Con un punto delicadamente gamberro e inusualmente avanzado, Lydia Delgado (la madre de Miranda Makaroff para las nuevas generaciones) ha creado un universo potente y único. Lo ha hecho despacio. Paso a paso. Sin ínfulas. Y siempre “un paso por delante o dos-se ríe- porque está claro que cosas que ahora se entienden en su momento parecían una locura. “¿Por ejemplo? “Cuando empecé me decían que no dijera que era ecologista porque eso quedaba demasiado hippy. Pero seguí con el rollo de la artesanía y el ecologismo y ahora es lo más cool”.

Poseedora de los mejores premios, todos, de la moda española, solo se declara fiel a su intuición
Su moda es elegante y femenina. Disruptiva. ¿Radical? “Directamente punk”, sentencia a carcajadas. Tras su primer idilio monumental con la danza (¡actuaba en el Liceu!) se dejó atrapar en los lazos de la moda. Y aunque al principio todo iba bien, muy bien, y arrancó en los ochenta su fama de diseñadora excepcional, “luego se complicó a saco”. Desfiles. Colecciones. La presión de gustar. Entrevistas. Sesiones de fotos interminables. Selección de personal... Al final cortó por lo sano.“Yo no era persona entonces. Todo eso me abatía y empecé a eliminar todo lo que me agobiaba y me aportaba poco o nada”, susurra en el confort de su tienda de colores potentes y luces suaves que huele a lavanda. Dejándose llevar “solo por la creatividad sin trampas. Como un juego. Como algo lúdico y mágico” esta diseñadora que tiene el mismo porte que Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes al final hizo de su depuración una conversión iniciática.

Su moda, objetos, joyas y pintura brillan en su mundo de luz suave y tonos contrastados
Y en ese punto está ahora, en su universo a medida que es su tienda de la calle Sèneca, en el barrio barcelonés de Gràcia, y habiendo cumplido por fin su sueño de vivir, de estar felizmente sola. Explica, contundente, que ha entendido que eso, la soledad buscada, es una bendición. “Nos han engañado”, advierte, “siempre nos han vendido que lo mejor es vivir en pareja y no es así para todo el mundo. Personalmente yo ya no quiero tener a un ser humano de carne y hueso cerca. Ahora sí que aprendo. Ya nadie puede distraerme. No tengo límites” . Esa moda suya tan especial lo es cada vez más. Y más identificable.

Trabaja sus colecciones de couture con paciencia, emoción y con su particular visión artística
Sus clientas, sus fans, pueden parecer millonarias de los 70 veraneando en Portofino o bajando las escalinatas de sus casas en Londres. “Convierto en realidad mis sueños y los de las mujeres confían (y lloran de emoción cuando recogen los pedidos) en mí sus mejores momentos”, resume. Solo confecciona a mano lo que imagina (“soy asalvajada: no dibujo sinó que medio monto directamente lo que imagino”) y vende (“caro para los no iniciados pero barato si se tiene en cuenta el esfuerzo que implica”) lo que tiene.

Lydia Delgado concentra su mundo particular en su tienda de la calle Séneca de Barcelona
Y aunque no todo es sencillo (“cuando eres un artesano, no te forras”, advierte) vuelve a irle bien, muy bien. Es solo fiel a sí misma y su público, todo, sin excepción“tiene un nivelazo”. Lo mejor de todo es que se ha convertido en una artista total capaz de ofrecer el momento de la compra como una experiencia sensorial y su moda como un ser casi vivo. “He aprendido a hablar con mi ropa. Sé que tiene alma”.