En Oviedo hay una mujer que lleva casi tres décadas sin moverse ni un centímetro. Permanece quieta, inmóvil, con el gesto entre melancólico y expectante, como si esperase una noticia que nunca llega. Es Ana Ozores, la protagonista de La Regenta, que desde 1997 observa la fachada gótica de la Catedral de San Salvador como si aún perteneciera al Vetusta de Leopoldo Alas “Clarín”.
En la vida real, la ciudad se llama Oviedo; en la literatura, Vetusta. Y en la esquina de la plaza donde se cruzan turistas, feligreses y estudiantes, la figura de bronce de la heroína sigue allí, vigilante, como un símbolo del diálogo permanente entre la ficción y la ciudad que la inspiró.
Coinciciendo con el centenario de la muerte del autor
La escultura es obra del artista asturiano Mauro Álvarez, que la instaló en 1997 coincidiendo con el centenario de la muerte de Clarín. El Ayuntamiento quiso rendir homenaje no solo al escritor, sino a uno de los personajes femeninos más complejos de la narrativa española del siglo XIX.
De tamaño real, fundida en bronce y dotada de una presencia serena, Ana Ozores aparece vestida con atuendo decimonónico y con la mirada dirigida, de forma deliberada, hacia la portería principal de la catedral, escenario central de la novela. Esa orientación ha alimentado durante años el comentario popular de que “La Regenta vigila la catedral”, dando pie a fotografías y guiños literarios entre los visitantes.
La ciudad con más esculturas
Oviedo es, probablemente, la ciudad española donde más natural resulta encontrarse con la literatura a pie de calle. Con más de un centenar de esculturas distribuidas por sus plazas, parques y bulevares, según datos de Turismo de Asturias, se la conoce desde hace tiempo como “la ciudad de las estatuas”.
Turistas se toman una fotografía junto a la estatua de la Regenta de “Clarín”, en Oviedo
En la misma ruta urbana conviven Ana Ozores, Mafalda, Woody Allen, las vendedoras del Fontán o las estatuas costumbristas que retratan oficios tradicionales. En este paisaje, La Regenta ocupa un lugar privilegiado, no solo por su carga simbólica, sino porque es una de las esculturas más fotografiadas de la ciudad, tal y como recogen guías turísticas y rutas culturales.
El vínculo entre la obra y la capital asturiana
La relación entre La Regenta y Oviedo es, además, uno de los mayores atractivos literarios del norte de España. Cualquier lector que haya paseado por la ciudad reconoce, en su urbanismo y en sus alturas, la topografía emocional de la novela: la torre de la catedral que domina Vetusta; las plazas por las que Ana caminaba bajo la mirada vigilante de la sociedad local; o las calles que aparecen en las discusiones del magistral, Fermín de Pas. De hecho, el Ayuntamiento promocionó hace años una “Ruta de La Regenta”, que combinaba espacios literarios con localizaciones reales, y que tenía su punto de partida en esta estatua.
A diferencia de otras estatuas literarias repartidas por España, La Regenta no está aislada ni relegada a un rincón. Está en el corazón de Oviedo, en uno de los espacios más significativos de su casco antiguo, y forma parte del pulso cotidiano de la ciudad: bodas, visitas escolares, actos religiosos, grupos guiados, peregrinos del Camino Primitivo. Todos pasan a su lado. Todos la ven. Todos reconocen, aunque sea de memoria, ese gesto quieto y esa mirada que parece atravesar el tiempo.
Quizá el secreto del éxito de esta escultura sea que no conmemora un héroe, sino una duda. Ana Ozores no posa con solemnidad ni celebra un triunfo. Simplemente observa. Como en la novela, su vida está hecha de miradas: hacia dentro, hacia la ciudad, hacia la catedral. Y en Oviedo, su presencia sigue recordando que Vetusta no es solo un nombre literario, sino un reflejo, o una sombra, de una ciudad viva que, desde hace más de un siglo, se mira a sí misma a través de ella.

