En la pista central del US Open, todos los logos parecen familiares: el swoosh de Nike en Carlos Alcaraz y Emma Raducanu, el emblema de Hugo Boss en Taylor Fritz, el de Lululemon en Frances Tiafoe. Todos, menos uno. Taylor Townsend, actual número 2 del mundo en dobles -en julio fue número 1-, juega vestida con el símbolo TT, que nadie reconoce. Corresponde a su propia marca, nacida de la ausencia de patrocinio y que de momento no va a comercializar, y que tiene más de gesto de independencia que de proyecto empresarial.
En un deporte donde los contratos de ropa pueden superar los premios de los torneos, la ausencia de un patrocinio es casi tan visible como un monograma. Novak Djokovic ha ingresado más de 10 millones de dólares al año gracias a Lacoste. Naomi Osaka firmó con Nike un acuerdo que se estima en ocho cifras. Incluso jugadores situados fuera del top ten suelen recibir paquetes de indumentaria gratuita a cambio de visibilidad en pista.
Townsend, en cambio, lleva ocho años comprando sus propias prendas en tiendas deportivas, y desde esta primavera, estampando sobre ellos un logotipo diseñado por su colaborador Alexander-John. En Roland Garros apareció con un conjunto negro de manga larga donde las dos iniciales, TT, parecían brillar más por su carácter casero que por estrategia de marketing. El gesto es al mismo tiempo pragmático y político: un recordatorio de que una de las mejores jugadoras del mundo no encaja en la narrativa estética que las grandes marcas quieren vender.
No es la primera vez que Taylor Townsend se sale de la norma. A los 16 años, cuando ya era la mejor júnior del mundo, la Federación de Tenis de Estados Unidos le advirtió que no financiaría su viaje al US Open hasta que perdiera peso. Townsend costeó su propio billete y terminó ganando el título de dobles. El mensaje, implícito pero persistente, era que su físico no encajaba en la idea de éxito que el deporte quería proyectar.
Eso no significa que le falten apoyos. Townsend reúne a más de 120.000 seguidores en Instagram y se ha convertido en una voz influyente dentro y fuera de la pista, con un público que celebra tanto su juego como su resistencia frente a las convenciones.
Entre sus fans se encuentra Samuel L. Jackson. El actor, aficionado al tenis, le escribió un mensaje después de verla levantar el brazo como una aleta en el torneo de Washington. “No eres un tiburón, eres una orca”, le dijo. En una entrevista al New York Times, Townsend cuenta que decidió tomarlo al pie de la letra, y que en Nueva York estrenará un look inspirado en el animal más temido del océano. Una declaración estética, sí, pero también un recordatorio de que está dispuesta a ocupar el lugar que otros prefieren negarle.
No es la primera mujer que se toma la indumentaria por su mano ni la primera que convierte un partido en pasarela de mensajes. Durante dos décadas, Serena Williams acaparó titulares tanto por sus victorias como por sus elecciones de vestuario: desde el mono de Roland Garros hasta los tutús de inspiración baletística en el US Open, sin olvidar las chaquetas de cuero o los trenes desmontables con los que se presentaba en pista antes de retirarse en 2022.
Naomi Osaka, hoy imagen global de Nike, ha convertido cada aparición en escaparate de estilo y discurso, alternando equipaciones con colaboraciones de moda y la creación de su marca de skincare, Kinlò. Y Venus Williams abrió el camino en 2007 con EleVen, su propia línea deportiva, que aún mantiene viva con colaboraciones puntuales.
Los tenistas masculinos, en cambio, no parecen enfrentarse a ningún reto. Sus contratos no solo garantizan equipación técnica y ceros en el banco, sino que cada vez con más frecuencia los proyectan como rostros de lujo. En julio, en Wimbledon, el italiano Lorenzo Musetti debutó como embajador de Bottega Veneta con una chaqueta de piel trenzada en blanco: una pieza artesanal que respetaba la rígida etiqueta del torneo y que, por supuesto, no pasó desapercibida. Su compatriota Jannik Sinner fue nombrado imagen de Gucci en 2022, y Carlos Alcaraz se convirtió en embajador de Louis Vuitton en 2023.
Puede que hoy sea solo un gesto, pero el símbolo de doble T estampado al calor de Taylor Townsend también podría ser la primera puntada de una nueva narrativa en el deporte.