Enamorado de las Gildas, la mujer y la tapa

La belleza delmundo

Enamorado de las Gildas, la mujer y la tapa
Manuel Vilas

Vivir un verano en Madrid es vivir en las llamas de los cuarenta grados. En el centro de Madrid no corre el aire. Por eso me subo a mi coche y me voy al barrio de Montecarmelo, en busca de un restaurante que tiene un nombre muy especial, un nombre maravilloso. Ese nombre es el de Gilda, porque ese era el título de la película dirigida por Charles Vidor en 1946, interpretada por Rita Hayworth y Glenn Ford. La actriz favorita de mi padre fue siempre Rita Hayworth, y el actor favorito de mi madre fue Glenn Ford. Rita Hayworth interpretaba a Gilda, una mujer fatal. La escena del baile y del guante de la película Gilda es ya clásica y mítica, de un erotismo jamás igualado en la historia del cine. Es uno de los bailes más famosos del mundo, puede que el más famoso. 

Y entro en el restaurante Gilda de Madrid con la película en la cabeza, enamorado de Gilda, la de la película, de su forma de bailar. Y me encuentro con una barra enorme, larga y dorada, no hay nada que alegre más el corazón que contemplar una barra de bar o restaurante que no tenga fin. Me acompaña en el almuerzo en el Gilda una mujer rubia con unos ojos que cambian de color según la luz que reciba. Has visto qué barra tan maravillosa, me comenta. La mujer que me acompaña es muy bella. La miras y es mirar un abismo. Nos dan la carta. La mujer que me acompaña elige la mesa. ¿Será esta mujer que me acompaña la Gilda de Montecarmelo? Miramos la carta. Hay un guacamole de gambas de cristal que me parece que debe de ser lo que comen los ángeles de la guarda cuando les premian por hacer bien su trabajo. 

Vertical

 

EFE

La carta gastronómica la firma Mireya Castillo, que viene a saludarnos. Y nos da dos besos. Mireya nos explica lo que vamos a comer, y nos dice que inventó un plato mientras se enamoraba. Ideó un plato con tréboles morados de la buena suerte. Amar y cocinar se funden en Mireya. Porque Mireya dice que todo cocinero tiene que estar enamorado para hacer bien su trabajo. Los escritores hacemos bien nuestro trabajo cuando se desenamoran de nosotros. En eso somos distintos a los cocineros, o a lo mejor amor y desamor son la misma inspiración. Ya se lo preguntaré a Mireya. Uno de los grandes momentos de mi vida de escritor tuvo lugar en el restaurante Gilda. Porque aquí bauticé un postre. Se trata del maravilloso Tres Amores. La gente que visita el Gilda me lo dice. Oye, he estado en un restaurante donde hay un postre inventado por ti. 

Corrijo: el postre no lo inventé yo. Yo le puse el nombre, yo lo bauticé. Bautizar postres es la tarea de los ángeles enamorados.

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