Nos adentramos en Fontibre -donde nace el Ebro-, en el mirador de Palombera, en Bárcena Mayor, en Selores, en el valle de Cabuérniga, en Carmona, Puentenansa, Ruente, Mazcuerras, Tudanca y en La Hermida para descubrir la magia y el encanto que derrocha el interior de Cantabria. Es, sin duda, la mejor época para perdernos por sus densos hayedos, por sus desfiladeros, por sus invernales, sus coloridas macetas cuajadas de flores, sus ríos y sus tradiciones.
Entre leyendas de anjanas recorremos el valle de Cabuérniga, un lugar en el que, allá por el siglo IX, arrancó la repoblación de Castilla con las corrientes migratorias conocidas como Foramontanas.
Fontibre y el mirador de Palombera

En la desconocida Fontibre el río Ebro comienza un apasionante viaje de un millar de kilómetros a través de siete comunidades
Antes de entrar en el valle de Cabuérniga hay que parar obligatoriamente en Fontibre, -Fontes Hiberis (Fuentes del Ebro)-. Este espacio es el punto inicial del río más caudaloso de España y el segundo en longitud. A través de una senda empedrada nos adentramos en el mágico entorno hasta llegar a al nacimiento oficial del Ebro, la Fuentona del Fontibre, porque el real, está en el pico Tres Mares.
Aquí, el Ebro comienza un apasionante viaje de unos mil kilómetros a través de siete comunidades autónomas hasta fundirse con el mar Mediterráneo tras superar Deltebre, en Tarragona.
Esta tierra es el reino del lobo, del urogallo, del ciervo, el corzo, y el buitre leonado
Junto al manantial de Fontibre hay una columna de piedra, coronada por una pequeña estatua de la Virgen del Pilar. En ella están grabados los escudos de todas las provincias por los que pasa el río hasta su desembocadura.
Tras el nacimiento del río, la carretera que trepa hacia el puerto de Palombera es una tentación constante. Cada rincón invita a detenerse para observar la maravillosa espesura del mayor hayedo de la cordillera Cantábrica, la entrada al valle de Cabuérniga y su reserva del Saja, la puerta que nos adentra en la magia de Cantabria.

El mirador de la Cardosa, a casi 1.600 metros de altitud, ofrece los mejores panoramas de la zona
Esta tierra es el reino del lobo, del urogallo, del ciervo, el corzo, y el buitre leonado. Coronando Palombera está el mirador de la Cardosa donde se alza la estatua del corzo, emblema del mirador a casi 1.600 metros de altura. En estos lares pasta el ganado bovino y el equino, por lo que es habitual encontrarlos tranquilamente por la carretera.
Bárcena Mayor, la más antigua de Cantabria
El siguiente descubrimiento nos lleva a Bárcena Mayor, un conjunto histórico-artístico que es la única población incluida en el parque natural Saja- Besaya, y que pasa por ser la más antigua de la comunidad. Con unos cien habitantes, podría asegurarse que es uno de los pueblos más bonitos de la zona.
En la medieval Bárcena Mayor es imprescindible la iglesia de Santa María, del XVII, las primitivas casas rectorales, las casonas montañesas con amplias solanas y soportales abiertos por arquerías de sillería, o las hileras de casas de dos plantas con soportal, solana y cerramientos de madera, que constituyen la esencia de poblamiento montañés. Y como no, su magnífico puente medieval.
Los vecinos dicen que en la fuente del pozo Curavacas las mozas iban a lavar sus pecados antes de casarse
En la localidad hay que buscar la fuente escondida del pozo Curavacas a través de un pequeño sendero que se aleja del camino oficial hacia el monte, pasando junto a unas zarzas y un viejo muro de piedra. La fuente del pozo Curavacas es pequeña y humilde, pero su agua brota helada y limpia. Dicen los vecinos más mayores que ahí venían a lavar los pecados las mozas antes de casarse.
La tradición se ha perdido, pero el rumor del agua aún murmura viejas historias. Bárcena Mayor tiene un gran valor etnográfico, artístico e histórico, y una exclusiva arquitectura popular cuajada de hortensias, geranios y panochas, que hay que disfrutar sin prisas.
Selores y Valle, la capital del valle de Cabuérniga

