El diseño animal de los Lalanne que alcanza cifras astronómicas

Arte

Las piezas de Claude y François-Xavier, pareja sentimental y artística, cotizan al alza, con ventas millonarias y la reivindicación de su obra

CLAUDE LALANNE y FRANCOIS-XAVIER LALANNE. 3551606 Bar 'Les Autruches', 1966 (bisLalanne, Francois-Xavier (1927-2008);

 Bar 'Les Autruches', 1966, espctacular escultura.avestruz vendida por 18 millones de dólares

Christie's Images / Bridgeman Images

El magnífico “bar doméstico”, obra del matrimonio Lalanne, acaba de venderse en Sotheby's, en la sede de Nueva York, por dieciocho millones de dólares. Y, como dicen los vendedores callejeros de baratijas -cuchillos milagrosos, cadenitas doradas-, “no es caro, porque es bueno”. Si llego a enterarme antes de la subasta, yo hubiera pujado por este bar avestruzoide hasta los 19 millones. Cierto que mis ahorros no me alcanzan, pero hubiera contado con el apoyo financiero de Constantin, el pordiosero rumano de mi esquina, al que le caigo simpático porque cada mañana, según voy, demasiado contento, camino al trabajo, echo una moneda en su vaso.

Justa retribución por el favor que me hace enviándome con su sola presencia este mensaje silencioso: “Recuerda que eres mortal”. Que es lo que le decía el guerrero cautivo al emperador que entraba en triunfo en Roma.

Yves Saint-Laurent, en casa de Lalanne, con dos vestidos de noche para los que el artista realizó moldes del cuerpo de la modela Verushka (1969)

Yves Saint-Laurent, en casa de Lalanne, con dos vestidos de noche para los que el artista realizó moldes del cuerpo de la modela Verushka (1969)

Manuel Litran/Getty Images

Con mis ahorros y los de Constantin, yo ahora sería el feliz poseedor de este bar-avestruces de los Lalanne, coronado por su huevo más precioso y perfecto que los de Fabergé. Lo pondría en el salón. Y aunque no tengo en casa bebidas, desde luego que haría una excepción e invitaría a Constantin a tomarse unas copas conmigo, apoyados en él. No soy un ingrato. Pero en seguida lo retiraría del salón y lo escondería en el dormitorio. Exactamente lo que hicieron los Lalanne. Se sentían muy orgullosos de esta pieza y la tenían en la entrada de su casa. Y todos los visitantes, especialmente los coleccionistas de arte, les preguntaban por ella, si querían vendérsela, cuánto les costaría.

 Los Lalanne, en su tiempo infravalorados por la comunidad artística parisiense porque se dedicaban a un arte funcional, útil –lo que en principio es un oxímoron, pues, si algo es el arte, es, precisamente, inútil…

La pieza 'Grand Mouflon de Pauline' (1993) es un ejemplo de la escultura funcional

La pieza 'Grand Mouflon de Pauline' (1993) representa la escultura funcional 

Bridgeman Images

…Aunque en los últimos años se ha impuesto la tendencia a incluir el diseño en la categoría del arte y del coleccionismo artístico; creadores “puros” y minimalistas como Donald Judd diseñan muebles estupendos, diseñan el entorno de su vida física; por no mencionar a Salvador Dalí y su sofá con los labios de Mae West, las sillas y mesas de Giacometti, la otomana de Lichtenstein…

Pero en esto los más perseverantes fueron los Lalanne. Ellos no querían vender su bar-avestruz, y, ante el fastidio de la insistencia ajena, cansados de decir “no”, acabaron escondiéndolo en su propio dormitorio. Así, era lo último que veían antes de apagar la luz, y lo primero que veían al despertar.

'Pomme Bouche' (1975) en bronce dorado

'Pomme Bouche' (1975) en bronce dorado 

Bridgeman Images

Les deparaba una sensación exaltante de realización, de haber hecho algo que está bien. No es una sensación tan frecuente en la vida, ¿verdad? Esa exaltación, esa sensación de desenvoltura, esa sugerencia de que no hemos venido a este mundo a luchar sino a jugar y divertirnos, emana de todas las obras de los Lalanne, y hasta en los pocos retratos que tenemos de ellos -¡qué pareja más cool y encantadora!-, es la que queríamos conseguir Constantin y yo.

Pero nos conformamos, como usted, lector, con verlo, reproducido en papeles como éste. Qué elegante y qué gracioso es. El huevo lo completa con un toque surreal. Este ejemplar que acaba de subastarse es el original, el que tenían en su casa, pero ante el éxito que tenía, hicieron cinco copias.

Claude y François-Xavier Lalanne forjaron un lenguaje propio con esculturas y piezas de diseño, algunas en forma de animal, con pinceladas oníricas e ironía

Claude y François-Xavier Lalanne forjaron un lenguaje propio con esculturas y piezas de diseño, algunas en forma de animal, con pinceladas oníricas e ironía 

Michel Viard

François-Xavier Lalanne (1927-2008) vivió toda su vida adulta con su esposa, en la localidad de Ury (Seine-et-Marne, Francia, en el distrito de Fontainebleau). Pero antes estudió en París, donde trabajó como guarda de sala del museo del Louvre, en donde estudió a fondo los objetos del departamento de arte egipcio. Estuvo muy próximo al movimiento surrealista, frecuentaba a Max Ernst, Man Ray, Magritte y a Dalí y era vecino y amigo de Brancusi, el escultor de la columna infinita y de la cabeza de diosa, al que solía visitar, llevándole como ofrenda un paquete de cigarrillos y una botella de vodka. 

Ya de mayor se quejaba de que le costó mucho abrirse paso, por culpa de su utilitarismo no le tomaban muy en serio. Se le consideraba banal. Pero perseveró en su propio gusto. Al principio él era el único artista, pero precisamente en una exposición de arte surrealista conoció a Claude (1925-2019), con la que se asoció y firmaron juntos muchas obras, especialmente esculturas para espacios públicos.

Los muebles-rinoceronte alcanzan precios estratosféricos

Los Lalanne se dieron a conocer al gran público en Francia en el año 1976 cuando el compositor y cantante Serge Gainsbourg (1928 -1991) seleccionó una de sus obras, la escultura L'Homme à tête de chou (El hombre con cabeza de col, 1968), para ilustrar la portada del álbum de 1976, al que dio el mismo título. A partir de ahí todo les fue rodado. Siguieron viviendo y trabajando juntos hasta la muerte de François-Xavier. Ahora descansan juntos en el cementerio de Ury. También sus hijas se dedican al arte animal, por así llamarlo.

Sus obras han sido objeto de retrospectivas –la última, en Venecia, el año pasado— y últimamente van alcanzando cotizaciones estratosféricas, como si se hubiera disparado una fiebre por sus cosas. Hace unos años publicó La Vanguardia la noticia de que su Rhinocrétaire I, mueble cajonera o secreter con forma de rinoceronte, se había subastado en Christie’s por una gran suma. Troupeau d'Éléphants dans les Arbres, que es una mesa dorada con forma de árbol, a cuya sombra descansan seis alegres elefantitos trompa en alto, se vendió el año pasado por 11 millones de dólares. Y así todo lo que hicieron. Banco-cocodrilo, banco-lata de sardinas, banquetas en forma de rebaño de ovejas, sillones de jardín que simulan águilas… y este bar-avestruz.

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