Septiembre siempre ha sido el mes de la moda. No solo porque las pasarelas marcan el calendario, sino porque durante décadas simbolizó el comienzo de un nuevo ciclo: cambio de armario, de silueta, de lenguaje. En septiembre se definía qué vestía el momento. En septiembre se proclamaban revoluciones. Hoy, en cambio, la palabra nuevo se ha vuelto sospechosamente familiar.
La industria sigue su camino y trata de convencernos de que sustituir el estampado de leopardo por el de pitón, o redondear la silueta de las hombreras, constituye una transformación. Pero no es más que otro giro del carrusel de tendencias: un archivo abierto, un patrón reciclado, una excusa para mantener la rueda de consumo en movimiento. El cambio ya no se entiende como ruptura, sino como variación.
Ese espejismo es funcional para las marcas en un contexto de turbulencia. Mucho se ha especulado sobre el origen de la crisis del lujo: la ralentización del consumo en China, la incertidumbre política y económica global, el fantasma de los aranceles. Ante la duda, los ejecutivos, preocupados por sus informes de resultados, han recurrido a la fórmula más sencilla: culpar al diseñador, sustituir al diseñador. Es un guion repetido tantas veces que ya parece automático. Pero cambiar al director creativo no significa necesariamente transformar la moda, aunque el cambio sea su razón misma de existir.
En este clima, las casas prefieren jugar sobre seguro: refugiarse en el archivo, confiar en la comodidad de un abrigo camel y en la lógica de que lo que funcionó en el pasado volverá a funcionar en el futuro. Dior ha resucitado para este invierno la camiseta J’Adore Dior que John Galliano presentó en 2001; McQueen ha recuperado el pañuelo de calaveras que Alexander McQueen introdujo en 2003; Chloé ha traído de vuelta el Paddington que Phoebe Philo llevó a la pasarela hace dos décadas, y Celine, ahora en manos de Michael Rider, ha desempolvado el Phantom que la propia Philo firmó en 2011. Si los clientes no compran las novedades, quizá se animen a volver a lo de siempre, esta vez revestido con el barniz de la nostalgia.
Este septiembre llega con un calendario cargado de estrenos creativos. En las próximas cinco semanas veremos el debut de Simone Bellotti en Jil Sander, Miguel Castro Freitas en Mugler, Lázaro Hernández y Jack McCollough en Loewe, Mark Thomas en Carven, Pierpaolo Piccioli en Balenciaga, Duran Lantink en Jean Paul Gaultier, Matthieu Blazy en Chanel.
Comprenderemos, tal vez, la visión para la mujer de Jonathan Anderson en Dior —de la que ya se mostró un anticipo en el Festival de Venecia—, la de Louis Trotter para Bottega Veneta y descubriremos si Glenn Martens logra trasladar al prêt-à-porter la misma tensión que imprime a la alta costura de Maison Margiela. Habrá incluso un aperitivo de Demna en Gucci, antes de su debut oficial en marzo de 2026. La rotación es abrumadora, pero el verdadero interrogante es si alguno de ellos podrá provocar un cambio real, o se todo se quedará sólo en un anuncio de cambio.
La pregunta, en realidad, nunca ha sido qué nos pondremos en la próxima estación, sino qué llevaremos después
Aunque es pronto para decirlo, porque las transformaciones se ven mejor con cierta distancia, el último gran cambio acontecido en nuestro armario fue el ascenso del streetwear y el athleisure, cristalizado en Balenciaga bajo la mirada de Demna. Durante casi una década redefinió no solo la silueta, sino también la manera de entender el lujo. Como ocurrió con el vestido negro de Chanel en los años veinte, con el nuevo look de Dior en los cincuenta o con la alteración de la forma de los vanguardistas Kawakubo y Yamamoto en los ochenta; se trató de una alteración profunda que desbordó la pasarela y alteró la forma de vestirse de toda una generación. Hoy, esa etapa parece clausurada. El primer cuarto del siglo XXI ya es pasado.
La pregunta, en realidad, nunca ha sido qué nos pondremos en la próxima estación, sino qué llevaremos después. Quiénes vamos a ser y cómo vamos a vestir. ¿Será alguno de los recién nombrados directores artísticos capaz de desafiar la inercia de los archivos? ¿O estamos condenados a un presente continuo donde el cambio se reduce a variaciones de estampado y a bolsos vintage reeditados?
La moda, como septiembre, siempre habla de comienzos. Pero no todos los comienzos son iguales. Algunos son meros retornos; otros, auténticas revoluciones. Lo que la industria necesita no es otro pitón en lugar de leopardo, ni otro director creativo para maquillar la falta de ideas. Lo que necesita es volver a arriesgar, a pensar cómo se viste un tiempo que todavía no existe.