La pequeña Selores está salpicada de caserones medievales
Atravesada por el río Saja, la pequeña Selores, con menos de un centenar de vecinos, tiene un encanto especial y unos caserones de vértigo. Entre ellos destaca la casona de los Cabeza, también conocida como Mayorazgo de la Fuente, de finales del XVII. Para no perderse, sitúa la iglesia parroquial de principios de 1900 y cerca de ella, un humilladero de 1 786. Merece la pena detenerse en Camino Real, una casona del siglo XVII convertida en hotel con encanto, ubicada en un hito del camino que siguió Carlos I a través del valle de Cabuérniga.
En un llano y al pie de dos grandes alturas, encontramos Valle, la capital del valle de Cabuerniga. Declarada bien de interés local, está cuajada de construcciones tradicionales, con elementos y materiales característicos de la arquitectura popular. Mantiene el aspecto tradicional de entre los siglos XVI y XVIII. Sin duda, destacan dos casonas, la de Rubín de Celis, del XVII, y la torre de Augusto González Linares que fue científico y profesor, y que fundó en Santander la primera estación de biología marina de España, en el año 1886.
Carmona y Puentenansa

Las calles y casonas de piedra milenaria de Carmona se enmarcan en un paisaje de cuento
Antes de entrar en Carmona hay que parar por el mirador de la Asomada del Ribero. Sus vistas invitan a detenerse para hacer fotografías con el fondo de un pueblo lleno de casonas de floridas balconadas fruto de la llegada de caudales indianos.
Carmona, con menos de 200 habitantes, es un conjunto histórico-artístico y una de las villas más hermosas de Cantabria, miembro además de la asociación de Los Pueblos más Bonitos de España desde 2019. Sus calles y sus casonas de piedra milenaria y madera noble derrochan tranquilidad. Aquí es tradicional la cría de ganado vacuno de raza tudanca, que se puede degustar en sus restaurantes.
También la artesanía en madera es muy interesante y hay varios talleres que elaboran esculturas y utensilios para la cocina. Pero, sobre todo, en Carmona aún pervive el oficio de albarquero, de ahí que sea conocida como “cuna de los albarqueros”, y una escultura de piedra así lo simboliza. Las albarcas las utilizaban antiguamente los campesinos para proteger sus pies de la humedad, del frío y la nieve.
El edificio más emblemático es el palacio de los Díaz de Cossío y Mier, del siglo XVIII, que hoy es un hotel con encanto. El edificio, también es conocido como el palacio Rubín de Celis o La Venta de Carmona. Y, desde luego, hay que disfrutar de los miradores de la Vueltuca, la collada de Carmona y la asomada del Ribero.

En Ruente se halla el nacimiento de la Fuentona
A unos cuatro kilómetros, encontramos Puentenansa en pleno cruce de carreteras, la que viene desde el norte y atraviesa todo el valle del Nansa, y la que proviene desde Cabuérniga a través de la collada de Carmona. Esta encrucijada está rodeada de encinares y regada por el Nansa, que la convierte en el paraíso de los pescadores de truchas. Su gastronomía es muy apreciada por su excelente cocido montañés, su caza, las truchas, y cómo no, su carne de vacuno. Es imprescindible un alto en la panadería Panansa, que elabora un delicioso pan y mejores delicatessen.
Ruente y el nacimiento de la Fuentona
Ruente es el municipio más septentrional del valle de Cabuérniga. Es abierto, con una suave orografía y un magnífico quejigal. Escondido tras las casas, aparece una pequeña cueva donde se encuentra el nacimiento de la Fuentona, un río que brota al pie de una pared de roca, catalogado de interés geológico.
En el interior de la gruta de Ruente vive una anjana, un hada buena de la mitología cántabra
Cuenta la leyenda que en el interior de la gruta vive una anjana, un hada en la mitología cántabra protectora de las gentes buenas, de los enamorados y de los que se extravían en bosques y caminos. Tal es el caudal del río que, pocos metros más abajo, la corriente atraviesa con fuerza su puente medieval de nueve ojos de Ruente, que facilitaba el tránsito en el camino real. En Ruente hay que tomar té y dulces en la original La Oca en el Océano, porque es una delicia.
La Mazcuerras de Concha Espina

