En Nueva York, donde he pasado el verano, es donde más locos y más escritores hay por metro cuadrado. Cabe preguntarse qué tienen ambas especies en común. Cuando se habla del “umbral de la locura” es fácil pensar que se trata de un cliché, de una frase hecha y manida. Pero las metáforas que pasan de boca en boca lo hacen porque logran capturar algo verdadero, y esto es cierto: a la locura se entra cruzando un ambiguo umbral, más que una puerta bien indicada, que nos advierta sobre lo que hay al otro lado. Una puerta es un paso visible, consciente, pero un umbral es un paso que no sabes que has dado hasta que lo das. Solo existe en retrospectiva.
Hay varios libros que relatan el desequilibrio mental de quien escribe, y yo acabo de releer Memorias de abajo, el relato de sanatorio de la pintora Leonora Carrington, que pasó una temporada encerrada en uno en el norte de España, de donde consiguió escapar a través de Portugal, hacia Nueva York, e instalarse finalmente en México. La traducción española la publicó la editorial Alpha Decay en el 2019. Pero en Nueva York parece haber más locos que cuerdos, y eso significa, seguramente, que la línea entre ambos es difusa. Yo misma siento a mis capacidades mentales trastornarse cuando paso varios meses aquí y recupero la cordura lejos de esta ciudad, cuando tomo tierra en otro lugar.

Autoretrato de Leonora Carrington
La obra literaria de Carrington, entre lo alucinógeno y lo surrealista, está terminando de traducirse en Estados Unidos gracias a la editorial New York Review Books, y en sus escalofriantes memorias de la locura crea nuevas metáforas para esa experiencia, que todos llegamos a tener, sanos o enfermos, en mayor o menor grado.
Carrington da otro nombre al umbral y localiza la locura en el cuerpo más que en la mente: el desequilibrio irreversible sucede cuando el propio cuerpo se convierte en algo incontrolable, en un ser dentro de tu ser, que actúa y piensa y danza de modo propio. Aunque la pérdida momentánea de la razón —para el arte, para el enamoramiento— sea necesaria, una pérdida total aniquila al individuo, lo convierte en esclavo de impulsos propios y, sobre todo, ajenos. Del umbral no se regresa, pero sí se escribe, y eso es superior a un regreso. Es una trascendencia.