Me llegan diversas voces que me aconsejan vivamente contactar con David San Martín. Vive en Madrid, es ingeniero aeronáutico de profesión, pero gracias al azar de la vida, un día, de repente, observó atentamente a una gata en su jardín que necesitaba ayuda. A partir de ese instante arrancó toda su magnífica aventura y labor solidaria, rescatando y cuidando animales desprotegidos que lo necesitaban.
Os invito a seguirle en sus perfiles de Instagram:
@fundacionbigotes_ y @rescates_david_sanmartin.
“Mi vida es un no parar. Acción, acción y más acción. Sigo trabajando como ingeniero, pero mi labor con los animales ocupa una gran parte de mi día a día”.
Me cuenta que estaba a punto de irse a París por trabajo cuando, volviendo de fiesta a su casa, vio en el jardín a una gata callejera muy embarazada (de seis gatitos). Y ahí empezó todo: “De repente vi cómo un hombre la llamaba y, en cuanto la tuvo delante, le pegó una patada en la cara. Era una pobre gata, súper dócil y sociable; atendía a todo el que la llamaba porque estaba famélica. Necesitaba ayuda de quien fuera para llenar su estómago vacío. Como puedes imaginar, tuve unas cuantas palabras con aquel indeseable y, sin pensarlo dos veces, decidí subir a la gata a casa”.

David y los gatos invisibles: el camino de un hombre hacia la conciencia plena
David se fue a París a trabajar y pidió a su madre que cuidara de la gata durante unos días. “Pero a partir de aquel episodio puntual, empecé a centrarme y a poner toda mi atención en la vida concreta de ese animal desvalido. Pensé que tendría madre, padre, hermanos… Poco a poco fui tomando conciencia del fenómeno cada vez más masivo de las comunidades felinas en nuestras ciudades: grandes urbes repletas de gatos deambulando y sufriendo mil penurias por las calles”.
Tras constatar aquellas duras realidades, se impuso como misión cuidar de los gatos callejeros que nadie cuidaba. Se compró una jaula-trampa para capturarlos, esterilizarlos y devolverlos a su entorno. “Cazaba a los gatitos y los llevaba a un veterinario, todo lo pagaba de mi bolsillo. Recuerdo que me cobraban 70 euros por esterilizar a una hembra y 30 por castrar a un macho. Yo era un jovenzuelo y, en vez de gastar el dinero saliendo de fiesta, lo dedicaba a eso. Cuando se lo contaba a mis amigos, casi ninguno lo entendía”.
Cada gato tiene una historia, una herida, y merece una oportunidad
Once años después ha creado la Fundación Bigotes (Instagram: @fundacionbigotes_). “Tenemos un patronato con varios miembros. Hacemos capturas, acogidas, adopciones… Solo en Madrid esterilizamos unos 2.000 gatos al año, ¡y somos solo cuatro personas! También conseguimos que se adopten unos 300 gatos al año”.
David me cuenta algo que pone los pelos de punta: el Síndrome de Noé. “A menudo me llaman de ayuntamientos para controlar colonias masivas de gatos callejeros. Pero lo cierto es que las calles se están empezando a controlar. Yo he rescatado con mis propias manos a más de 10.000 gatos. ¡Es una verdadera locura cuando lo pienso! Trabajamos en formación, pedagogía y concienciación en muchas ciudades de España, pero también en Indonesia, Tailandia, Cuba... El verdadero problema cada vez más está dentro de las casas, entre cuatro paredes. Ahí queda oculto todo ese drama. Se trata del Síndrome de Noé: personas que acumulan animales en casa creyendo que están mejor ahí que en la calle. Como el Síndrome de Diógenes, pero en vez de basura, animales”.

Rescate de un gato con la pata fracturada en el Parque del Retiro
Hace un par de días intervino en la casa de una mujer, menor de 40 años. Fue una barbaridad. “Trabajaba 12 horas al día fuera de casa. Al llegar, me encontré con una escena dantesca: tenía encerrados en una habitación de apenas 5 metros cuadrados a 14 animales. Gatos en los huesos, pájaros histéricos volando sin parar… Psicológicamente, estas personas creen que los animales estarían peor en la calle. Además, muchas veces tienen un macho y una hembra sin esterilizar, y claro, empiezan a criar sin control”.
El sufrimiento animal no está solo en las calles, está oculto detrás de muchas puertas
Hace un par de meses, entró en una casa en Villaverde y encontró 45 animales hacinados. “Es absolutamente invivible para cualquier persona. Y para los vecinos, claro: problemas extremos de salubridad, ruidos constantes… Un infierno”.
Con aquella mujer, no les quedó más remedio que engañarla: “Le aseguré que me llevaba a sus gatos al veterinario para vacunarlos y que se los devolvería. Evidentemente, no volví jamás. Ella pensaba que los salvaba de la intemperie, pero les daba una vida indigna”.
En el barrio madrileño de Hortaleza, presenció otra escena brutal: 36 animales en una casa. “Había 16 palomas volando por el salón, cacas por todas partes, kilos de suciedad… Una insalubridad terrorífica. También he visto hasta 43 gatos en un piso de 60 metros cuadrados, sin esterilizar, reproduciéndose sin control. A menudo, no pueden ni alimentarlos, así que el espacio se llena de cadáveres, cucarachas, chinches, y los propios animales acaban devorándose entre ellos”.
Ese es el grito de alerta que David quiere compartir: el problema ya no solo está en las calles, sino dentro de muchas casas, en ese reducto oscuro e invisible donde algunas personas imponen su propia ley.
Desde joven ha tenido un espíritu profundamente solidario: “Nunca he soportado las injusticias. En un mundo cada vez más egoísta e individualista, a mí me sale ser más hipersolidario y consciente que nunca. Supongo que llevo en el ADN un fuerte sentido ético de la vida. No puedo ser feliz viendo sufrimiento alrededor”.

David con un perro rescatado
En Berlín, Londres o París, las campañas de esterilización de gatos se implementaron en los años 90, y hoy disfrutan de ciudades limpias y respetuosas con los animales. “En Ibiza también lo tienen controlado, por influencia de los ciudadanos alemanes e ingleses que trajeron su cultura de respeto animal. Además, la Fundación Brigitte Bardot financia muchas campañas de esterilización y rescate. Apoya causas a nivel mundial y en España invierte mucho dinero”.
Ahora convive con tres gatitas, todas con historias terribles de maltrato. “Croqueta, Malaje y Grumi son gatas que nadie quería porque son muy agresivas. Decidí quedármelas por voluntad propia. Una pertenecía a una enfermera que trabajaba de noche. Su novio, en lugar de cuidarla, la encerraba en un armario y la torturaba. La gata, por todo eso, odia visceralmente a los hombres. Es lo que hay, soy así: me quedo con los gatos que nadie quiere”.