Mazcuerras destila arte por cada rincón
Al parecer, el origen del término Mazcuerras procede del topónimo medieval Mescorez, presente en un documento fechado en 1 184. La antigua Malacoria tiene una historia muy rica porque está en el camino de la ruta de los Foramontanos, los antiguos pobladores de Castilla en la época de la Reconquista. En una preciosa casa montañesa de la localidad, situada a los pies del monte Ibio, residió la escritora cántabra Concha Espina, y allí ambientó su novela La niña de Luzmela.
Otras fincas magníficas son Las Magnolias, donde vivió la también escritora y pedagoga Josefina Aldecoa y la casa-palacio de Gutiérrez y Mier, una casona de sillería con dos arcos de medio punto y balcones volados. La iglesia de San Martín, del siglo XVII, y la ermita de San Roque, del XVIII, merecen ser visitadas. Esta mágica localidad se dedica a la ganadería, pero la actividad esencial es el cultivo de flores, que cuenta con una gran tradición.
Tudanca, refugio de literatos

La Casona de Tudanca, por donde pasaron los artistas de mayor prestigio de nuestro país, alberga una importante biblioteca con más de 25.000 volúmenes
Otro lugar imprescindible en la ruta es Tudanca, un típico pueblo montañés que, por su belleza, ubicación y contenido es conjunto histórico nacional. Está situado en la falda de la montaña de la Jorcada, a la derecha del Nansa, y vigilado por la sierra de Peña Sagra. Al entrar en Tudanca, la primera impresión es que el tiempo se ha detenido.
En la parte alta se alza la sensacional casona de Tudanca, de 1750, que fue residencia de José María de Cossío y por la que han pasado Carlos Gardel, Unamuno, García Lorca, Alberti, Marañón, Gerardo Diego y Camilo José Cela, entre otros. José María de Cossío cedió la casona al Gobierno de Cantabria que la convirtió en el museo que es hoy. Alberga una importante biblioteca con más de 25.000 volúmenes, publicaciones desde el siglo XVI, grabados y numerosos manuscritos, incluido el Pascual Duarte de Cela.
La Hermida, el gran desfiladero

Las impresionantes crestas y riscos del desfiladero de La Hermida dejan sin aliento por su impresionante belleza
La historia de La Hermida está ligada a su desfiladero. Emplazada en la mitad del camino que discurre por una impresionante garganta, ha sido un cruce de caminos que ha tenido un papel primordial. Desde el mirador de La Hermida se aprecian espectaculares farallones rocosos casi verticales y laderas cuajadas de encinas.
Su serpenteante carretera fue construía a finales del 1800 por la Marina con el fin de facilitar el transporte de la madera de los bosques para construir sus barcos. Las impresionantes crestas y riscos del desfiladero son un balcón sobre el cielo para observar rapaces, donde el buitre leonado, el águila real, el quebrantahuesos y el alimoche son los reyes de los cielos.
Uno de los encantos de La Hermida son sus aguas termales cloruradas sódicas e hipertermales
Otro de los grandes encantos de La Hermida son sus aguas termales cloruradas sódicas e hipertermales que fluyen de las profundidades de la tierra a 63 grados centígrados, lo que las convierte en las segundas más calientes de España.
La recomendación
Viajar con un buen calzado y sin prisa. Y sobre todo disfrutar de la gastronomía que casi sabe a hogar y donde el cocido montañés es su seña de identidad. Además, hay que valorar la excelente carne de ternera tudanca y los platos caseros que incluyen venado y jabalí.
Dónde dormir
Hotel Arha Casona de Carmona (Carmona). Es el palacio de los Mier. Construido a principios del siglo XVII, su arquitectura es la barroca madrileña de la época de los Austrias combinado con el diseño propio de las casonas montañesas.
Hotel El Bosque de la Anjana (Selores). Con una ubicación excepcional, está escondido en un paraje precioso y natural donde se respira tranquilidad.
Dónde comer
Panansa (Puentenansa). Picoteo y desayunos. Pinchos, rosquillas, panes de hogaza. La tarta de la abuela y la tarta de chocolate con crema pastelera son espectaculares, y los cruasanes de mantequilla también son una delicia.
La Solana (Bárcena Mayor). Tanto el menú estándar como el especial son magníficos. A la carta encontramos la deliciosa ensalada templada de bacalao, el lomo con salsa de manzana, la fabada de venado y la chuleta de vaca tudanca, todos ellos excepcionales.
El Puente (Carmona). Cocina casera, con excelentes cocido montañés y carne de ternera.