Que nuestro gato nos rasque el sofá, una silla o una alfombra puede resultar frustrante, sin embargo, para él no se trata de un acto de rebeldía ni de un desafío a la autoridad, sino de una necesidad básica. Rascar forma parte de su naturaleza y cumple funciones esenciales: fortalece la musculatura, mantiene las uñas en buen estado eliminando las capas muertas y, además, le permite marcar su territorio gracias a las feromonas interdigitales que libera al hacerlo.
Por ello, cuando un gato araña los muebles, no debemos reñirlo ni castigarle. Regañarle no evitará que lo haga; solo generará confusión y estrés. En su lugar, conviene ofrecerle alternativas adecuadas que le permitan satisfacer esta conducta de forma natural y equilibrada.
El árbol rascador debe ser alto, idealmente más que su propio tutor, estable y robusto, para que el gato pueda trepar sin que se tambalee
Rascador gato
Un buen rascador, por ejemplo, no es un simple accesorio decorativo, sino una herramienta de bienestar. El árbol rascador debe ser alto (idealmente más que su propio tutor), estable y robusto, para que el gato pueda trepar sin que se tambalee. En hogares con varios gatos, lo ideal es disponer de un árbol lo suficientemente espacioso para que todos lo usen sin conflicto o, mejor aún, contar con varios árboles iguales o de la misma altura.
Otro aspecto importante es ofrecer rascadores secundarios. Conviene colocar alguno cerca de la zona de descanso, ya que muchos gatos rascan justo al despertar, y también junto a sofás o lugares de paso, especialmente si ya los ha marcado. Lo ideal es combinar orientaciones verticales y horizontales, con una altura mínima de unos setenta centímetros en los verticales. En cuanto a los materiales, los más atractivos suelen ser el sisal, el cartón corrugado y la moqueta, aunque cada gato tiene sus propias preferencias.
Historias animales
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Cuando un gato elige el sofá para rascar, no lo hace por capricho. Ese punto tiene un valor territorial especial: combina visibilidad, olor familiar, descanso y uso frecuente. Por eso, limpiar la zona no basta. Las marcas que un gato deja al rascar, son tanto visuales como olfativas, y hay que actuar sobre ambas.
Maite me contactó porque su gata, Atenas, había empezado a arañar el nuevo sofá. Le recomendé colocar un rascador atractivo justo al lado, más alto y estable que el sofá, limpiar la zona con un producto enzimático para eliminar las feromonas y cubrir las marcas con algún tejido. Si las señales permanecen visibles, el gato puede sentir la necesidad de reforzarlas. “Desde que puse un rascador en condiciones y tapé y limpié las marcas, Atenas no ha vuelto a arañar los muebles. Parece que el rascador la ha convencido”, me contó después, aliviada.
En cuanto al momento ideal para comprar un rascador, lo recomendable es hacerlo antes de la llegada del gato, para que desde el primer día tenga claro dónde puede rascar. Si ya ha empezado a marcar los muebles, conviene intervenir cuanto antes: cuanto más tiempo lleve haciéndolo, más difícil será redirigir la conducta, incluso aunque limpiemos y cubramos las marcas.
Algo a tener en cuenta es el momento de renovar un rascador. No conviene retirarlo de golpe, ya que los gatos se apegan a los usados porque huelen a ellos y contienen sus propias marcas. Lo mejor es colocar el nuevo junto al antiguo y dejar que lo explore con calma. Solo cuando empiece a usarlo con regularidad podremos retirar el viejo sin causarle estrés.
Cuando un gato elige el sofá para rascar, no lo hace por capricho; ese punto tiene un valor territorial especial
Cada vez que el gato use el rascador nuevo, felicítalo o prémialo con una caricia o un pequeño snack. El refuerzo positivo ayuda a consolidar el hábito. Eso sí, nunca hay que forzar la conducta: no lo cojas para engancharle las uñas ni lo obligues a rascar. Puedes animarlo jugando con una pluma sobre el sisal o rociando el rascador con un poco de catnip o valeriana, si le gusta. La paciencia y la observación siempre dan mejores resultados que la imposición.
Rascador gato
Rascar no es un mal hábito, sino una forma de comunicación, ejercicio y bienestar emocional. Castigar al gato por hacerlo solo genera incomprensión, mientras que ofrecerle las herramientas adecuadas fortalece el vínculo y mejora la convivencia. Como me dijo Maite tiempo después de resolver el problema con Atenas: “Ahora entiendo que no arañaba el sofá para fastidiarme, sino porque lo necesitaba. Desde que la comprendo mejor, convivimos con más calma y nuestra relación ha mejorado mucho”.
Comprender el porqué de sus comportamientos no solo evita conflictos: es la base para una convivencia armoniosa y feliz. Porque cuidar de un gato es, ante todo, aprender a entender su naturaleza.



