El miércoles, Lauren Sánchez asistió al desfile de Balenciaga en París vestida con un conjunto negro, flanqueada por su séquito habitual. En cualquier otro contexto, habría sido una aparición más de la jet de Silicon Valley jugando a la jet set europea. Pero esta vez fue distinta: llegó pocos días después de su boda veneciana —la de los noventa jets privados— y, sobre todo, después de una portada digital de Vogue USA dedicada íntegramente a ella. No a su trabajo. No a su activismo. A ella. A su vestido de Dolce & Gabbana, a su boda con Jeff Bezos, a su “brillo interior”, según el texto que acompañaba el reportaje fotográfico, publicado el 27 de junio. Una historia tan ajena al clima global y al sentimiento colectivo como lo fue la propia boda.
Una portada que, en otro tiempo, Vogue —la revista desde la que Anna Wintour hizo campaña por candidatos demócratas o publicaba ensayos de cuatro mil palabras sobre la píldora del día después— jamás habría aprobado. Además de suscitar muchas críticas, no tardó en surgir una teoría: que el fin de Wintour —anunciado justo un día antes— tenía que ver con esa portada. Como si la revista no pudiera haber tomado semejante decisión sin una rendición interna. Por si fuera poco, estos días ha cobrado fuerza el rumor de que Jeff Bezos podría haber comprado Vogue a Sánchez como regalo de bodas. Como si, para justificar semejante desliz editorial, solo quedara pensar en una compraventa.
Olvidan que Anna Wintour no hace nada ni a las bravas ni al azar. Si eligió el jueves 26 de junio para anunciar que dejaba su cargo como directora de Vogue USA, fue porque ese día se cumplían 36 años exactos desde que firmó su contrato, en 1988. Cerró el círculo con su propia cronología, no con la de Bezos.
Su salida, además, no implica una retirada. Wintour seguirá como directora editorial global de todas las ediciones internacionales de Vogue y como jefa de contenidos de todas las revistas de Condé Nast, salvo The New Yorker: la revista literaria y política más prestigiosa del grupo, dirigida desde hace décadas por David Remnick.
Su criterio no desaparece, se descentraliza. El gran cambio es simbólico: Vogue USA no tendrá otra directora. Tendrá una jefa de contenido. El título —con sus inseparables gafas de sol— ha pasado a la historia.
Wintour seguirá como directora editorial global de todas las ediciones de 'Vogue '
Durante años, el verdadero objeto de deseo del fundador de Amazon no fue Vogue, sino precisamente esa excepción: The New Yorker. Bezos la ha querido con insistencia, pero siempre ha recibido la misma respuesta por parte de Condé Nast: las revistas del grupo no se venden por separado.
Desde 1959, la compañía permanece en manos privadas, bajo el control de la familia Newhouse a través de Advance Publications. Si alguien quiere una de sus cabeceras, tiene que llevarse el paquete completo: Vogue, Vanity Fair, The New Yorker, GQ, Wired, Glamour, Bon Appétit, entre otras.

Diversas cabeceras como VOGUE, ELLE y Harper's BAZAAR
La adquisición no saldría precisamente barata —se estima que Condé Nast tiene un valor aproximado de cinco mil millones de dólares—, pero Jeff Bezos podría permitírselo: su patrimonio personal, en 2025, ronda los 236 mil millones.
La cuestión es que la idea de que la marcha de Wintour tenga algo que ver con Lauren Sánchez no se sostiene. Aunque Condé Nast cambiase de dueño mañana, Anna seguiría ahí. No fue un gesto de rebeldía. Fue un gesto de poder: el de quien decide cuándo soltar las riendas, pero no el control.
El rumor ha cobrado fuerza no tanto porque sea verosímil, sino porque necesitamos que lo sea. Porque hay que encontrarle explicación a lo inaudito —una portada de Vogue a mayor gloria de la esposa de Bezos—, pero también a los tiempos que corren. Porque nos cuesta asumir que ya nada requiere una lógica editorial: solo acceso, dinero y exposición.
Muchos dan por sentado que la compra se hará efectiva. No porque tengan información, sino porque el guion encaja demasiado bien con el presente. Porque en este momento de la historia no es que estemos preparados para lo peor: es que lo damos por hecho.