOY MUNOZ

Caminar sobre la tierra de La Baltasara es una experiencia sublime en torno a lo íntimo en la vida de Antonio Gala, una experiencia que, en el caso del andaluz, hace cuerpo lo inabarcable de su personalidad tan unida al lenguaje del amor y al acontecimiento de la luz. La misma luz que guía nuestros pasos entre jardines, acequias y pérgolas, entre cerámicas bastones y vírgenes. Una luz que provoca el asombro en la mirada del visitante ante la firme belleza de la imagen contemplada, como si lo contemplado fuera el poema que solo se desvela, a través de la respiración del verso, cuando somos capaces de comprender por qué estamos sobre esta tierra, por qué transitamos por ella. Por qué la belleza del mundo.

Esta finca situada en un municipio de la provincia de Málaga, Alhaurín El Grande, se muestra orgullosa y altiva desde su arquitectura campesina tan propia de finales del siglo XIX, poderosa por haber sido refugio, hogar y cobijo, durante más de tres décadas, de uno de los creadores más importantes de la anterior centuria y, sobre todo, por los secretos que guarda en cada una de las estancias que la conforman.

La Baltasara, que toma su nombre de una actriz pionera del siglo de oro

El jardín es un símbolo radical en la literatura de Antonio Gala y el de La Baltasara es mitad inglés, mitad árabe

El jardín es un símbolo radical en la literatura de Antonio Gala y el de La Baltasara es mitad inglés, mitad árabe

ELOY MUNOZ

Cuando Antonio Gala adquirió la finca quiso potenciar el aire de cortijo andaluz, posiblemente, por aquello que siempre manifestó en torno a la vida, “la vida se hace a través de las raíces”, y la dividió en dos partes: la casa principal, donde ejercía las coordenadas de lo cotidiano, fortaleza desde la que poder desplegar su paisaje íntimo; y una casa para los invitados separada de la vivienda central. Así, permitía lo próximo, potenciando una suerte de ética del alma, al tiempo que preservaba ese escenario desde donde nace la naturaleza del corazón, cuestiones que en la poesía de Gala permanecían separadas, alma y corazón, mientras se miraban a los ojos. De este modo, la arquitectura se convierte en representación de la persona y en alteridad del poema.

La Baltasara, que toma su nombre de una actriz pionera del siglo de oro, nos da la bienvenida de poco a poco y se va haciendo grande en el aire conventual, en la mística del detalle y en el requiebro pequeño. Los pasos, que se confunden con la densidad del silencio y el ánimo que este estado exige, se abren camino entre símbolos religiosos perfectamente integrados en la anatomía de la casa. Tal como nos cuenta el poeta Pedro J. Plaza, con quien vamos recorriendo la finca, Antonio Gala fue hijo de su tiempo y recibió una fuerte formación cristiana, conocimiento del que no quiso desvincularse, al contrario, “hasta los veinte años mostró una religiosidad fervorosa que derivó en un misticismo pagano”; hizo suyo ese concepto de lo religioso como trascender a uno mismo, ir más allá de los límites del cuerpo para alcanzar la belleza del otro y el mundo que lo acoge. Esa obsesión tan humana por alcanzar la belleza.

Antonio Gala (en la foto, en 1976) buscó echar raíces en La Baltasara

Antonio Gala (en la foto, en 1976) buscó echar raíces en La Baltasara

Album / Oronoz

Esa suerte de espiritualidad -sumado a un fuerte carácter supersticioso- obliga a una distribución y decoración en salas y habitaciones, a un lenguaje que está muy presente en distintos espacios de la casa. Antes de acceder a la vivienda central, sobre el suelo, elegante, espera una pila bautismal de mármol blanco que exhibe distintas huellas de superficies de agua, surcos de los diversos tiempos de las biografías de los perrillos de Antonio que acudían a beber agua fresca a la pila bautismal. 

En el exterior, como veremos tras abandonar la vivienda del poeta, tras atravesar el jardín, símbolo radical en la literatura de Antonio Gala - en el caso de La Baltasara, jardín mitad inglés, mitad árabe-, entre cipreses gigantes y eucaliptos, perfectamente ordenadas, nueve tumbas para sus nueve perros, custodiadas por lápidas de cerámica azul y blanco que lucen los nombres de cada uno de ellos. Distribución apartada del gran jardín central para que sus perros, los que supieron guardar el amor que Gala les otorgaba, puedan estar en el mundo del silencio con vistas privilegiadas a la explosión verde que contemplan por siempre.

Las tumbas de sus nueve perros tienen las mejores vistas de la finca. Entre ellas, la de Troilo

Las tumbas de sus nueve perros tienen las mejores vistas de la finca. Entre ellas, la de Troilo

ELOY MUNOZ

Ya en el interior de la planta baja de la casa central, planta que se encuentra dividida en salón y comedor, los benditeros, comprados o regalados, ocupan paredes, estanterías, se entremezclan con libros y mobiliario, con cuadros y cristos, con un candelabro hebreo, símbolo de la iluminación universal. El mobiliario se muestra con pequeños puntos de luz que buscan mantener esa austeridad de vida conventual, en el interior, que contrasta con la seducción de verdes que nos invocan al otro lado de la ventana, que esperan anhelantes una mirada que los observe. Nuevamente, ese juego entre poesía y refugio.

Siguiendo el destino que la propia casa concede, en la parte alta, el despacho y el dormitorio del poeta. Todo tiene un valor y un sentido en esta parte. Desde las fotografías hasta los lienzos. Lápices, notas, bolígrafos. En la mesita de noche, una pequeña nota con los canales de la televisión escritos por el que fue su secretario hasta el fin de los días del escritor, Luis Cárdenas, para que Gala supiera qué canal era cada número. Un gesto que encierra la ternura del orden de un mundo posible, el de La Baltasara, gesto ante el que es inevitable no sentir emoción por el ejercicio del cuidado responsable.

La vida se hace a través de las raíces”

Antonio Gala
Los benditeros, comprados o regalados, ocupan paredes, estanterías, se entremezclan con el mobiliario

Los benditeros, comprados o regalados, ocupan paredes, estanterías, se entremezclan con el mobiliario

ELOY MUNOZ

Mientras se deshace el camino, es inevitable no dejarse llevar por la tentación de pensar en Gala, imposible no imaginarlo observándonos, el tono y la palabra certera, el dardo, la lengua audaz. Qué pensaría el poeta, ahora que ya no, mientras caminamos por entre la memoria de sus objetos, mientras pisamos el suelo bajo sus pies. Mientras visitamos una vida ajena y nos vestimos con unos recuerdos que no nos pertenecen. Qué pensaría el poeta.

La Baltasara, finca indómita que fue el hogar de un creador total. Escritor, articulista, ensayista, poeta. Nadie fue capaz de elevar el ejercicio de la palabra a cotas de belleza como él. La Baltasara, con su aire de señora antigua, dueña del único mundo que le interesa, el suyo, guarda un secreto hondo y profundo: la belleza posible a través de un mundo íntimo.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...