Es imposible contener una vida en un museo, o en un libro. Por eso la exposición que Chillida Leku dedica a Pilar Belzunce, la mujer del escultor Eduardo Chillida, y el libro que Susana, su hija, ha escrito recientemente sobre ambos son, más que biografías, homenajes sentidos a dos personas formidables por separado, invencibles como pareja.
“Si tú me sigues…” fue la frase crucial en la carrera de Chillida. Se la dijo a Belzunce cuando deseaba abandonar la carrera de Arquitectura para volcarse en la escultura. Si tú me sigues, me atrevo con todo. Ella podría haber elegido un novio arquitecto y una vida burguesa, pero apostó por su “caballito ganador”, como ella lo llamaba. Lo fue probablemente para ella desde que llegó con su familia de Filipinas, con 13 años, y nada más instalarse en su nuevo hogar de San Sebastián lo vio trepar con sus dos hermanos por la fachada de la casa familiar de los Chillida, al otro lado de la calle; atléticos como eran, se habían retado a no entrar nunca por la planta baja. Poco después se hicieron novios.
“Si tú me sigues…” fue la frase crucial en la carrera de Chillida: se la dijo a Belzunce cuando sopesaba volcarse en la escultura
Ese arrojo que mostró la joven Pili al seguir a Eduardo y todo lo que le acarreó su decisión es parte de lo que homenajea la exposición Pilar Belzunce. Retrato íntimo, que la familia le dedica actualmente en el caserío Zabalaga, en Chillida Leku, cuando se conmemora el centenario de su nacimiento.
Por su parte, el excelente libro Una vida para el arte es una historia conjunta de la pareja donde Susana Chillida, humanista, fotógrafa y cineasta, hace múltiples análisis textuales de fotografías del archivo familiar, profundo y a la vez emocional, en el que desnuda a sus padres y también a sí misma. Algunas de esas fotos han ido a parar a la exposición, que se ofrece como un curioseo en un salón privado decorado con imágenes familiares.

Pilar Belzunce en Saint-Paul-de-Vence junto a Ignacio Chillida en 1966
El visitante encontrará también pequeñas esculturas y cuadros hechos por Pilar, un retrato de ella pintado por Carlos Añíbarro que lleva aparejada una historia de generosidad y desengaño, otros de Eduardo hijo, de Pedro y de Gonzalo, hermano de Eduardo padre, documentación variada y retratos de todo tipo cedidos por la familia y por tanto enmarcados con una abigarrada variedad de técnicas. Y un ramo de flores cogidas en los jardines del entorno. No es una sala de museo, aunque Chillida Leku sea tal, sino un acto de cariño hacia la mujer que hizo posible llegar hasta aquí, y así hay que entender la calidad dispar de las piezas expuestas.
Cuando llegó definitivamente a España, Pilar ya había viajado de ida y vuelta algunas veces desde Filipinas, donde su padre tenía una hacienda azucarera y otros negocios, en largas travesías en barco recalando en grandes ciudades. Su educación multilingüe –inglés en la escuela más algo de francés con las monjas, español y tagalo en casa–, y esa noción de que el mundo era más grande de como lo veía la pequeña sociedad de San Sebastián la prepararon para ver las posibilidades de un hombre como Eduardo. Y también le aportaron cosas que a él le faltaban.
En gran parte, todo lo que Chillida dio al mundo debe su existencia al trabajo callado de Pilar ”
Le apoyó con una fe inquebrantable en sus malos momentos: cuando tuvo que abandonar el fútbol profesional –recordemos que fue portero titular de la Real Sociedad hasta que una mala lesión de rodilla lo dejó fuera de juego– y cuando dejó la carrera, y cargó con la gobernanza de una casa con ocho hijos y con todos los asuntos relacionados con la economía y las relaciones con los galeristas, para que él pudiera dedicarse a crear en libertad. Y aún tuvo tiempo para acompañarle siempre que lo necesitó.
Mikel Chillida, nieto del artista y director de desarrollo del museo, explica que “la profesión de Pili era su marido, una profesión de 24 horas al día; Pilar siempre dijo que Eduardo quería hacer algo importante y ella debía hacer lo que hiciera falta para que lo consiguiera”. Y Susana escribe: “En gran parte, todo lo que Chillida dio al mundo debe su existencia al trabajo callado de Pilar Belzunce. Siento un gran respeto por su labor dentro del tándem que formaron y me alegro de que la gente lo sepa”.
Una exposición y un libroHomenajes a dos vidas entregadas al arte
EXPO
Pilar Belzunce. Retrato íntimo
Hasta enero del 2026
Chillida Leku
museochillidaleku.com
LIBRO
Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres
Susana Chillida
Galaxia Gutenberg
Una de las fotos que Susana incluye en su libro refleja a la perfección el papel de su madre, tan poco conocida, en la carrera de su famoso padre: es 1964, y él espera dentro de la galería Maeght de París, tras las puertas cristaleras, a que se inaugure una exposición suya. Quien dispara la cámara es su mujer, que se refleja en los vidrios como el paisaje urbano. Ese segundo plano imprescindible para dar visibilidad al genio define la relación entre Pilar y Eduardo.
Trabajadora infatigable y todoterreno, lo mismo podía estar en Houston sustituyendo a Chillida en la inauguración de una obra que en un acto oficial junto a la familia imperial japonesa o en el Molino de los Vados, la casa de veraneo familiar en Burgos, recogiendo malas hierbas en pijama, como solía verla la familia con total naturalidad.
Como Eduardo, fue una mujer de familia que favoreció las comidas de los domingos, todos juntos, con sus ocho hijos y 27 nietos, en la casa de Intzenea, pero nunca le costó relacionarse en sociedad; al contrario, disfrutó con el ambiente de los grandes artistas: Chagall, Calder, Giacometti, Miró, del que fueron tan amigos y con quien compartieron inquietudes artísticas y compromiso social y político. Echó de menos ese entorno cuando murió Eduardo, afectado de alzheimer, en el 2002.
En sus últimos años se abocó a la pintura, que ya había practicado con gusto antes, cuando se lo permitieron sus tareas familiares. ¿Pilar era también una artista? “Ser artista es un sacerdocio –explica Susana Chillida en conversación telefónica–, y el de mi madre fue conseguir que mi padre se dedicase al arte, creer en que lo que Eduardo hacía valía. Pero la galerista Nieves Fernández me dijo una vez: ‘Tu madre nunca hubiera podido apoyar a tu padre como lo hizo si no hubiera tenido una gran sensibilidad artística’”.

El Arco de la libertad (1993) ante el caserío Zabalaga, del siglo XVI, que ahora acoge la exposición sobre Pilar Belzunce
Susana explica que tras la muerte de Eduardo, Pilar se sumergió en el mutismo, que ella interpreta como la primera manifestación del alzheimer que padeció; incluso en ese mal se unieron los dos. Pasó sus últimos años rodeada de amor. El mismo que ahora le muestra una familia agradecida en esta exposición sin cartelas: han sido sustituidas por textos escritos por sus hijos que no hablan de los objetos sino de la persona que está detrás, que siempre estuvo detrás de todo: Pilar Belzunce.